Al gobierno norteamericano no le gustaron cuatro aspectos de la decisión dominicana de reconocer al gobierno de Pekin y lo expreso públicamente a través de declaraciones de Robert Copley, ripostando los chinos acusando a Washington de ser injerencista.
Primero, criticaron la forma en que anunciamos la decisión. En eso tal vez tengan razón. Ellos esperaban que el gobierno dominicana por lo menos hubiese tenido la cortesía de avisar previamente a Taipei, agradeciendo los años de cooperación y Estados Unidos esperaba haber sido informado previamente y no enterarse por la prensa. Ya cuando nuestro reconocimiento de Cuba, durante el primer gobierno de Leonel Fernández, por un problema de error de comunicación Washington no fue enterado previamente, lo que provocó una gran molestia.
Segundo, no le gustó el momento en que se anunció la decisión, por coincidir con fuertes tensiones entre el muy nacionalista y combativo gobierno de Taiwán, encabezado desde el 2016 por Tsai Ing-Wen, y el régimen de Xi Jinping y que incluyó amenazantes movimientos militares en el estrecho de Formosa. También coincidió con los esfuerzos de Trump por buscar la ayuda de la poderosa China ante el conflicto con Korea del Norte y en medio de importantes negociaciones comerciales con ella. La acusación de soborno por parte de Taipei sobre el caso dominicano y la respuesta china agravaron el conflicto.
Tercero, el señor Copley hizo una crítica muy acertada a la política China, evidente en las obras que financia en el caribe y Africa, de insistir en violar las leyes laborales (el 80-20 en nuestro caso) y emplear solamente chinos importados para ese fin. Ya en algunos lugares del caribe los obreros chinos han tratado de quedarse en el país y en nuestro caso seguramente tratarán de tomar la yola rumbo a Estados Unidos.
Cuarto, igualmente acertada es su crítica a la falta de transparencia, tipo Odebrecht, en la construcción de obras chinas con el pago de coimas. Lo que no lució fue la crítica a que los proyectos chinos dañan el medio ambiente, por provenir de un gobierno que se salió del acuerdo de Paris.
Presumimos que el presidente Medina viajará a Pekin donde se anunciaran la donación de un proyecto (al estilo del campo de football en Costa Rica y que esperamos sea las mejoras del puerto de Manzanillo) y los prèstamos. Que Cristo y Confusio nos libren de trenes estatales que dejan enormes pérdidas, que con las de la OMSA tenemos suficientes. Por cierto, ya en Panamá, una empresa china con equipo Siemens ha anunciado una planta de gas natural de 440 megas en Colón, en el Atlántico. Si exporta al caribe competiría con AES dominicana.
Por otro lado, las críticas a la familia Trump por seguir con sus proyectos en el tercer mundo continúan (Quatar, Indonesia, Panamá), dado el conflicto que provocan con la política externa norteamericana. En el caso dominicano, la influencia de los Trump ya logró la modificación de la política vigente desde hace 35 años de limitar los edificios a la altura de las matas de coco en las principales zonas turísticas, para que el hijo de Trump pueda auspiciar Torres en Cap Cana. No hay que dudar que lograrán, otra vez, que se obligue al Banco de Reservas a meter dinero allí, a pesar de lo mucho que perdió en la primera y desastrosa operación.
Resultas triste e irónico que estemos ayudando los negocios de la familia Trump en nuestra zona este (Macao-Juanillo) cuando ésta va a ser las más perjudicada con la política de construir muros en la frontera con México, ya que la presión para migrar ilegalmente y llevar drogas se transmitirá a la otra frontera: El Canal de la Mona, llevando violencia y crimen a nuestra principal zona turística.