Desde principio de 1970 escuchaba en radio a un profesor Juan Bosch afanado por sacarnos de la pobreza, la falta de educación formal y doméstica, la escasa educación política, la corrupción, la creciente irresponsabilidad social y la dependencia de otros países.

Crecí atento a su pedagogía. De él aprendí que para bañarnos es innecesario mantener abierta la llave del agua. Después de mojarnos,ya sé, hay que cerrarla mientras nos enjabonamos, porque ese alimento se acaba y debemos economizarlo. Igual hago con el lavado de las manos y el cepillado de dientes.

Con su insistir afiancé la idea de la puntualidad inculcada por mi madre y mi padre. Jamás borraré de la memoria la cara delprestigioso literato y político dominicano cuando, a invitación de la presidenta de la entonces Asociación Médica Dominicana, Altagracia Guzmán, asistió una noche de la década del 90 a la sede del gremio para participar en un acto que comenzaría a las siete en punto. Treinta minutos antes ya estaba ahí pero se marchó minutos después de la hora convenida para el inicio de la actividad porque ésta no había comenzado. Entendía que la puntualidad era sagrada y que debíamos respetar el tiempo de los demás.       .

Pero lo que más me marcó fue su fe inquebrantable en que algún día nuestro país dejara de exportar sus materias primas y, en cambio, las convirtiera en  productos. Y a menudo citaba dos casos: el cacao y el oro.

Del primero le oía decir la importancia de convertirlo en chocolates para exportarlos a otros países y así obtener divisas. Refería que nuestro cacao era cosechado y exportado a naciones europeas, las cuales, luego nos los vendían como dulces muy caros.

Del segundo, el oro, opinaba que debíamos explotarlo para producir aquí orfebrería en vez de permitir que alguna empresa se lo llevara en bruto para luego vendérnoslo como joyas finas. En aquellos tiempos, la mina de Pueblo Viejo, en Sánchez Ramírez, estaba en sus buenas.

Hoy, a la vuelta de tres décadas, no escondo mi pena ni mí vergüenza por el contrato firmado para extraer el metal precioso dejado por la empresa Rosario en los suelos de la provincia nordestana. Y créanme que no culpo tanto a la transnacional canadiense Barrick Gold (barrigol), como a las autoridades dominicanas. Después de todo, quién no sabe el objetivo superior real de una multinacional. Nada que ver con sacerdocio, ni amor al prójimo ni, menos, con el deseo de eliminar la pobreza y la indigenciaen un país subdesarrollado.

Como dominicano hijo de un pueblo minero (Pedernales y su bauxita), sigo preguntándome dónde estuvieron los corazones, los sentimientos nacionales, de quienes negociaron con la empresa canadiense. Pensaba que eran coterráneos y que tenían suficiente experiencia sobre expoliación de nuestras riquezas y de recursos no renovables con los casos de la Falconbridge y la AlcoaExplorationCompany.

Al minuto de escribir este desahogo, me resisto a creer, como dicen los expertos, que durante 25 años de explotación, la barrigol se ganará 32 mil millones de dólares; y los dueños, o sea, nosotros, cual mendigos, solo recibiríamos de la poderosa empresa canadiense la bochornosa borona de 9 mil millones.  Peor aún. Ni quisiera pensar que otra empresa de esa nación del norte de América tiene su mira en las entrañas de la sureña San Juan de la Maguana, la provincia del Presidente Medina, como está en la mira de Xtrata de Falcondo la loma Miranda. En aquella fuente agrícola de primera categoría han confirmado la existencia de oro y otros metales importantes. Preparémonos para una cirugía mayor en el cuerpo de aquella comunidad. Pero, ¿a qué precio? ¿Al precio de más empobrecimiento?

Si es así, prefiero que dejen la tierra tranquila, para que ella, después, no nos cobre caro el maltrato mientras los indolentes gozan  porcentajes que cobran los mercenarios.