Los planes para llegar a República Dominicana por la vía aérea en la expedición de Cayo Confites tenían un punto esencial en Santo Domingo. “A juicio de Juan Bosch, Santo Domingo era el sitio ideal para combatir debido a que había muchas casas de concreto que podían convertirse en puntos fortificados; había teléfonos, médicos y farmacias donde obtener medicinas para curar heridos y enfermos; era el lugar donde podían hallar más hombres y mujeres dispuestos a pelear contra la dictadura y donde se podía llegar con mayor facilidad ya que el aeropuerto estaba entonces «pegado» a la ciudad. «Nosotros debíamos traer unas 200 armas [puntualizó] para los que se nos unieran, de manera que estábamos en condiciones de formar rápidamente una fuerza combativa»” (Vásquez, pp. 65-66). Bosch se refiere al Aeropuerto General Andrews, ubicado en la zona norte de lo que era entonces el tamaño de la ciudad de Santo Domingo, donde actualmente está el Centro Olímpico. Estos criterios de Bosch se apoyaban en que la fuerza aérea de Trujillo fuera más débil de lo que imaginaba y que sectores de la población de la ciudad capital se les uniera de manera entusiasta. Todo esto se pensaba cuando todavía no habían abordado los barcos en Cayo Confites.

Un punto disidente lo ofrece Vásquez apelando a los criterios de Fidel Castro, quien se había enrolado en la expedición. “…un estudiante de Derecho de la Universidad de La Habana, que cumpliría veintiún años en las arenas de Cayo Confites y advirtió tempranamente los males de fondo del movimiento antitrujillista, se la cuestionó. Era Fidel Castro, quien apreció que la expedición era caótica (pues carecía de táctica y estrategia, y se trataba de un ejército que no era ejército, cuyos mandos se habían repartido políticamente entre las personalidades), y objetó la idea de desembarcar en Santo Domingo para chocar frontalmente con un ejército que poseía marina de guerra, aviación y miles de hombres bastante bien organizados, entrenados y armados por los gobiernos norteamericanos” (Vásquez, p. 66). Fidel proponía en cambio una guerra irregular, que fue el éxito de su expedición a finales de los años 50 contra Batista, ya que el contingente reunido para Cayo Confites no tenía la menor posibilidad de éxito frente al poder bélico de la dictadura trujillista. Si Fidel pensaba así antes de partir la expedición, es meritorio que no la abandono aunque en su fuero interno supiera que iban a ser masacrados.

La lucha contra Trujillo desde el exterior siempre fueron esfuerzos más enmarcados en el idealismo político que en el razonamiento militar realista, la historia nos lo demuestra en todos los casos. Incluso la expedición del 14 de junio del 1959, respaldada en todos los órdenes por Fidel y la revolución naciente, tenía ese mismo defecto. La última de todas, la expedición de Caamaño en 1973, también cobijada por Fidel, fue un monumento al martirio, más que un plan efectivo con posibilidades de éxito militar. Algo hay en la mentalidad dominicana de los actores más progresistas que al asumir acciones, externas e internas, contra dictaduras prevalece el espíritu y no la razón. Y la memoria de estos todavía en la actualidad es un canto al sacrificio y no a la astucia política y militar. ¿A qué se debe eso?  A que el movimiento revolucionario dominicano está cargado de emociones -legítimas, no lo dudo- pero carente del estudio necesario de la realidad social dominicana en cada momento y las debilidades siempre existentes de las estructuras de poder. El voluntarismo de los liderazgos y el ansia por la acción política y militar desborda la necesaria prevención, la rigurosa planificación y la elección de los medios más eficaces. Si nos remontamos a la historia, igual que los trinitarios se aliaron con los hateros (más poderosos que ellos) y los revolucionarios de Cayo Confites reunieron en su seno a muchos actores opuestos a su ideario político, esta nos enseña -y todavía no lo hemos aprendido- que acometer tareas de tal envergadura para cambiar el rumbo de la sociedad dominicana es un asunto que demanda mayor estudio y aprendizaje de las experiencias revolucionarias de todo el mundo, especialmente en el escenario latinoamericano. Por eso Bosch a partir del 1965 dedicó gran parte de su tiempo al estudio de la realidad dominicana y dejar un legado teórico que sirva a futuras generaciones, no las actuales, para emprender proyectos políticos revolucionarios con posibilidades razonables de éxito.

Además, un factor clave en todo ese proceso, es la capacidad de intervención, directa o indirecta, del imperialismo norteamericano, que cuenta con un elevado nivel de conocimiento de los procesos que ocurren en América Latina. Un ejemplo sirve de modelo. La intervención norteamericana de 1965, justo al día siguiente de que los constitucionalistas habían derrotado del lado oeste del puente Duarte a las tropas de San Isidro, fue un hecho que tomó desprevenido al liderazgo militar progresistas y al liderazgo político, incluido al mismo Bosch, que hasta esa fecha no consideraba que su golpe de Estado tenía detrás los intereses del Departamento de Estado. Definitivamente el estudio de nuestra historia, y de la realidad social del momento, y de las condiciones que le afectan directamente se imponen para poder dirigir un proyecto político, social y económico que logre más justicia, libertad, democracia y progreso en la sociedad dominicana.

La realidad social dominicana, eminentemente conservadora e individualista, -Bosch diría por la mentalidad pequeña burguesa-, es un motor que continuamente desnaturaliza a quienes se consideran revolucionarios y terminan actuando en su beneficio particular, corrompiéndose y traicionando el proyecto de cambio, sea desde el poder, como desde la oposición. Entender la naturaleza de ese proceso es esencial para lo que vengo exponiendo, y que en el caso de Bosch está demostrado que ni siquiera la formación política, como lo implementó en el PLD hasta que perdió la lucidez para dirigirlo, no basta. Tampoco es meritorio el discurso de barricada, aislado y crítico, ya que no es posible el cambio sin organizar efectivamente a los que tienen las condiciones y la vocación para actuar revolucionariamente.

Ceso en este número los comentarios del libro de Humberto Vásquez García para revisar el testimonio de Tulio H. Arvelo, que participó en Cayo Confites en 1947 y Luperón en 1949.