En 1946 las acciones del exilio dominicano para derrocar a Trujillo, bajo el liderazgo del Frente Unido de Liberación Dominicana, fundado en noviembre del 1944, eran de conocimiento de Trujillo casi al detalle. “…durante todo el año 1946 los «esfuerzos y trabajos bélicos alcanzaron tal notoriedad y los informes en torno a los mismos fueron tan numerosos y tan precisos», que a principios de noviembre el secretario de Relaciones Exteriores, por instrucciones de Trujillo, convocó al Cuerpo Diplomático acreditado en la capital dominicana y «lo enteró de la situación»” (Vásquez, p. 43). Por un lado, los servicios de información de la dictadura dominicana en el extranjero demostraban su capacidad de darle seguimiento a los planes conspirativos de sus adversarios en el exilio y por otro lado el apoyo de gobiernos como el haitiano y venezolano se esfumaban.
Vásquez se apoya en el testimonio de José Almoina, a la sazón secretario personal del dictador y que sería asesinado por Trujillo en mayo del 1960 luego de que desertara de la tiranía en 1947 y publicara su obra Una Satrapía en el Caribe: historia puntual de la mala vida del déspota Rafael Leónidas Trujillo. “…el entonces secretario de Trujillo, José Almoina, afirmara que las primeras noticias del plan invasor llegaron a Santo Domingo en septiembre-octubre de 1946 y no durante todo ese año como se dice en el Libro Blanco. Según Almoina, la fuente —«un amigo mexicano»— advertía que se estaba organizando en Cuba una expedición reclutada entre los llamados bonches, la cual Grau favorecía por tres motivos fundamentales: 1) Dar satisfacción a los exiliados dominicanos amigos suyos que no dejaban de presionarlo; 2) Su personal enemistad con Trujillo; 3) Aprovechar la oportunidad de deshacerse de la perturbadora presencia de los mencionados bonches, a los cuales Almoina calificó de «aventureros arriscados que le ocasionaban diariamente problemas y conflictos graves no solo en la calle y en los campos, sino en el seno del Ejército y la Policía»” (Vásquez, p. 43). La denominación de bonches es un fenómeno de la vida política cubana en los años 40, donde el gansterismo político era común, sobre todo entre estudiantes de la Universidad de la Habana, y dificultaba la seguridad ciudadana, ya que se cometían agresiones y asesinatos entre diversos grupos políticos. En el testimonio de Bosch sobre Cayo Confites señala como una expresión de esa actividad gansteril se manifestó cuando Masferrer pretendía desembarcar en La Habana para dar un golpe de Estado usando los recursos militares de la expedición de Cayo Confites justo cuando partían hacia República Dominicana.
No es insensato el juicio de Almoina de que para Grau la expedición implicaba la posibilidad de deshacerse de una buena parte de esos aventureros políticos con actitudes violentas. Sobre la presión de los exiliados dominicanos amigos del PRC (A) es indudable que Bosch debió ser el principal, y que mantuvo la presión sobre el gobierno de Grau para lograr materializar la expedición.
Vásquez no obstante no exagera la capacidad de informarse de Trujillo, ni siquiera la de Estados Unidos, sobre los preparativos de lo que sería Cayo Confites. “A la luz de la información disponible en la actualidad, parece ser que el espionaje trujillista andaba un poco despistado y el dictador exageró intencionalmente el peligro de invasión armada, quizá con el propósito señalado por Almoina o con el de galvanizar el apoyo interno y exterior a su régimen. Algo confundido estaba también el Gobierno norteamericano, en cuyos documentos desclasificados no aparecen elementos relativos a planes de invasión en 1946” (Vásquez, p. 44). Por un lado, es razonable pensar que no era posible mucho secretismo en un proyecto que unía a actores tan diversos ideológicamente, pero por otro lado tampoco es descabellado que Trujillo promoviera constantemente el miedo a una agresión como una forma de justificar la adquisición de material militar sobrante de la Segunda Guerra Militar y unificar internamente a sus aliados civiles y militares. En el contexto del anticomunismo ascendente por los Estados Unidos. Trujillo apelaba a que era un aliado fiel de los Estados Unidos en su lucha contra la Unión Soviética e internamente exacerbaba el miedo a una invasión de comunistas que destruyeran el régimen de propiedad existente, la unidad de las familias y el espíritu cristiano de su dictadura. Una evaluación de la propaganda interna durante esos años confirma ese hecho.
Sabemos que previo al proyecto de Cayo Confites se articuló un movimiento interno contra el tirano. Bosch tenía claro todos esos factores, e incluso su análisis abarcaba los riesgos de que el proyecto de Juan Rodríguez -de un levantamiento dirigido por los terratenientes contra Trujillo- implicaría un cambio de poder sin una verdadera revolución contra la dictadura. “Juan Bosch ignoraba estas gestiones de Rodríguez, que conocería tardíamente, ya en Cayo Confites, por boca del propio hacendado. Esta revelación le haría reflexionar sobre las limitaciones de la insurrección que se preparaba y las razones que impedirían su éxito” (Vásquez, p. 45). Cuando Bosch se enteró de ese proyecto fallido ya Juan Rodríguez era uno de los líderes de Cayo Confites y un poderoso financiador de la expedición. Este es otro poderoso motivo para entender que Cayo Confites nació muerto desde su fragua.
La presencia de Rodríguez en Cuba la analiza con precisión Vásquez al afirmar que: “…cuando el hacendado llegó a La Habana unos meses antes, las ansias libertarias del afamado escritor (Bosch) y de los demás exiliados dominicanos cobraron nuevos bríos. Ello se debía no solo al entusiasmo y la vitalidad que exhibía Rodríguez a sus sesenta años, sino también a que traía consigo algo que siempre había faltado a la oposición quisqueyana para llevar adelante sus planes: dinero. Y en cantidad nada despreciable —medio millón de pesos, según la mayoría de las fuentes; 400,000 o 600,000, al decir de otras; 300,000, de acuerdo con el propio Rodríguez —, procedente de la porción de su fortuna que había logrado sacar de la República Dominicana” (Vásquez, p. 46). Como siempre el que pone el dinero en la fiesta en gran medida define la música que se toca y todo el movimiento estaba siendo financiado por quien no tenía una propuesta revolucionaria en la expedición, sino más bien un cambio de cabeza en la dictadura. Trujillo en el 1946 lanzó una propuesta que es uno de los ardides más sórdidos en su historia para debilitar la oposición de su régimen, eso lo veremos en la próxima entrega de la mano de Humberto Vásquez García.