“Y las causas lo fueron cercando / Cotidianas, invisibles. / Y el azar se le iba enredando / Poderoso, invencible.” Silvio Rodriguez
Cuando el presidente Cáceres decidió salir a caminar ese domingo del otoño caribeño por la costa marina frente a la capital estaba convencido de que la gente de la capital lo amaba y no necesitaba escolta. Quienes le esperaban cerca de Guibia lo que deseaban era secuestralo, no matarlo, para obligarlo a negociar un reordenamiento de su gabinete. Pero los caminos que conducían a su muerte eran varios y algunos muy antiguos.
Digamos de entrada que Mon no era un gobernante que los Estados Unidos desearan derrocar, como lo hicieron con otros: “Cáceres tenía todas las condiciones para ser un dictador férreo, pero no asesino ni ladrón, y tenía a la vez la necesaria falta de capacidad política —desde luego, producto de la época— para creer que como mejor se desarrollaría el país sería bajo la protección de los Estados Unidos (…) y con su admiración por Norteamérica acabó sellando el destino nacional como dependencia virtual de los Estados Unidos mediante la llamada Convención domínico-americana de 1907 (…) Cáceres echó los cimientos para que el país quedara organizado según la conveniencia del capital extranjero, vale decir, del capital norteamericano (…) La Convención de 1907 fue el documento legal en que se apoyó el gobierno de Wilson para ocupar militarmente el país en el año de 1916” (Bosch, v. X, pp. 318-319). Por tanto el asesinato de Cáceres no fue una acción del imperialismo politico y económico norteamericano, pero Mon dejó sentadas las bases para que un lustro después de su muerte fuéramos invadidos por los Marines de Estados Unidos.
Que no fuera Estados Unidos el responsable de su derrocamiento mediante el magnicidio no era una virtud, al contrario, era una clara señal del sometimiento del gobierno de Cáceres a los intereses imperiales. Señala Bosch que “Las presiones norteamericanas sobre esos gobiernos eran de tal naturaleza que o aceptaban las condiciones que les imponían o no podían sostenerse en el poder; y las condiciones eran cada vez más onerosas. La historia de esas presiones es realmente vergonzosa, tanto para la pequeña burguesía que vivía destrozándose a sí misma por conquistar el poder como para los Estados Unidos, cuyos gobiernos fueron agentes de cobro de unos aventureros de la peor calaña, y agentes armados implacables, por cierto” (Bosch, v. X, p. 320). Nuestra soberanía siempre ha estado comprometida por la incapacidad de la pequeña burguesía para defender un proyecto político que favorezca los intereses de la mayoría del pueblo dominicano y comportarse con dignidad frente a los impulsos imperiales. El gobierno de Bosch es el paradigma contrario a esa nefasta tradición.
Los criterios históricos de sometimiento están ligados a tres factores: favorecer los intereses del capital estadounidense en el país, incrementar la deuda externa y la reelección indefinida. “Cáceres aceptó las condiciones que se le imponían en la Convención de 1907 y eso le permitió continuar en el poder. La aprobación de la Convención produjo algunas revueltas, que Cáceres aniquiló con su habitual energía, e inmediatamente después hizo reformar la Constitución —que había sido aprobada en junio de 1907— para aumentar a seis años el período presidencial. Como las elecciones eran en mayo de 1908, y Cáceres se presentó candidato para presidente dentro de las nuevas regulaciones de la Constitución, de ser electo gobernaría hasta el año 1914. Efectivamente, fue electo y comenzó a poner en ejecución un programa de gobierno que parecía la realización del que habían concebido los azules en su mejor época y también, en muchos sentidos, la continuación del programa de Heureaux” (Bosch, v. X, p. 321). Que el ejecutor de Lilís gobernara como Lilís es un guión que se repite, como el hecho de que los seguidores de Bosch emulan a Balaguer. La pequeña burguesía carece de proyecto político y únicamente se guía por su codicia de poder y riqueza.
La reeelección de Mon Cáceres cerró la posibilidad de que Horacio Vásquez volviera a la presidencia como deseaba. Esto implicaba que además de tener de enemigos a los lilisistas y jimenistas, tenía ahora también en contra a los horacistas, todos opositores al mejor estilo de los apetitos personalistas de la pequeña burguesía criolla. Varios miembros de esos tres grupos se cambiaron al bando de los seguidores de Cáceres gracias a un empleo en el gobierno. “En el orden administrativo el régimen de Cáceres descansó en su ministro de Hacienda y Comercio, Federico Velásquez, que había sido un ferviente horacista años atrás, pero se había distanciado del horacismo” (Bosch, v. X, p. 321). Y fue en torno al rechazo a Velásquez que se fue fraguando el incidente que provocaría la muerte del presidente. “Su presencia en el gabinete comenzó a provocar disgustos entre la juventud horacista de la Capital; el disgusto fue tomando cuerpo hasta el punto de que se planeó secuestrar al presidente para obligarle a firmar la destitución de su ministro. Se trataba de lo mismo: la pequeña burguesía no hallaba la vía para plantear los problemas en el campo político (…) Los jóvenes que planearon el secuestro del presidente de la República eran, en su mayoría, miembros de la alta pequeña burguesía, que se creían investidos de una autoridad que iba implícita en su categoría social, y además, su juventud los hacía fogosos.” (Bosch, v. X, pp. 321-322). Ese mismo segmento social jugó un papel en la desestabilización del gobierno de Bosch medio siglo después del caso de Mon Cáceres.
Al mando del grupo estaba Luis Tejera, aunque joven, muy curtido en las escaramuzas a tiros de las facciones pequeña burguesas. Leal a Vasquez y desencantado con Mon. ¿Quiénes le acompañaban? “…Luis Tejera habíase situado frente a Güibia, en la estancia de Pedro Marín, donde acudieron: Luis Felipe Vidal, Augusto Chottin, Jaime Mota, hijo, José Pérez, Julio Pichardo, Pedro Andújar, Wenceslao Guerrero, Esteban Nivar, Raúl Francheschini, Enrique Aguiar, Porfirio García Lluberes, José García, Pedro Ma. Mejía hijo, Juan Herrera Alfonseca y algunos peones de Tejera y de Chottin” (Mejía, 2011, p.124). Lo que era un intento de secuestro terminó en una balacera que hirió de gravedad a Cáceres y muere camino de la Legación Americana, mismo destino que había tomado Morales con su pierna rota. Si Cáceres murió en pocos minutos, el líder de los agresores murió horas después “…Luis Tejera fue conducido a la Fortaleza Ozama, donde estaba reunido el Consejo de Ministros con el general Victoria. Simón Díaz llamó a este último para avisárselo y ambos se dirigieron al sitio donde se encontraba el herido, ultimándole a balazos” (Mejía, 2011, p.125). El relato de los sucesos de ese día, desde el final de la tarde hasta la noche, muestra el grado de violencia que arropaba a los pequeños burgueses dominicanos en sus diferentes capas. Violencia que se expresaba como mecanismo político para acceder al poder o mantenerse en el mismo.
Luego vino el caos. Se desató una furiosa lucha entre todas las facciones pequeños burguesas abanderadas por los apellidos de los caudillos. Bosch lo sintetiza de manera magistral: “El plan del secuestro desembocó en un atentado, y Ramón Cáceres murió como había muerto Ulises Heureaux, su víctima legendaria. El hecho se produjo en las afueras de la Capital, el 19 de noviembre de 1911, e inmediatamente después del atentado, lo mismo que había ocurrido tras la muerte de Heureaux, la pequeña burguesía dominicana, en sus tres sectores, se lanzó a una lucha descomunal, que sólo cesó cuando el país fue ocupado militarmente por los Estados Unidos” (Bosch, v. X, p. 322). El gobierno de Mon, lejos de ser un periodo de paz en medio del caos cotidiano, entre la muerte de Lilís y la invasión de los Estados Unidos, fue un lustro donde la violencia la monopolizó el Estado y la ejerció contra todos los grupos caudillistas y sus facciones. Era tanta la rabia contenida que eso explica la razón porque el intento de secuestro desembocó en el asesinato del presidente y horas después la manera brutal en que se liquidó a Luís Tejera. Ni Mon, ni Tejera, al despertar ese 19 noviembre, podían imaginar que no llegarían vivos al día siguiente.