En 1944 Juan Bosch alabó que el Congreso de Venezuela remitiera una carta al gobierno de El Salvador solicitando preservar la vida del Dr. Arturo Romero, que a la sazón estaba detenido en un hospital esperando que se recuperara de las heridas sufridas durante el levantamiento del 2 de abril del mismo año contra la dictadura del General Maximiliano Hernández Martínez para ser ejecutado. Cuando salió publicado el artículo de Bosch en La Habana, el 6 de mayo, a la tiranía de Hernández Martínez le quedaban 3 días en el poder y con su derrocamiento se abrió la posibilidad de una apertura democrática en El Salvador con la convocatoria de elecciones, pero estas fueron abortadas por otro golpe militar el 21 de octubre de 1944.

Bosch contextualiza esa carta de los legisladores venezolanos en el momento que vivía la patria de Bolívar. El siglo XX venezolano inició con la dictadura de Juan Vicente Gómez, quien duró en el poder desde el 1908 hasta el 1935. Rafael Leonidas Trujillo se asemeja mucho como tirano a Gómez. José Eleazar López Contreras, con expresiones autoritarias atenuadas, si lo comparamos con Gómez, gobernó a Venezuela del 1935 al 1941. Cuando Bosch escribe el artículo mencionado presidía Venezuela Isaías Medina Angarita, quien había sustituido a López Contreras. Su valoración de Medina Angarita era relativamente positiva cuando afirma: “Hoy, ocho años después, Venezuela está a la vanguardia de todos nuestros países, poniendo en práctica justamente los principios opuestos a los que manejaba Gómez y elogiaban sus servidores. En vida de Gómez no se hubiera pedido clemencia para Arturo Romero e incluso se hubiera considerado peligroso antecedente no ponerle ante un pelotón de fusilamiento. De haberse visto obligado a decir algo en caso parecido, Juan Vicente hubiera dicho esto: “Espero que lo fusile cuanto antes, compadre Martínez” (V. XXXIV, p. 296). Igual postura la tendría Trujillo, todavía en el poder, y Bosch bien lo sabía. El gobierno de Medina Angarita sería derrocado el 18 de octubre de 1945 por grupos militares y el partido Acción Democrática, bajo el liderazgo de Rómulo Betancourt, es decir a un año y medio del texto publicado por Bosch. Betancourt fue amigo de Bosch desde el 1929, cuando visitó Santo Domingo promoviendo la lucha contra Gómez, hasta después del Golpe de Estado contra Bosch en 1963. Los dos se distanciaron al tenor de la propaganda anticomunista que contra Bosch y su gobierno difundieron la oligarquía dominicana y sectores del Departamento de Estado de Estados Unidos.

La lucha contra el autoritarismo y por la democracia marcó prácticamente todo el siglo XX en el Caribe. Era la respuesta de los mejores hombres y mujeres de esta región a las dictaduras establecidas para preservar los intereses de las oligarquías locales y las inversiones de capitalistas estadounidenses, manteniendo a sus pueblos sumidos en la miseria, la ignorancia y el terror. Aunque la ideología anticomunista fue el recursos más utilizado, algunos “creativos” locales, lambebotas de los dictadores, inventaron sus propias explicaciones. Es en ese contexto que Bosch señala: “Mientras él vivió (Juan Vicente Gómez), y aún a raíz de su muerte, los hijos descastados de América vociferaron que sólo Gómez podía gobernar a Venezuela y que sus métodos eran los únicos idóneos para tener frenado a un mundo en formación, caótico por la misma fuerza de su proceso de integración. Hubo hasta un escritor que inventó la teoría de la “democracia cesárea” para justificar a Juan Vicente. La ciencia y el arte de escribir fueron puestos al servicio de la regresión, a cambio, desde luego, de millares y aún millones de bolívares, llamados a pagar la “inteligencia” de esos pseudo pensadores que aterraron a Venezuela con la idea de que la desaparición de su amo conllevaría la del país. Tales ideas y tales métodos de propaganda se exportaron a muchos países del continente…” (V. XXXIV, p. 296). Incluida la República Dominicana.

Por supuesto, para contextualizarlo, es importante señalar que no toda la intelectualidad venezolana se plegó a la dictadura de Gómez, ya mencionamos a Betancourt, pero hubo otros. Antonio Tinoco Guerra en un artículo titulado La intelectualidad venezolana en el siglo XX: Julio César Salas señala que: “Sería una mezquindad afirmar que durante aquellos años de dictadura la vida intelectual en Venezuela fue pobre. Todo lo contrario, durante los regímenes de Castro y Gómez la actividad intelectual fue intensa, aparecieron, entre otras, las revistas Cosmópolis (1894-1895) y El Cojo Ilustrado (1892-1915), publicaciones de la más alta calidad, que lograron una gran proyección en el ámbito continental”. Y Tinoco menciona algunos nombres de esos intelectuales: “La aparición de escritores como José Gil Fortoul, Lisandro Alvarado, Rufino Blanco Fombona, Teresa de la Parra, Manuel Díaz Rodríguez, César Zumeta, Pío Gil, Pedro Manuel Arcaya, Pío Tamayo, José Rafael Pocaterra, Tulio Febres Cordero, Jesús María Semprúm, Laureano Vallenilla Lanz y Julio César Salas, por mencionar solo los más conocidos, demuestra lo rico que fue para Venezuela aquél momento histórico”. La mención de Rufino Blanco Fombona nos remite a Horacio Blanco Fombona, su hermano, que tanto aportó a la cultura dominicana con publicaciones y su enfrentamiento a la Invasión de los Estados Unidos (1916-1924) y posteriormente a la dictadura trujillista. Horacio y Juan Bosch fueron amigos y literalmente el primer editor de muchos de sus cuentos en su revista Bahoruco Ilustrado. A través de Rómulo Betancourt y de Horacio Blanco Fombona, Juan Bosch entró en contacto con la realidad venezolana de su tiempo y la brutal dictadura de Gómez.

En la defensa de las dictaduras venezolanas, al igual que en otros países de la región, se llegó incluso a apelar a los grandes libertadores latinoamericanos. Por eso señala Bosch que: “El Libertador dijo un día que Venezuela era un cuartel. La frase de aquel grande fue utilizada hasta el abuso por los partidarios de la “democracia cesárea” en el país “¡Venezuela es un cuartel y debe ser gobernada como tal, con rigor y disciplina! ¡Lo dijo Bolívar, que fue un profeta!” (V. XXXIV, p. 296). Semejante aberración es utilizada también por las minorías antihaitianas criollas al levantar la bandera de Juan Pablo Duarte en sus discursos racistas y xenófobos, ocultando posturas del patricio como lo señaló el editorial de Acento del 25 de julio del 2017: “Quienes hoy se llaman nacionalistas y seguidores de Juan Pablo Duarte no pueden utilizar el pensamiento duartiano para inyectar a los ciudadanos dominicanos el odio que transmiten en sus mensajes por diversas vías. Somos dominicanos, y seguiremos siendo orgullosamente dominicanos, y Duarte seguirá siendo el mejor ejemplo de los luchadores por nuestra libertad, pero sin odio y sin racismo, y sin abusar manipulando la historia ni los datos que de ella se desprenden”. Ese mismo editorial de Acento reproduce uno de los textos más hermosos de Duarte. “Yo admiro al pueblo haitiano desde el momento en que, recorriendo las páginas de su historia, lo encuentro luchando desesperadamente contra poderes excesivamente superiores, y veo como los vence y como sale de la triste condición de esclavo para constituirse en nación libre e independiente.  Le reconozco poseedor de dos virtudes eminentes, el amor a la libertad y el valor; pero los dominicanos, que en tantas ocasiones han vertido gloriosamente su sangre, ¿Lo habrán hecho para sellar la afrenta de que en sus sacrificios le otorguen sus dominadores la gracia de besarles la mano? ¡No más humillación! ¡No más vergüenza! Si los españoles tienen su monarquía española, y Francia la suya francesa; si hasta los haitianos han construido la República Haitiana, ¿Por qué han de estar los dominicanos sometidos, ya a la Francia, ya a España, ya a los mismos haitianos, sin pensar construirse como los demás? ¡No, mil veces! ¡No más dominación! ¡Viva la República Dominicana!”. Al igual que los discípulos de Gómez venezolanos se escudaban en Bolívar, los dominicanos trujillistas ensucian el nombre de Juan Pablo Duarte al vincularlo con sus ideas perversas.

Por eso Bosch concluye su artículo señalando que: “Bolívar dijo que Venezuela era un cuartel, pero no pretendió con ello divorciar al soldado y al hombre; pues él, soldado y hombre, sabía que se puede ser lo primero sin dejar de perseguir un mundo de paz y de amor, e incluso que se debe ser lo primero sin dejar de ser lo segundo para poder lograr ese hermoso fin. Ahora, por ejemplo, los venezolanos están siendo soldados de la América libre y humana. Los militares de Martínez, en El Salvador, ¡esos deshonran el nombre de soldados y el título de americanos!” (V. XXXIV, p. 297). Igual en nuestro país, frente a los soldados que mancillaron nuestra democracia y soberanía en 1963 y 1965, hubo tres oficiales que demostraron estar a la altura de Bolívar y Duarte: los coroneles Lora Fernández, Fernández Domínguez y Caamaño Deñó.