“El gerundio es una forma verbal con valor adverbial. No posee valor adjetivo ni sustantivo. Es, junto con el participio y el infinitivo, una de las formas no personales del verbo.” https://www.wikilengua.org/index.php/Gerundio

El bregando dominicano es un afán desfigurado, profanado. Es la sentencia metafórica de un gerundio juguetón. Es la síntesis de todos los gerundios que recorren un buen trecho de la “dominicanidad”. Puede ser una brega relativa con chercha incluida. Es que adjudicarse el infinitivo implica acción, hacer sin retórica ni “bulto”. Bregar suena seco, es un infinitivo sin puntos suspensivos. No es lúdico en sí mismo, no huele a música ni a “colmadón”.

Bregando es una gran metáfora de la “dominicanidad”, también puede sonar a Capotillo “capeando” sustancias prohibidas. Puede sonar a esta sentencia burocrática-dominicana: “su asunto está en el sistema”, como si el sistema fuese una moneda tangible en el bolsillo y no otra metáfora del “limbo” de la “dominicanidad”.  Es posible que tal ambigüedad fundamente sus raíces en esas afirmaciones hermosamente criollas, confusas, donde la palabra rara vez establece contacto con la acción: estoy llegando, cuando el sujeto puede estar a horas  de llegar, en Jimaní y tú en Boca Chica.

¿Por qué hay que asumir compromisos en un presente inmediato?,  si afirmar usando el gerundio, alarga y disuelve la acción,  da espacio a llamar por teléfono  para decirte (después de tu tener varias horas esperando): “se me presentó una vaina, nos vemos otro día…” Otro día no tiene fecha ni lugar, evade de forma “chabacana” el compromiso. Tal vez por algo somos ciudadanos “auténticos, felices y relajados”. Tal vez por eso, en nuestro corazón habita el “charlatán”. Parece ser una palabra en el vacío, no lo es, más bien es un argot de la “dominicanidad”. Es la otra cara del decir sin ningún compromiso en el hacer. Es la enfermedad de la palabra sin contacto con la acción. O sea, la “realización de un acto o un hecho”.

Quién tiene la menor duda, de que el gerundio criollo abre intersticios movedizos en la comunicación, porque relaja, relativiza, ralentiza la acción y confunde lo acordado. Ser desde el gerundio es unos de los rasgos más pintorescos y extraños de la “dominicanidad”. Es un lenguaje propio; interpretarlo, comprenderlo y aceptarlo implica una dosis aceitada de barrio y “tigueraje”, incluye un “suim” corporal. No es solamente “una forma verbal con valor adverbial”. Es también una cultura que no asume ni comprende que el gerundio no conjuga ninguna acción en el presente. “No posee valor adjetivo ni sustantivo…” La responsabilidad o el responsable no están ubicados en ningún lado. El sujeto responsabiliza a la palabra, como si ella en sí fuese la acción y el hecho.

Se está haciendo, por no decir que no se ha hecho. Tal vez esa manera de afirmar de forma impersonal ha permeado la cotidianidad dominicana de apuros y problemas de carácter infantil. No puede ser de otra forma, porque  hay un factor cultural determinante en el tiempo juguetón en que se articula o se conjuga la acción del verbo. Cualquier aclaración que intente ubicar la responsabilidad o el responsable puede concluir en: “Rebájale algo, no seas psicorrígido…”

Volviendo a las arenas movedizas del gerundio, tal vez por ahí podríamos entender, por qué la sociedad dominicana está llena  de señales indicativas que nadie cumple porque no se tiene contacto con la acción. “No Estacione”, precisamente en un lugar con vehículos amontonados. “Zona de silencio” frente a un hospital en medio de un bullicio. “Despacio”, en una carretera donde los motoristas andan como la “jon del diablo”. “Dios Bendiga este hogar” en la puerta de un vecino católico que se comporta como si fuese el demonio en persona. “Cristo te ama”, el grafiti especial de lo guagüeros, que son la representación del infierno en esta isla.

¿Hasta cuándo “la dominicanidad” seguirá tan divorciada la palabra de la acción?