Mientras los preparativos para la expedición de Cayo Confites se aceleraban en Cuba durante los primeros meses de 1947, Trujillo estaba montando una elección para reelegirse nuevamente. El 16 de mayo de 1947 consumó nuevamente una farsa electoral que lo reeligió de manera absoluta como presidente de la República Dominicana. Previo a las elecciones Trujillo apela a la ayuda de los Estados Unidos. “Ante la inminencia de las elecciones presidenciales en la República Dominicana, Trujillo reclamó la ayuda de los Estados Unidos a fin de paliar el aislamiento político en que se encontraba y la actitud crítica que le manifestaban varios jefes de misiones diplomáticas acreditados en Santo Domingo. El encargado de la misión fue el canciller Arturo Despradel, quien se entrevistó al efecto con el embajador norteamericano George H. Butler el 6 de mayo de 1947” (Vásquez, pp. 48-49). El dictador buscaba afanosamente una legitimidad que le negaban sus opositores externos, tanto varios gobiernos, como los exiliados. La farsa de apertura política del año anterior estaba latente en el ánimo de muchos diplomáticos y nadie le creía al dictador que efectivamente estaba desarrollando un proceso democrático.
De ese encuentro entre Despradel y Butler se originó un telegrama del embajador norteamericano que Vásquez detalla. “En telegrama al Departamento de Estado, Butler informó que Despradel le había suplicado que lo ayudara para lograr una actitud más amistosa y cooperativa del cuerpo diplomático. El embajador, que no simpatizaba con el régimen de Trujillo, le respondió que su sede diplomática había cooperado en casos donde tal acción era de mutua ventaja para los dos pueblos y gobiernos, pero le reiteró la política de «absoluta no-intervención —ni oposición ni apoyo a la administración de Trujillo— en los asuntos políticos dominicanos». Y agregó que estaba haciendo un gran esfuerzo de conciencia para ser objetivo y justo, pero se veía forzado a concluir que las instituciones y prácticas democráticas, tal como se concebían en los Estados Unidos, no existían en la República Dominicana. Despradel alegó que la cooperación era esencial para combatir el comunismo, pero Butler le aseguró que toda oposición «no era necesariamente comunista» e insistió en la necesidad de luchar «por la democracia real»” (Vásquez, p. 49). Indudablemente Trujillo tenía aliados en el seno de Estados Unidos, usualmente bien pagados, pero el embajador Butler no era uno de ellos. Sin negar que los Estados Unidos venían desarrollando una campaña anticomunista a escala global, eso no le impedía reconocer que el anticomunismo que exhibía Trujillo era un mecanismo para mantener una dictadura que ni permitía la existencia de una oposición no-comunista que compitiera en elecciones libres a la usanza de los Estados Unidos. Los hechos demostraron al final que Estados Unidos se inclinaba más por mantener a Trujillo en el poder y no arriesgarse a una intervención militar de los exiliados que no tenían claro su propósito último, en especial por lo abigarrado de su composición ideológica. En Cayo Confites confluían desde hacendados hasta comunistas, pasando por auténticos defensores de la democracia representativa como lo era Bosch en ese momento.
Trujillo no sólo tenía la vista puesta en la conspiración que suponía se forjaba en Cuba con el respaldo de Grau San Martín, sino que se involucró en planes contra el gobierno de Betancourt a quien consideraba un enemigo peligroso. “El temor de Trujillo lo llevó a involucrarse aún más en la conspiración contra el Gobierno de Venezuela. Así, el 19 de junio, el embajador norteamericano en Santo Domingo, George H. Butler, al referirse a un informe de la Marina de los Estados Unidos sobre declaraciones del general Eleazar López Contreras que implicaban claramente a Trujillo y a su gobierno en planes para un ataque armado contra el Gobierno de Betancourt, informó al Departamento de Estado que el canciller dominicano le había asegurado que eso no era cierto” (Vásquez, p. 51). Nuestro autor a la vez confronta esa posición con la del embajador norteamericano en Cuba. “En la misma línea, pero con un enfoque más ingenuo, el embajador norteamericano en Cuba, R. Henry Norweb, aseguraría meses después que hasta la primera mitad de julio de 1947, la «mayoría de la gente» parecía haber olvidado la invasión contra Trujillo debido al interés en una amenaza «diversionista» de invasión dominicana a Venezuela, cuyos indicios —incluida la posible adquisición ilegal por el dictador de aviones de guerra norteamericanos— el Departamento de Estado seguía al menos desde febrero del propio año. Según Norweb, los rumores de crecientes preparativos en Santo Domingo para una invasión armada contra el gobierno de Rómulo Betancourt dominaban hasta tal punto el pensamiento acerca del teatro de operaciones caribeño, que «los primeros informes procedentes de Cuba sobre una inminente invasión de la República Dominicana fueron descartados o vistos como una posible cortina de humo para cubrir el asunto venezolano»” (Vásquez, p. 51-52). Este testimonio del embajador norteamericano en Cuba señala lo complejo que estaba el proceso en 1947 a pocos meses de que los expedicionarios se embarcaran para República Dominicana. Los intereses de Trujillo en el Caribe eran amplios y el caso de Venezuela le quitaba el sueño, sin saber que Betancourt se había desentendido en gran medida del proyecto de Cayo Confites, pero si mantenía una postura internacional contra el gobierno del dictador.
En diciembre del 1947 Venezuela celebró elecciones y fue elegido Rómulo Gallegos, pero su gobierno fue derrocado en noviembre del 1948, por un golpe militar que puso en el gobierno a Carlos Delgado Chalbaud. El destino de Gallegos es comparable al de Bosch que, siendo grandes figuras literarias de América Latina, elegidos a la presidencia democráticamente por sus respectivos pueblos y derrocados por los militares en menos de un año. Trujillo se libró con la caída de Gallegos de un gobierno hostil a su dictadura y ganó un aliado con los militares venezolanos, al final Trujillo terminó recibiendo en Santo Domingo a Pérez Jimenes en enero del 1958, último gobernante militar venezolano de esa etapa, pero volvió contra él la figura de Rómulo Betancourt que ganó el poder mediante elecciones en 1959 y reinició la hostilidad contra el sátrapa caribeño. Es conocido el atentado patrocinado por Trujillo contra Betancourt el 24 de junio de 1960, que conllevó a una decisión unánime de la OEA de aislar a Trujillo en la VI Conferencia de Cancilleres. Ese fue el principio del fin del dictador dominicano.