La Organización Mundial de la Salud (OMS) invita a la sociedad global a dedicar un día del año a la promoción de la prevención del suicidio,  aunque de hecho, cada día, para ser más exactos, cada 40 segundos de cada día, alguien, en algún lugar consuma un evento suicida.

La fecha seleccionada es el 10 de septiembre de cada año.  Hay que  reflexionar sobre este problema complejo a la vez que fascinante, porque está  lleno de estigma, mitos y tabúes, en donde siempre quedan más preguntas  que respuestas posibles, y  porque es además un serio problema de salud pública.

Es un tema polémico y delicado: la cultura, la política y la religión estructuran nuestros pensamientos en tormo a nuestras creencias particulares, en relación a las leyes, a los preceptos religiosos, morales y sociales. La historia  social y las ciencias avanzan pero no se desmitifica el problema del suicidio. Así ha sido desde siempre.

Haremos un paseo sobre el suicidio en la historia de la humanidad, entendiendo que es un fenómeno tan antiguo como el curso del hombre sobre la tierra.

El suicidio era aceptado en la mayoría de las sociedades primitivas y antiguas. En la Mesopotamia era asumido hasta el punto que, según el mito, el primer hombre fue modelado con sangre y barro del dios suicida Bel. En Egipto, de donde se tiene la primera nota suicida conocida (Siglo III a.C.), la muerte voluntaria no era condenada. [1]

En el otro extremo del mundo, la historia refiere sobre la mitología Maya que veneraban a Ixtab, la diosa del suicidio. Se recoge que se aceptaba el hecho para salvar el honor, la vergüenza pública o las desgracias, y que por dichas causas era “extremadamente honorable morir”. [2] Por demás, se sabe muy poco sobre el tema en otros pueblos americanos previo a la conquista. No obstante, tras la misma, aunque los suicidios son un fenómeno poco estudiado, se reconoce que hubo suicidios colectivos.

En la India, el Vedas contiene versos asociados al suicidio y aunque los Upanishads lo condenaban, el Ramayana y el Mahabharath lo ensalzaban.  Más aún, el libro de la conducta moral indú, el Dharmasasthra, tiene un capítulo titulado “Suicidios permitidos”. Si bien no se aceptaban los suicidios individuales, se condonaban los religiosos. Bajo la influencia del brahamanismo, los sabios, en su búsqueda del Nirvana se suicidaban con frecuencia en el transcurso de fiestas religiosas. El budismo no ve la muerte como un fin, sino como una transición, por lo que no hay escape en el acto suicida. [3]

En el Egipto antiguo, los partidarios del suicidio llegaron a agruparse en asociaciones cuyos miembros buscaban las medidas más agradables para morir. Es en este país donde se registra el escrito más antiguo sobre el tema, dos mil años a, C; donde un hombre insiste en desear su muerte, mientras su alma intenta disuadirlo.

Por su parte, las tribus africanas lo rechazaban; consideraban maligno y terrible el contacto físico con el cuerpo del suicida, incluso se quemaba la casa y el árbol  donde se hubiese ahorcado. Para la sociedad, este acto representaba la ira  de los antepasados y se consideraba asociado a la brujería. El cuerpo se enterraba sin los ritos habituales. [4]

En China (800 a.C.), se llevaba a cabo por lealtad y honor. La doctrina de Confucio, como filosofía y religión,  ha tenido una influencia cultural muy acendrada, que perdura hasta nuestros días. En efecto, la actitud hacia el suicidio  tiene que ver con virtudes confucianas (lealtad, fidelidad, respeto, rectitud). Desde la época feudal, por ejemplo, la mujer se ha suicidado por lealtad hacia el esposo cuando éste moría, o por decencia si era violada. El drama actual del suicidio en China tiene verdaderos ribetes de problema público de salud: una muerte cada dos minutos, alrededor de 300,000 personas al año, donde más de  150,000 son mujeres. [5]

Los galos consideraban razonable el suicidio por vejez, por la muerte de uno  de los esposos, por la muerte del jefe o por una enfermedad grave o dolorosa. Por su parte los visigodos lo tenían bien visto, era loable si se evitaba una muerte vergonzosa. En tanto los celtas hispanos, los nórdicos y los vikingos, lo aceptaban si había causa razonable para cometerlo. [6]

Los japoneses de la antigüedad, devotos de la divinidad “Amidas”, se tiraban al mar o se enterraban vivos. Se trataba de un acto ceremonial por expiación o por derrota. El “hara-kiri” y el “seppuku”, son otras formas de suicidio utilizados por los japoneses para lavar la deshonra y por el respeto a la tradición. En la misma cultura japonesa es conocido el suicidio heroico o patriótico de los “kamikaze”. [7]

Los suicidios colectivos parecen haber sido un hecho frecuente a través de la historia. La población de Numancia, España (133 a.C.), prefirió  morir después de un asedio de 15 meses y padecer hambre y enfermedades, antes que caer en manos de los romanos. Lo ocurrido en la fortaleza de Masada, Israel (74 a.C.), es otro ejemplo de suicidio colectivo, donde cerca de mil judíos zelotes, apertrechados durante varios años, decidieron quitarse la vida antes que someterse a los romanos. En otro evento, Plutarco nos relata una epidemia suicida acaecida entre los jóvenes de Mileto, Grecia, y la forma en que se consiguió acabar con ella: al someter a los cadáveres a la vergüenza pública.

Más recientes son los suicidios-homicidios de corte religiosos ocurridos en Guyana, en noviembre de 1978 (James Jones, Secta Templo del Pueblo), donde el suicidio colectivo se cobró la vida de 917 personas. Otro evento,  poco conocido pero pavoroso, fue el ocurrido en el mes de marzo del año 2000 en Uganda (Movimiento para la Restauración de los Diez Mandamientos), donde fallecieron 530 personas quemadas. [8]

El Islam condena de forma explícita el suicidio: ”Y no os destruyáis con vuestras propias manos….” Por otra parte la Yihad invita al musulmán a hacer la guerra al infiel y al enemigo. No hay una muerte que más honre a un soldado musulmán que el suicidio.

En el judaísmo, el suicidio es considerado una de las más terribles transgresiones, no obstante en el Talmud no aparece una referencia explícita. La condena al suicidio deriva de Génesis 9, 5  ”porque ciertamente demandaré la sangre de vuestras vidas…”, pero el suicida no tiene capacidad de arrepentimiento.

En la religión cristiana no siempre se adoptó la postura que hoy prevalece. Ni el antiguo ni el nuevo Testamento prohíben el suicidio de manera explícita, aunque el quinto mandamiento es claro: “no matarás”, lo que ha generado múltiples interpretaciones desde San Agustín hasta el Concilio Vaticano II. No obstante, en ambos libros se relatan eventos suicidas.

En el antiguo Testamento aparece en Jueces 9, 54 el suicidio asistido de Abimalec, de nuevo en jueces 16, 30 se describe el suicidio ampliado de Sansón. En el libro de Samuel 1, 31, 4-5, se lee la muerte de Saúl y de su escudero (efecto Werther), y de nuevo aparece otro suicidio, el de Ajitofel (2, 17-23). En Reyes 1, 16-18, se habla de la muerte de Zimri; en Macabeos aparecen tres suicidios, el de Eleazar (1, 16-46), y el de Tolomeo (Macrón), 2, 10-13 y el de Razis (2, 14, 42-46). Por último, en el libro de Tobías 3, 10, se describen las ideas suicidas de Sara.

En el nuevo Testamento aparece un solo suicidio relatado en dos libros de manera diferente, se trata de la muerte de Judas Iscariote. En Mateo 27, 5 dice que se ahorcó, mientras que en Hechos 1, 16-19, se plantea que se tiró de cabeza reventándose.

Durante los primeros siglos el Cristianismo aceptaba el suicidio bajo determinadas circunstancias. Esta actitud varió, haciéndose  cada vez más intransigente. Esto queda demostrado tanto en los escritos   de San Agustín de Hipona (354 d.C. – 430 d.C.), (suicidarse es rechazar el dominio de Dios sobre la propia existencia, el que se mata es asesino del hombre), y Santo Tomás de Aquino (1225-1274), (es absolutamente ilícito suicidarse y es el más grave de los pecados);  así también  quedó registrado en algunos Concilios.

El Concilio de Arlés (452), dice que el suicidio es un crimen que está inspirado por el demonio. En el Concilio de Orleans (533)  se determinan penas eclesiásticas para prevenirlo y castigarlo. El Concilio de Braga (563) condena al suicida a no ser honrado en la liturgia y ser excluido del cementerio. El Concilio de Toledo (693) dejó establecido los castigos que debían aplicarse a los que habían intentado suicidarse e instituye la excomunión a quien lo realizare. El Concilio Vaticano II (1959) dice que el suicidio es algo vergonzoso que atenta contra lo cívico del ser humano y que constituye el más grave insulto al Creador.

La iglesia Católica solo ha canonizado a una suicida, Santa Pelaya, que se lanzó a un abismo para no ser abusada por unos asaltantes. En definitiva, hoy, no obstante posturas moderadas tanto de Juan Pablo II como del papa Francisco, en la Iglesia Católica, el suicidio está condenado en la religión católica. Lo mismo ocurre en otras iglesias cristianas. Por igual en la judía e islámica.

En la Edad Antigua: Grecia, cuna del pensamiento moderno, es sin dudas una de las primeras culturas que trata el tema del suicidio con seriedad. Desde la filosofía y la política (Platón (384 a.C.-322 a.C.) y  Aristóteles (427 a.C.-322 a.C.), lo abordan abiertamente,  se trazan normas que terminan condenándolo. Era un delito contra el Estado (contra la Ciudad), aunque con excepciones en función de la ley civil o la respuesta a sucesos graves. El Imperio Romano, continuó la cultura griega pero hizo variaciones sobre el concepto y las penalizaciones. Se consideraba honorable si lo ejercía un intelectual o un político o si era un acto heroico o se ejecutaba por amor. Constantino (290-337), endurece las medidas al penalizarlo con medidas como la confiscación de bienes de la familia para compensar al Estado por la pérdida de un ciudadano. [9]

El Non Compos Mentis es la figura romana legal por excelencia. Allí aparece la frase “sin control sobre su mente”. Se usaba para aquellos estados suicidas bajo la influencia de enfermedades y representa la primera interpretación legal que se deriva de un estado mental alterado. [10]

Se acredita al teólogo agustino francés Gauthier de Saint Victor (siglo XII), el empleo por primera vez en latín de la voz “suicida”, en 1177. El inglés Walter Charleton empleó “suicide” en 1651 y en francés la voz “suicide” se documenta en 1734. En castellano “suicidio” se registra a partir de 1787, aunque la Real Academia de la Lengua la acepta en 1817.

Durante la Edad Media (siglo v [476], hasta siglo xv [1492]), y tras las huellas de Platón, Santo Tomás y San Agustín, se consideraba un pecado mortal. Así, en Castilla, Aragón (lo recoge la Constitución de 1497), Florencia, Francia, Reino Unido, Milán, Venecia y Portugal, degradaban el cadáver arrastrándolo por las calles, desnudo, cabeza abajo, con una estaca atravesando el corazón y una piedra en la cabeza para inmovilizar el cuerpo, para que el espíritu no regresara a dañar a los vivos.

En la Edad Moderna (siglos XVI, XVII y XVIII, desde 1492 hasta 1789), en Europa Occidental, las iglesias cristianas sacralizan la muerte y al darle ese carácter sagrado la integran a un sistema de ritos y creencias que la convierten en una etapa más del destino final de cada ser humano. El hombre no tenía permitido modificar su destino pues estaba en las manos de Dios. En Francia, en el siglo XVII, aunque se sigue la tradición represiva contra los suicidios, se introduce el término “irresponsabilidad”, dice que existen una serie de enfermedades (histeria, epilepsia entre otras), que no tienen que ver con la posesión diabólica con que se relacionaba el suicidio. Se empieza a dividir el mundo religioso y la enfermedad mental.

Especial mención para Robert Burton (1577-1640), y su obra  “Anatomía de la Melancolía”. Fue uno de los primeros escritos que asoció con claridad el suicidio a la depresión en un libro con una evidente intención clínica.

Durante el romanticismo  (años finales del siglo XVIII), y a excepción de los países anglosajones, se gesta gradualmente una actitud en la que se deja de considerar el suicidio como un delito, para aceptar que está en el límite de lo normal y lo patológico, al igual que antes estaba entre lo natural y lo sobrenatural. Se inicia ahí un debate que aún hoy no termina, entre el suicidio normal y el suicidio patológico.

Es durante este periodo romántico que el suicidio pierde parte del carácter peyorativo al producirse ciertas epidemias que Ortega llama “Mal del siglo”. Se refiere, en parte, a lo ocurrido en Europa, sobre todo en Alemania, alrededor de la obra “Las penas del joven Werther”, de  Johann Goethe. La novela narra el amor de Werther y Carlota, una mujer comprometida, y el posterior suicidio de éste como resultado de la imposibilidad de la relación. El impacto de la historia fue tan grande que varios adolescentes que vivían amores contrariados siguieron el ejemplo del protagonista. No había duda de que la inspiración venía de la novela, pues vestían como Werther (chaqueta azul, chaleco amarillo, camisa abierta, pantalón blanco, botas altas marrones, sombrero redondo, el pelo sin empolvar y descargaban el disparo de la pistola sentados en el escritorio y con un libro abierto frente a ellos). Hoy se conoce como El Efecto Werther al suicidio por imitación, en reacción al suicidio de un pariente o ser querido cercano o de un artista famoso.

Si bien Jean Esquirol (Francia, 1772-1840), divide a los suicidas en tres categorías: el provocado por las pasiones, el producido por una enfermedad metal y el producto del tedio por vivir, dando un impulso científico al tema, no es sino otro francés, Emile Durkheim (1858-1917), quien plantea las causas sociales del suicidio dando un verdadero salto de calidad en el  enfoque: “son fenómenos individuales que responden a causas sociales”. Advirtió que “ningún otro hecho es tan rápidamente transmitido por contagio como el suicidio”.  Hasta nuestros días, toda investigación sobre este tema se basa en los  postulados que desde la óptica social éste aportó.

El siglo XIX (1801-1900),  y el siglo XX (1901-2000),  representaron periodos de progresiva flexibilización hacia la tolerancia y la descriminalización donde la patologización se fue consolidando. El suicidio dejó de ser visto como un pecado y cada vez se fue relacionando más con aspectos sociales y psicológicos, en donde desde la ciencia, a la vez que se clamaba tolerancia, se mostraba evidencia de su atribución a trastornos mentales. Se logró menor severidad de las penas a los actos suicidas y a su tentativa,  dado que la mayoría de las legislaciones los consideraban como un delito. En Inglaterra se castigaba el intento con la horca. La muerte es liberada y pasa al dominio privado. El cadáver es velado en casa y es sepultado en familia. Se inicia el tratamiento médico al suicidio ya que se atribuye a un trastorno mental o a una crisis afectiva.

Particular interés tiene el enfoque existencialista. Filósofos como Jaspers, que “sondea las problemáticas fundamentales de la existencia humana” y señala dos posibilidades que permiten la superación de las situaciones límites: el suicidio y la fe. [11] Jean Paul Sartre por su lado dice “la muerte es la única certeza inevitable”, y de otros pensadores y filósofos; unos plantean que el suicidio es la máxima expresión de la dignidad humana y la forma de expresar el hombre su libertad, Albert Camús dijo “No hay más que un problema verdaderamente serio y ese es el suicidio”. Los principales aportes en el siglo pasado se deben a Thomas Joiner y a Edwin Shneidman, padre de la suicidología moderna.  Es justo reconocer con reverencia, al Dr. Nelson Moreno Ceballos, verdadero pionero de este tema en nuestro país.

Los tiempos actuales encuentran al suicidio aparejado a la salud mental, planteado como un problema serio y dramático de la salud pública de la mayoría de los países, y aunque la actitud de los pensadores le ha dado profundidad temporal a la problemática y nos permite entender los principales cambios en las actitudes hacia el mismo, lo cierto es que el número de los intentos y de los suicidios consumados aumenta en la mayoría de los países a un ritmo alarmante.  Nos queda claro que la sociedad fracasa en la medida en que no cumple con las funciones para las que se organiza: favorecer los procesos que generan la vida.

Bibliografía:

  • Muelas, Vicente; Ochoa, Mangado. “Consideraciones sobre el Suicidio: Una perspectiva histórica”, Psiquiatría. Com. 2021.
  • El Códice http://www.famsi.org
  • Vijayakumar, Lakshmi. “Suicidio en la India”, http://www.atopos.es
  • Muelas, Vicente; Ochoa, Mangado. “Consideraciones sobre el Suicidio: Una perspectiva histórica”, Psiquiatría.com. 2021.
  • Gutierrez, Claudia. “La cultura del suicidio”. Reportaje “Mujeres”, periódico “El País”.
  • Mansilla Izquierdo, Fernando. “Suicidio y prevención”. http://psicodoc.org
  • Valdivieso, L. “Japón y el suicidio”. http://eumed.net/rev/Japón//
  • “Suicidios colectivos”. http://es.escribd
  • Amador Rivera, Gonzalo. “Suicidio: Consideraciones Históricas”. Revista Médica La Paz. Scielo.org.do
  • Ibídem.

Baquedano, Sandra. “Situación Límite y Suicidio en Jaspers”. Universidad de Chile, Philosophia 2013. http://bdigital.uncu.edu.ar