La semana pasada iniciamos este breve enfoque sobre una de las situaciones más difíciles por la que ha atravesado la España democrática – si no la que más- a partir de lo que se ha denominado el pinchazo de la burbuja inmobiliaria.

Esta burbuja inmobiliaria no ha sido por sí sola la causante de que en España se llegue a contar con casi 6 millones de personas desempleadas. Lo que sí ha sido, desde luego, es un factor de desestabilización social y económica determinante y quizás el desencadenante de esta crisis sin precedentes.

Existe una relación clara entre la burbuja y la alta tasa de desempleo. Es una relación que según se sea de izquierdas o de derechas, progresista o neo-liberal, rojo o facha, tiene más o menos peso -como todo en la vida- pero que está ahí.  Esta relación se plantea a partir del hecho comprobado de que durante los años de bonanza española se fundamentó el crecimiento económico de toda una nación en la industria de la construcción, la cual era vista como el gran motor del desarrollo del país. Todo se planificó en función de que la cosa marchara bien, el problema vino cuando

– por factores propios y externos- las cosas salieron mal  y un esquema de creación de empleo y riqueza se desmoronó.

Esta especie de cataclismo nacional, se ha llevado consigo decenas de miles de puestos de trabajo, especialmente en el sector de la construcción y a varios niveles; desde obreros y trabajadores especializados (albañiles, fontaneros, electricistas, etc…) hasta aparejadores, técnicos y arquitectos.

Al pararse esta maquinaria y quedar una gran parte del personal cualificado sin trabajo, entre ellos los arquitectos, se produce un efecto social devastador: personas en plenitud de sus posibilidades físicas y con capacidad técnica, varados en un limbo existencial, producido por una sociedad que no crea las condiciones para su colocación laboral.

El fenómeno que nos toca más de cerca es el de los arquitectos. La arquitectura, como la disciplina por medio de la cual se proyectan edificios, ha quedado seriamente tocada con la crisis y su ejercicio es privilegio de unos pocos supervivientes. El arquitecto español, auto-catalogado como uno de los mejores del mundo, es sin dudas un profesional con sólida formación, que durante los años del boom inmobiliario, vio y vivió cómo era posible llevar a feliz término casi cualquier proyecto. Hoy ya no es así.

La realidad actual es que muchos estudios de  arquitectura (despachos, oficinas) han cerrado sus puertas por falta de trabajo y han enviado a la calle a muchos miembros de este colectivo. Un número cada vez mayor de arquitectos españoles está reinventándose. En algunos casos – felizmente para el protagonista- esta especie de intrusismo profesional se hace desde oficios afines, ya sea por la vía del diseño (interiorismo, decoración, diseño grafico) o por la vía de la construcción (remodelaciones, reformas, rehabilitaciones) y así van capeando el temporal.

En otros casos, desesperados, abandonan el país en busca de nuevos horizontes profesionales, convirtiéndose en exiliados de alto standing. Hoy por hoy se han invertido los papeles. De otrora anfitrión de sus colegas latinoamericanos (cuando llegaron a España cargados de sueños en 3D), el arquitecto español se han convertido en visitante inesperado en las Américas o una suerte de peregrino hacia Alemania, Holanda, Inglaterra, Estados Unidos, Australia, China, Indonesia o Dubái, en busca de la bendición del progreso.

La crisis, un término que ya ha cobrado vida propia, parece que ha llegado para quedarse mucho tiempo en las mesas de dibujo y en las pantallas de los ordenadores de estos apóstoles de Vitruvio. Pero ¿qué les queda?…. ¿Habrá alguna salida para los arquitectos españoles?, diríamos que las antes citadas (la reconversión profesional y la emigración)  son buenas opciones, pero hay una que nos hemos dejado para último, una que brilla con mucha y potente luz: la eficiencia energética en la edificación.

La eficiencia energética y la sostenibilidad asociadas a la arquitectura, no solo son el vagón de la oportunidad que ahora todos quieren abordar (recordemos que está de moda), son realmente y sin temor a equivocarnos el gran canto de la esperanza, el oasis en el desierto de los proyectistas arquitectónicos y la gran baza por la que apuestan el gobierno central y las autoridades autonómicas para reanimar al enfermo de economía maltrecha. Reales decretos, normativas, reglamentos, se están poniendo a punto para que todo lo que gire en torno al edificio (existente desde luego, porque nuevo va a ser que no) pase por el tamiz de la eficiencia energética.

Lo cierto es que, siendo o no esta la fórmula magistral para reactivar el sector, sí que es desde luego la mejor alternativa desde cualquier punto para reinterpretar el oficio a tenor de los acontecimientos vividos.

Esperemos que sea cierto lo que dicen de que nunca es más oscuro que cuando va a amanecer.