Humberto Vázquez García, historiador cubano, publicó en el 2012 un libro titulado La expedición de Cayo Confites, y dos años después reeditó la obra por el AGN y la Editorial Oriente de Cuba, eso facilita su acceso al lector dominicano. Este hecho, ocurrido en 1947, es cuestión es de gran interés para investigadores de ambas naciones y el resultado de la investigación de Vázquez García aporta claves interpretativas de gran valor. Justo al inicio, en una Presentación a la Segunda Edición, señala Eliades Acosta Matos la diversidad de posturas políticas en dicho proyecto: “¿Cómo entender, por ejemplo, que entre los cinco jefes de los batallones libertarios concentrados en el Cayo, dos terminaran trabajando, precisamente, a las órdenes de tiranos, como fue el caso de Eufemio Fernández, para Trujillo, y Rolando Masferrer, para Batista? ¿Y qué nos dice el hecho de que otro, Diego Bordas, fue uno de los ministros del breve gobierno de Juan Bosch, en 1963, mientras el general Miguel Ángel Ramírez Alcántara, jefe del Batallón Cabral, ¿lo sería del Triunvirato que sucedió a la Junta Militar que lo derrocó mediante el golpe de Estado del 25 de septiembre de ese mismo año? El final histórico del abigarrado contingente de Cayo Confites también se retrata en la multiplicidad de personalidades que se entrecruzaron en esta abortada cruzada por la libertad del pueblo dominicano” (Vázquez, pp. 10-11). En Cayo Confites coincidieron demasiados hombres y demasiadas mentalidades que tenían únicamente en común el derrocamiento de Trujillo; previo a dicho proyecto, y posterior al mismo, no sería posible unirlos en ninguna otra empresa política. El antritrujillismo únicamente se explica como la voluntad de sacar el tirano, fuera para suplantarlo, fundar una democracia, o hasta una revolución profunda. Bosch tenía muy claro eso en el momento de la Expedición y por supuesto mucho más claro al regresar a República Dominicana en 1961 y ganar las elecciones del 1962.
Si los opositores a la tiranía eran muchos y pensaban diferente, el dictador mantenía una unidad de criterio monolítico en todo lo concerniente a su preservación absoluta del poder económico. social, político y militar en la República Dominicana. Para Trujillo había hombres y mujeres útiles para su régimen, o tan opuestos a él que bien merecían la cárcel o la muerte. Ese mismo criterio lo aplicó a los expedicionarios de Cayo Confites una vez desbandados por las fuerzas militares cubanas. “Es curioso y sintomático que, tras el fracaso de la expedición, Trujillo se desveló por mantener ubicados a sus participantes en los diferentes países de América Latina donde se asentaban. Existe una copiosa correspondencia entre el tirano y Félix W. Bernardino, a la sazón Encargado de Negocios en Caracas, donde se narra, con lujos de detalles, la manera en que este intentó, en algunos casos con éxito, reclutar «confiteros», como les llamaba, para lo cual desplegó una política de atracción, sobornos y falsa cordialidad. En La Habana, donde se hallaba de visita por esos días un atípico funcionario trujillista, Ramón Marrero Aristy, este detallaba en carta al sátrapa el cumplimiento de la orden de tantear a Mauricio Báez, a quien invitó a almorzar en un restaurant de El Vedado. A diferencia de otros, este vertical luchador sindical de origen obrero rehusó arrepentirse de su participación en la expedición. Para suavizar la previsible cólera del tirano, Marrero Aristy lo describió como «un hombre mordido por la nostalgia». Ambos, con pocos años de diferencia, serían asesinados por el tirano, poco dado a los giros poéticos. (Vázquez, p. 13). El comentario es de la Presentación de Eliades Acosta Matos al libro. Y abunda este filósofo e historiador cubano en los aspectos judiciales de la dictadura trujillista: “…existe en el Archivo General de la Nación, de República Dominicana, una abundante documentación judicial con los juicios efectuados en rebeldía contra decenas de expedicionarios de Confites y quienes se consideraban sus cómplices, lo cual reeditaría el tirano tras la expedición del 14 de junio de 1959 por Constanza, Maimón y Estero Hondo, que a diferencia de la del Mariel, en 1934, y la de Confites, en 1947, sí logró desembarcar, aunque fracasara militarmente, reeditando lo sucedido el 19 de junio de 1949 en Luperón” (Vázquez, pp. 13-14). La obsesión de Trujillo por la formalidad -en las transacciones económicas, las elecciones o los procesos judiciales y legislativos- buscaba comunicar un barniz de modernidad y civilidad al despliegue brutal de su violencia en el ejercicio del poder. Esa postura definitivamente se la brindó su formación como oficial a cargo del Cuerpo de Marines de los Estados Unidos y su pulsión de no ser considerado como un salvaje por parte de los europeos y los estadounidenses.
Ya de la pluma de Humberto Vásquez nos encontramos con una descripción y contextualización de Juan Bosch al momento de la Expedición. “Entre sus miembros destacados figuraba Juan Bosch, quien con solo veintinueve años ya tenía una bien ganada fama como escritor. A causa de su oposición al régimen había sufrido arresto y, una vez en libertad, fue designado jefe de la Sección del Censo de la Oficina de la Estadística Nacional. Era una de las típicas artimañas de Trujillo para corromper y desprestigiar a sus adversarios, que en este caso subió de tono cuando intentó hacerlo diputado. Con el pretexto de la delicada salud de su esposa, Bosch viajó a Puerto Rico en enero de 1938 y al mes siguiente dirigió una carta pública a Trujillo en la que renunciaba al cargo y patentizaba su oposición a la tiranía. A principios de 1939, llegó a La Habana para acordar con la editorial Cultural S.A. la publicación de la obra del educador y ensayista puertorriqueño Eugenio María de Hostos. En Cuba, Bosch se relacionó con Enrique Cotubanamá Henríquez, un médico oriundo de Santo Domingo que había conocido en Puerto Rico. Hijo del expresidente dominicano Francisco Henríquez y Carvajal —quien durante el gobierno de Trujillo fue designado ministro plenipotenciario en Cuba, donde murió en 1935— y sobrino de Federico —el gran amigo de Martí—, Cotubanamá Henríquez había luchado contra las dictaduras de Machado y Batista, ocupaba altas posiciones en el Partido Revolucionario Cubano (Auténtico) [PRC (A)] y estaba casado con Mirella Prío, hermana del destacado dirigente de ese partido Carlos Prío Socarrás, de quien también era amigo personal. Esta circunstancia le propició a Bosch entablar una estrecha amistad con Prío y mediante él conectarse con las altas esferas del autenticismo, incluido su principal líder: Ramón Grau San Martín” (Vázquez, pp. 31-32). Todos esos aspectos lo hemos estudiado en varias entregas anteriores y existe consenso sobre los mismos entre los estudiosos de Juan Bosch.