Eliades Acosta, quien escribió la Presentación a la Segunda Edición del libro de Humberto Vásquez García que estamos comentando, publicó en dos tomos un estudio excelente donde devela la red de contactos e influencias que Trujillo desplegó en Cuba durante su dictadura, el título no podía ser mejor: La telaraña cubana de Trujillo. Fueron publicados por el AGN en el 2012. Previo al caso Cayo Confites, y en el contexto de la celebración del centenario de la independencia dominicana en Cuba, Acosta presenta a Bosch. “Bosch, por ejemplo, no era el clásico exiliado con el que los diplomáticos trujillistas, y el propio régimen, estaban acostumbrados a lidiar, aislar, desacreditar y neutralizar. No solo se destacaba en las lides políticas y contaba con excelentes relaciones dentro del Partido Auténtico y otras fuerzas políticas cubanas, habiendo participado activamente, como asesor de Carlos Prío, en la redacción de la Constitución de 1940 y de otros importantes discursos y documentos programáticos, sino que en 1943 había recibido el prestigioso premio de cuento Hernández Catá por su obra «Luis Pie». La alta distinción le fue otorgada por un jurado de lujo, integrado por Fernando Ortiz, Jorge Mañach, Juan Marinello, Rafael Suárez Solís y Antonio Barreras. En consecuencia, Juan Bosch estaba respaldado en Cuba y el resto de América Latina, no solo por los políticos progresistas y democráticos, sino también por la poderosa y expansiva comunidad de artistas, escritores, periodistas e intelectuales. Ello explica lo sucedido en 1944, cuando en el marco de las celebraciones por el centenario de la independencia dominicana, el premio de periodismo Hatuey, convocado por la trujillista Sociedad Colombista Panamericana, con sede en la Habana, y el dinero para el premio en metálico, aportado en secreto por Trujillo, fue a parar a las manos del destacado antitrujillista” (Acosta, tomo 2, p. 444). Este suceso del premio Hatuey, que ya hemos comentado en otras entregas de Veritas liberabit vos, cae en el campo del realismo mágico de manera analógica, que Trujillo tuviera que pagarle un premio literario a Bosch, como otros muchos sucesos en la vida de Bosch, pero es importante destacar la importancia que le da Acosta a los sólidos vínculos de él con la sociedad cubana a su más alto nivel.

Vásquez recoge un resumen hecho por la revista Bohemia, posterior al descalabro de la expedición, es decir, el número 51 del año 39 de la revista correspondiente al 21 de diciembre de 1947, de los aportes hechos a Cayo Confites: “1. Juan Rodríguez: tres buques, fusiles, ametralladoras de mano, granadas, fusiles automáticos en cantidades suficientes y su fortuna personal. 2. Juan Bosch: varios aviones —tres de ellos de combate y otros de transporte—, una estación de radio, una camioneta y un barco de vela y motor. 3. El MSR: oficiales, hombres, técnicos de todo tipo, lugares de entrenamiento, así como fondos para el mantenimiento de las tropas y medios de transporte, todo ello con un soporte financiero del Gobierno cubano ascendente a medio millón de pesos. 4. Un grupo de dominicanos: cerca de 300 fusiles que mantenían guardados desde hacía tiempo. 5. Las agrupaciones de exiliados en Venezuela y los Estados Unidos: los pasajes para los dominicanos y extranjeros —oficiales, combatientes, técnicos, médicos y telegrafistas— que se trasladarían a Cuba para enrolarse en la expedición, más el dinero adicional que pudieron recolectar” (Vásquez, p. 59) Un inventario nada despreciable de recursos para una expedición militar contra la dictadura de Trujillo, pero Vásquez añade otros recursos mencionados por Jimenes Grullón: “Las cifras anteriores no incluían las armas personales aportadas por los futuros expedicionarios: cientos de pistolas, revólveres, docenas de ametralladoras de mano, no menos de cincuenta rifles automáticos y hasta un saco de granadas de mano tipo piña. En esta contribución se destacaron los exiliados dominicanos radicados en Santiago de Cuba, los cuales llevaron numerosos fusiles, machetes y hasta alguna metralleta que habían conservado desde la caída de Machado, aunque muchas de estas armas eran inservibles y otras sirvieron solo para entrenamiento” (Vásquez, p. 59). Viéndolo en términos de recursos para el combate no iba a ser una acción mediana de tamaño, sino realmente una gran intervención militar, si a eso sumamos la cantidad de efectivos enrolados que partieron el 21 de septiembre de 1947 fue cercano a los 1,200.

Las posibilidades de éxito de la expedición son calculadas por Vásquez en base a dos factores: “…la superioridad sobre el enemigo, particularmente en lo tocante a la fuerza aérea, y el factor sorpresa. La ausencia o el debilitamiento de cualquiera de ellos, reduciría de forma notable sus posibilidades de éxito” (Vásquez, p. 63). Una valoración militar hecha por Feliciano Maderne parecía darle a los expedicionarios la ventaja: “la superioridad militar de los expedicionarios era evidente pues contaban con una poderosa flota aérea calculada entre dieciocho y veintiún modernas aeronaves, mientras el enemigo —según la exploración realizada por un aviador norteamericano sobre el aeropuerto de la capital dominicana— disponía de algo más de diez aparatos obsoletos: seis Mustang P-17, varios PT, dos bombarderos viejos y dos aviones de transporte en mal estado, y, además, no tenía pilotos de primera calidad” (Vásquez, p. 63). La valoración hecha sobre la fuerza aérea trujillista estaba totalmente errada, pero indudablemente el poder aéreo de Cayo Confites era sumamente exagerado, según los datos de Maderne. Según Almoina, citado por Vásquez: “… en septiembre-octubre de 1946 el Ejército dominicano poseía 50 aviones modernos (monomotores de caza y bimotores de bombardeo y combate) y en septiembre de 1947 contaba con 98 aparatos modernísimos, los cuales serían piloteados por jóvenes dominicanos entrenados desde marzo del propio año por un as de la aviación militar norteamericana, héroe del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial” (Vásquez, pp. 63-64). Si Almoina, y no Maderne, tenía razón, la capacidad aérea de Cayo Confites iba a ser aniquilada en horas.

Sobre el segundo factor, el factor sorpresa, hacía meses se había perdido, porque aunque Trujillo no supiera el día o la hora, estaba en estado de alerta para repeler cualquier expedición que llegara a territorio dominicano.