No es posible comprender, analizar e interpretar, de manera adecuada e integral, la realidad internacional actual si se carece de la perspectiva que proporciona la Historia. El sistema internacional es anárquico pero no caótico. Esto significa que, a pesar de que no hay un gobierno planetario que dicte leyes y posea instituciones que impongan su cumplimiento, sí existe un determinado Modelo de Orden. Dicho Orden está determinado por una conjunción de elementos: el poder de las partes, las normas del Derecho internacional, las fuerzas transnacionales y las innovaciones tecnológicas, entre otros. Este Modelo de Orden, o Configuración de Poder, no debe ser entendido como algo justo o equitativo, sino simplemente, como una forma de organización; como una determinada distribución de poder entre los actores, cuya función primordial es mantener el equilibrio, a fin de asegurar la existencia y la eficiencia del sistema en sí mismo.

 Para muchos internacionalistas este enfoque es sumamente adecuado para interpretar la anatomía y la fisiología de la realidad internacional, ya que proporciona un encuadre complejo pero amplio, que facilita la comprensión y el estudio de todos sus elementos o componentes y sus relaciones. En otras palabras, esta idea es muy adecuada para conceptualizar una realidad de carácter total; una realidad compuesta por distintas unidades que mantienen relaciones regulares, ya sean éstas de cooperación o de conflicto. Recordemos que, un sistema es un conjunto de partes que están relacionadas entre sí y que contribuyen a determinado objeto. Básicamente, todo sistema está constituido por elementos que poseen algún tipo de similitud entre sí y que cumplen una función determinada dentro del conjunto. En definitiva: un sistema es un todo que funciona a partir de la interdependencia de sus partes.

 Desde la Guerra del Peloponeso hasta el recién finalizado Conflicto en Afganistán, han actuado en la escena internacional distintas entidades políticas; han prevalecido distintos modos de organización interna y se han proclamado distintas ideologías o creencias. Sin embargo, las pautas globales de interacción han permanecido constantes. Por lo tanto, la comprensión de las continuidades y de las repeticiones que se han dado en la política internacional, requiere de un enfoque sistémico. “El Sistema Internacional está constituido por un conjunto de actores, cuyas relaciones generan una determinada estructura (o configuración de poder) dentro de la cual existe una compleja red de interacciones; una red que se ajusta a determinadas reglas. Así pues: actores, estructura y proceso constituyen los puntos de referencia válidos para cualquier análisis” (Moreau Defarges, Philippe “Les relations internationales dans le monde d’Aujourd’hui”, STH, Paris, 1987).

 A estas distribuciones de poder, fuertemente condicionadas por la anarquía del sistema internacional, Waltz las denomina Estructuras y, desde su punto de vista, a lo largo de la evolución histórica, se han configurado varias. La Estructura surge a partir de un proceso que tiene lugar en lo que él visualiza como un mercado, dentro del cual, se registra un gran número de interacciones entre los actores (Estados). Ese mercado no tiene un gobierno común y es descentralizado. Sin embargo, las unidades que lo componen poseen fuertes lazos de interdependencia, para lo cual, es necesario tener en cuenta tres premisas que son fundamentales: 1) En ese mercado, cuya característica fundamental es la anarquía, todas las unidades buscan satisfacer sus intereses. Es importante entender que cada una de ellas es una entidad autónoma que sobrevive, progresa, decae o muere en función de su propio esfuerzo y de sus decisiones. Debido a que muchas veces los intereses de una, se contraponen con los de otra, es normal que haya conflicto; 2) Si bien todas estas unidades son iguales desde el punto de vista funcional, poseen profundas diferencias en sus capacidades y recursos. En otras palabras, desde el punto de vista del poder, son sumamente distintas. Esto supone que, en ese mercado anárquico, existe una jerarquía entre potencias débiles y potencias poderosas; son sólo estas últimas las que están en condiciones de convertirse en los líderes, los hegemones o los polos de ese mercado; 3) Como se ha señalado, el conflicto se da entre todas las unidades. Sin embargo, para la configuración del Modelo de Orden, sólo son relevantes las disputas que se entablan entre los actores con poder. De hecho, es la pugna entre los líderes lo que va, lentamente, delineando la Estructura. En otras palabras, el proceso consiste en una competencia entre los más fuertes; una competencia que no tiene una duración determinada y que finaliza cuando cada uno de los contendientes alcanza su punto máximo de imposición de poder. Si al final de la competencia es sólo uno el que llega a este punto máximo de maniobra, la Estructura del sistema será Unipolar; si son dos los que lo logran, será Bipolar y si son más, será Multipolar. Sea cual sea la Estructura que se configure, regirá durante determinado tiempo, transcurrido el cual, se deteriorará hasta desaparecer. A partir de ese momento, se iniciará nuevamente el proceso de gestación (Waltz, Kenneth “Theory of International Politics”, McGraw Hill, New York, 1979).

 Ahora bien, a partir de este enfoque, incorporaremos la contribución de Rafael Calduch, quien en su obra, “Relaciones Internacionales”, explica que esa Estructura que se ha configurado posee tres etapas: la génesis, el desarrollo y la crisis. La génesis: Esta es una fase de ajuste y acomodamiento; por lo tanto, si bien las potencias hegemónicas ya están claramente identificadas, pueden sufrir ciertas modificaciones. En esta etapa también se definen, paulatinamente, los valores, principios y objetivos de cada uno de los líderes y los que tienen en común con los demás. Aquí también se buscan las vías y los mecanismos más eficaces para lograr los acuerdos y los consensos que faciliten la solución de las controversias y los conflictos. De manera gradual, se establecen las pautas y los patrones que habrán de regir sus vínculos. Se potencian los valores de creatividad y novedad (innovación), como valores guía de las relaciones internacionales. Finalmente, es posible que se registren algunos desajustes o perturbaciones de diversa índole. El desarrollo: En esta etapa se consolida el poder y las capacidades de los hegemones y cristaliza la institucionalización organizativa y jurídica específica de la Estructura: reglas y procedimientos. A pesar de su carácter diverso, las interacciones tienden a mantener el equilibrio del sistema. Se potencian las acciones individuales y comunes a fin de concretar proyectos y objetivos. Se afianzan los mecanismos para la solución de conflictos y, en general, el clima de las relaciones internacionales es ordenado y estable. La Crisis: En este período, los líderes de la Estructura se debilitan. Proliferan las disfunciones y los conflictos debido a la creciente ineficacia de las instituciones y de las pautas internacionales antes establecidas. Aumentan los retos, los desafíos y los problemas que desequilibran al sistema. Se generaliza el cuestionamiento o el incumplimiento de los valores dominantes que imperaron durante la etapa de desarrollo, aumenta la inseguridad y surgen crisis y conflictos que no pueden ser resueltos por las vías tradicionales (Calduch Cervera, Rafael “Relaciones Internacionales”, Ciencias Sociales, Madrid, 1991).

Finalmente, Luis Dallanegra Pedraza sostiene que, cuando desaparece una Estructura, la gestación de una nueva no es inmediata; por el contrario, existe un lapso en el cual la vieja estructura ya no rige, pero todavía no se ha gestado la nueva. Dicho lapso, es para el autor, una Transición Inter-sistémica; un período que no tiene una duración determinada y durante el cual se da el proceso de polarización que originará la nueva Estructura (Dallanegra Pedraza, Luis “El Orden Mundial del Siglo XXI”, Ediciones de la Universidad, Buenos Aires, 1998).