Mientras Estados Unidos organizaba un encuentro de los países latinoamericanos para alinearlos con la Doctrina Truman en 1947 y Trujillo preparaba la pompa de su toma de posesión el 16 de agosto, en Cuba los preparativos de una expedición contra la dictadura aceleraban. “…la ingente actividad de Juan Rodríguez y su aportación financiera propiciaban que el movimiento antitrujillista diera trascendentes pasos de avance en el orden político y organizativo. Así, en junio de 1947, los principales líderes de la oposición dominicana acordaron preparar una expedición armada y despacharla hacia Santo Domingo lo más pronto posible, con el objetivo de derrocar a Trujillo antes de su cuarta toma de posesión presidencial. Del mismo modo, en los primeros días de julio aprobaron e imprimieron los programas y la propaganda que sería lanzada desde el aire, y dieron la orden de reclutamiento. En su quehacer conspirativo, los exiliados quisqueyanos contaron con la anuencia del gobierno de Grau San Martín y el apoyo de algunas organizaciones y personalidades de la Isla con las que sostenían estrechas relaciones” (Vásquez, pp. 53-54). Todo ese accionar era conocido en muchos ámbitos de la sociedad cubana por el alto nivel de activismo y la participación de actores cubanos. Era imposible que en ese nivel de los hechos no llegaran informaciones a las embajadas, especialmente a la de Estados Unidos y República Dominicana. Además, como señala Vásquez, y que ya hemos comentado antes, “En este proyecto expedicionario-insurreccional, que pasaría a la historia como «La expedición de Cayo Confites», confluirían nuevamente los anhelos libertarios y la solidaridad de cubanos y dominicanos. Pero junto a tan nobles propósitos, también estarían presentes intereses espurios e inconfesables” (Vásquez, p. 54). Si las dilaciones de los primeros fue en gran medida fruto de la ingenuidad, de los segundos es indudable que sus intenciones no eran libertar la sociedad dominicana de su dictadura, sino aprovechar el contingente militar que se iba reclutando para intervenir en la misma Cuba, o tomar el poder en República Dominicana para establecer una dictadura sin Trujillo. El resultado del proyecto estaba tan sometido al azar de las fuerzas que lo componían que ninguno de los organizadores podía controlar lo que ocurriría una vez partiera la expedición.

Semejante empresa demandaba una dirección que según Vásquez se organizó de la siguiente manera. “…el consenso de la oposición dominicana cristalizó el 13 de julio de 1947 con la elección de un Comité Central Revolucionario (CCR) como autoridad suprema de la revolución. Presidido por el licenciado Ángel Morales (…), el CCR estaba compuesto, además, por otros cuatro miembros: Juan Rodríguez, designado comandante en jefe del Ejército Libertador; los doctores Juan Isidro Jimenes-Grullón y Leovigildo Cuello, así como el escritor Juan Bosch” (Vásquez, p. 55). El mismo autor usa una cita de Fidel Castro sobre ese proyecto que denota el caos que representaba. “Todo aquello estuvo muy mal organizado […] Fue una de las cosas peor organizadas que he visto en mi vida”. Y razón tuvo Fidel en esa valoración. Ya en ese entonces el conflicto permanente entre Juan Isidro Jimenes Grullón y Juan Bosch era harto conocido y se mantuvo el resto de sus vidas, incluso fue llevada a la vida política dominicana al caer la dictadura trujillista en 1961. Ya hemos comentado también como Juan Bosch se preocupó al enterarse por boca del mismo Juan Rodríguez que antes de salir al exilio había organizado un grupo de hacendados que buscaban derrocar a Trujillo y para el autor de La Mañosa eso representaba un retroceso político en relación con Trujillo, que estaba impulsando a su manera un proceso de desarrollo del capitalismo en el país, bajo el yugo de su voluntad y como principal beneficiario. Si los hacendados se hacían con el poder en un momento post-Trujillo equivaldría -con sus diferencias- casi una vuelta a la sociedad hatera del siglo XIX.

Desde la embajada de Estados Unidos en Cuba la colecta de la información a mediados del 1947 los lleva a plantear que: “…los elegidos asumieron el compromiso de llevar a cabo una revolución armada en la República Dominicana, cuyo propósito inmediato sería la derrota de la tiranía y la instauración de un gobierno revolucionario que organizara la vida del pueblo «sobre la base de la libertad política y económica y la justicia social», y colaborara «en la lucha por el establecimiento de la democracia en todos los países de América»” (Vásquez, p. 55). Aquí los conceptos y las ideas importan. El término revolución o gobierno revolucionario de varias maneras los afiliaban al movimiento comunista internacional y para los intelectuales al servicio del Pentágono y el Departamento de Estado era una señal de alarma. Y el segundo objetivo -la lucha por el establecimiento de la democracia en todos los países de América- era una clara vocación injerencista en otros países del hemisferio una vez consolidad dicho gobierno revolucionario. Por supuesto Trujillo seguía una política injerencista a favor de los regímenes de fuerza y el derrocamiento de las democracias, pero su discurso era de sometimiento a los intereses norteamericanos. Un nuevo gobierno dominicano fruto de la expedición, con vocación injerencista no necesariamente respondería a los mismos intereses.

El apoyo de Grau en esa etapa fue generoso. “…representantes del CCR sostuvieron varias entrevistas con Ramón Grau San Martín en las que le informaron la situación del movimiento, le expusieron sus necesidades y le solicitaron ayuda. El presidente cubano accedió y encargó de la operación al ministro de Educación José Manuel Alemán, hombre de su entera confianza y de su más cercana intimidad; al mismo tiempo, designó a Jorge Felipe Agostini, capitán de la Marina de Guerra y jefe de la Policía Secreta del Palacio Presidencial, como su enlace directo con los revolucionarios” (Vásquez, pp. 56-57). José Manuel Alemán era hermano de padre del P. José Luís Alemán, jesuita y gran economista, con quien me vinculó una gran amistad y que me relató muchas anécdotas de este. Alemán, el ministro, no el sacerdote, era muy conocido en Cuba por ser un tipo corrupto y promotor de grupos gansteriles para el accionar político, su fortuna al morir se calculó en más de 200 millones de dólares, obtenido del robo del erario cubano. El P. Alemán me confesó una vez que de su hermano se decía que usaba la expresión “tiburón se baña pero salpica”, refiriéndose a que robaba pero repartía entre sus colaboradores.