Las preguntas ¿Por qué ganó Bolsonaro en Brasil? y ¿Por qué ganó López Obrador en México? en principio pueden tener respuestas bastante similares:

Hartazgo ciudadano, cansancio de altos índices de corrupción y exacerbada inseguridad. Indignación colectiva que logró canalizarse o manipularse hacia lograr el triunfo de lo que se espera sea “diferente”. Una respuesta masiva como grito potente de que se requiere  “algo nuevo” para enfrentar males casi eternos. Pérdida de confianza en el grupo que tiene un tiempo gobernando y que no ha resuelto situaciones perentorias. Desencanto y sensación de engaño frente a las grandes fortunas particulares logradas con dinero público. Lo curioso, es que en el caso de México, la opción es un candidato que viene de la izquierda y en Brasil uno de la ultraderecha, dos planteamientos tan diferentes  llevados a la presidencia por las mismas motivaciones.

Por una parte, habría que reflexionar sobre la actuación  de la supuesta izquierda latinoamericana, que a pesar de lograr sacar a miles de personas de la pobreza (como en el caso de Lula en Brasil);   el desempeño del partido y del funcionariado, la prepotencia, el enriquecimiento ilícito y el descontrol en la seguridad ciudadana, lograron  que la justa indignación de la población pueda ser aprovechada por otros sectores y manipulada hacia estos resultados: Una presidenta  destituida sin que a ella le hayan podido demostrar ningún acto de corrupción; un hombre como Temer en la presidencia; Lula en la cárcel por corrupción, a pesar del apoyo popular y de que quizás de no estar en esa situación hubiese sido nuevamente presidente; y Bolsonaro presidente. Mirándolo así, parecería que la lucha contra la corrupción en Brasil, en lugar de ser una ayuda y un bálsamo para una sociedad adolorida, ha sido un desastre, con terribles consecuencias para Brasil, Latinoamérica y el mundo.

No es tan fácil, no creo que se pueda afirmar, explicar y aceptar, que toda persona que voto  a Bolsonaro es porque en el fondo su postura frente a la sociedad es desde el fascismo. La pregunta sigue siendo ¿Por qué grupos humanos votan por alguien con un discurso que les desprecia? Habría que estudiarlo muy profundamente, hurgar en su cotidianidad; por ahora elucubremos y mirémoslo a partir de la realidad presentada: si usted está en un proceso de indignación, desencanto y frustración y le construyen un discurso hacia la idea de vivir en un país con “orden, seguridad y empleo”. Sería posible, que usted piense al final, los que están, aunque digan que defienden los derechos, en la realidad no me los han respetado, así que si al menos voy a conseguir “tranquilidad”, lo otro es secundario. Hay tantas investigaciones que evidencian que las personas relegan sus derechos, frente a la necesidad de comida y seguridad… Y aunque es cierto que han convergido muchísimos intereses que lograron manipular y aprovecharse de la situación, no es menos cierto que la gente estaba cansada… 

Es preocupante porque  el fascismo es incompatible con la honestidad y con la democracia, entonces ¿Cómo se llega de la lucha anticorrupción a este funesto resultado? ¿La corrupción fue la excusa de sectores de poder? ¿El enfoque anticorrupción es tan manipulable como las masas que votan por fascistas? ¿Cómo mantenemos la demanda de gobiernos transparentes y honestos, sin permitir que nos pase lo de Brasil?

El caso México, es tan igual y tan diferente. El mismo hartazgo colectivo sobre los mismos asuntos (corrupción, inseguridad, pobreza…) son los que permitieron que gane López Obrador. En este caso quien sale es la derecha y llega un hombre de “izquierda” con un discurso a favor de los derechos, que centró su campaña en denunciar la corrupción,  prometer conseguir un México más seguro y que articuló diversos partidos a su causa. En este caso, independientemente de las decepciones con la izquierda y sus gobiernos, la expectativa es positiva, ojala no sea otra gran decepción…

La verdad es que la izquierda latinoamericana debe revisarse, demasiadas esperanzas colocadas en sus manos y en todos los casos coronadas con la decepción. Deberíamos construir discursos que permitan articular a toda la población, sobre la idea de que  no es posible construir países sanos y seguros desde discursos negadores de derechos y propiciadores de odio. Es necesario construir nuevas alianzas, nuevas estrategias, de abrir otros caminos, otras formas de humanidad en donde sea posible ser libres e iguales en dignidad y derechos. Hay que tener claro, como ya nos lo dijo Amaury, que no lo van a impedir, ni el que alimenta el cepo y la tortura, ni el pequeño ladrón de mano fría,  ni ausentes millonarios, ni arribistas, ni aspirantes al hacha del verdugo ¡A pesar del otoño creceremos!