En el volumen IV de las Obras Completas de Juan Bosch publicadas por la CPEP, entre las páginas 273 y 258, se encuentran los 10 textos más antiguos que conservamos de él, y son poemas. Dichos versos tienen los siguientes nombres: 1) Corazón, 2) Delirio, 3) El libro del destino, 4) Yo quiero una novia, 5) Óyeme, poeta, 6) ¡Trae recuerdos!, 7) Sueño de artista, 8) En mi tumba, 9) A veces estoy triste, y 10) ¡Corazón! El título del primero y el décimo se diferencian por los signos de admiración, son poemas diferentes, pero semejantes en algunas de sus estrofas. En la publicación de esos diez poemas Bosch se valió del pseudónimo de Rigoberto de Fresni. Tres de ellos tienen dedicatorias. El primero: A Francisco Prats Ramírez: Nervio y músculo; el quinto: A Fco. A. Álvarez A. porque es un bardo; y el séptimo: A Pío Espínola, sinceramente.

De los poemas, cuentos y novelas de Bosch señala Bruno Rosario Candelier en el estudio introductorio al volumen IV tres rasgos: “…su sensibilidad estética, su concepción cosmovisionaria y su apelación intelectual” (Vol. IV: p. X). Escribe el presidente de la Academia Dominicana de la Lengua: “Bosch dio señales de que experimentaba una simpatía por la tierra, por la historia de nuestro pueblo, por la realidad social de los humildes y de ahí se explica ese vínculo suyo con nuestro pasado histórico, con nuestra cultura y con las necesidades y anhelos de la comunidad” (Vol. IV: p. XI). Esta apertura a la alteridad que representaba su sociedad, es vivida por Bosch desde una gran pureza de espíritu, apoyada en una compasión muy realista, tanto por la impronta del abuelo materno, como por la educación hostosiana que recibió de sus profesores durante su niñez y adolescencia.  Por eso es comprensible este verso tan hondo y racional a tan temprana edad: “Yo quiero ser entre los hombres, hombre. /Yo quiero ser entre los bravos, bravo. /Quiero llegar adonde Dios se esconde, /Y al mismo Dios arrebatarle el rayo” (Delirio). Reflexión que le es propia a hombres más adultos y difícil imaginar en un medio rural, conservador y religioso como La Vega en los primeros lustros del siglo XX. Indudablemente el joven Bosch oteaba mucho más lejos que las experiencias permitidas por la sociedad en que se crió. Fueron sus lecturas, indudablemente, y el diálogo con interlocutores formados en otras latitudes más desarrollados social e intelectualmente.

Sigue analizando Rosario Candelier: “Juan Bosch era un hombre altamente sensible, con una sensibilidad abierta, caudalosa y empática mediante la cual podía concitar un sentimiento de coparticipación con objetos, cosas y personas, que se manifiesta en una compenetración intelectual, afectiva, imaginativa y espiritual con lo viviente” (Vol. IV: p. XI). Su biografía refleja ese rasgo constantemente, prácticamente no hay detalle de la vida social, económica, política o cotidiana que no le despertara el interés y el esfuerzo por comprender. Centenares de personas dan testimonio de su atención por las ideas o sentimientos que le expresaban. En lo personal, en una ocasión al final de los años 80 del siglo pasado, tuve una conversación en su apartamento para invitarlo a un acto académico y un amigo que sabía de mi cita con Bosch envió conmigo una copia de su tesis de licenciatura sobre el protestantismo en la República Dominicana. Bosch tomó el volumen y comenzó a ojearlo con sumo interés, decidí callar y esperar a que me prestara atención, mientras exploraba el índice y páginas específicas. A los diez minutos volvió a mirarme y me preguntó: ¿Cuántas iglesias evangélicas hay en el país? La conversación derivó en una pretensión personal de  “explicarle” a Don Juan la diferencia entre las estructuras organizativas de la Iglesia Católica y las Iglesias Evangélicas, y por tanto la dificultad de calcular con exactitud ese número. Sus ojos claros auscultaban mis argumentos y regularmente me preguntaba sobre mis aseveraciones, obligándome a abundar y ahondar sobre mis ideas. Duramos casi una hora sentados frente a frente dilucidando ese tema hasta que al final le formulé el motivo de mi visita y él acepto la oferta que le hacía.

La evolución del pensamiento de Bosch a lo largo de su vida lo muestra como un hombre ávido de conocimiento y si temor de abandonar una convicción y avanzar a otra interpretación que tuviera mejores argumentos racionales. “Hay un libro, y sus hojas abiertas /Mueven el aire en su ritmo continuo. /En un lado está escrito: “Poeta, /Aquí está la verdad del destino”. (…) El afán de leerlo, me lleva /Hasta el libro que yace en el banco, /Y al abrir su portada de seda /Vi con pena que el libro era en blanco” (El libro del Destino). Nada estaba definido en Bosch, su mente y su corazón siempre estaba atento a nuevas realidades y argumentos más sólidos que los vigentes. Era una mente joven y ágil, aún a sus 80 años de edad. “¡Corazón!, ¡Corazón!: Sal de tu pecho/Y trázate tú mismo tu destino!…” (Corazón)

Un comentario más de Rosario Candelier: “Como poeta, Bosch asume hechos de nuestra historia y vivencias entrañables que recrea como sustancia para su poetizar. En sus versos plasma la expresión de la belleza, la canalización del sentimiento que le inspiran circunstancias y personas y la intención que procura encaminar en sus versos y estrofas” (Vol. IV: p. XIII). Por eso Bosch  expresa su enamoramiento juvenil: “Yo quiero una novia /Que me inspire versos /I que los comprenda; /I que de mi alma /Sepa las nostalgias /I sepa las penas” (Yo quiero una novia);  y es capaz de explorar la experiencia existencial de quien buscó como profesor de escultura, Don Pio Espínola, quien la tradición oral señala que lo desalentó a seguir ese camino por lo ingrato del medio donde ambos vivían: “El pobre artista que siempre sueña /Con otro mundo, con otro sol; /Que sólo vive de las quimeras /De hallar en medio de su dolor, /Otros caminos, otras veredas; Otro horizonte más ancho, más: /En donde vivan sus ilusiones /Como los vientos, en libertad; /En donde el fuego de su cerebro /Nunca se sienta desfallecer; /En otro ambiente, bajo otro cielo /Con menos nubes que el cielo de él: /Se siente a veces con la soberbia, /En sus momentos de inspiración, /De dar un salto, y allá en la meta /Mirar sin miedo, de frente al Sol” (Sueño de artista). En una entrevista que le hiciera Freddy Ginebra en 1979, ante la pregunta ¿Cuándo se convierte en escritor Juan Bosch y qué le motiva para seleccionar el cuento como género literario? Bosch explicará que: “No lo sé. Porque mi vocación no era esa; era la escultura, y en otro aspecto, cualquiera ciencia, como la Medicina o la Química. De lo que sí soy consciente es que cuando empecé a escribir cuentos en lo que llamaría mi tercera etapa, allá por el año 1928 ó 1929, lo que me propuse fue escribir en ellos la vida del campesino dominicano” (Vol. XXXVII: p. 227). Y en otra entrevista realizada por  Margarita D’Amico en 1975 argumenta en los mismos términos que me han indicado le formuló el escultor vegano Espínola: “…mi verdadera vocación no fue la literatura, era la escultura. Pero en un país como aquél, tan pobre, ¿cómo podía caber un escultor? ¿Y de qué iba a vivir un escultor? ¿Quién concebía la existencia de un escultor? Mi país era un país muy atrasado, y todavía lo es”  (Vol. XXXVII: p. 374).

En estos primeros versos de Bosch está también la tristeza y la muerte. Visto a sus ojos: “Bajo esa cruz, reposando /De las fatigas mundanas, /Estarán los huesos blancos, /Mi cabeza de[s]carnada, /[A]l del cuerpo de esqueleto, /El verdadero final /De esta carrera alocada /De orgullo y de vanidad” (En mi tumba). Pero frente al hecho ineludible de la tristeza y la muerte, en Bosch no encontramos la derrota o la desilusión. Nunca se rindió, por eso escribió, trabajó, organizó, educó…toda su vida fue un esfuerzo, un vital intento de derrotar la injusticia, la ignorancia, la explotación y en último término la muerte. “A veces estoy triste, /Y siento que me dicen, /Con fuerza, con imperio: /Escribe, escribe versos, /Escribe lo que quieras /Invéntate argumentos, /Invéntate quimeras. /Y siento que en el fondo /Airado de mi pecho, /Se posan lentamente /las hadas de los sueños, /Y entonces me parece /Que dejo este planeta, /Y que he ido lejos /En donde dicha impera. /Después… cuando despierto /La realidad encuentro” (A veces estoy triste). En una sociedad, como en la que él vivía de jovencito, donde el pesimismo campeaba con fuerza, en Bosch no hay un ápice de tan nefasta ideología. Por eso es capaz de expresar de manera tan hermosa ese espíritu combativo y creativo, optimista sin medida: “¡Corazón! ¡Corazón! La hora está cerca /Aguarda con paciencia, nunca es tarde. /Moribundo quizás, hasta la meta /Llegarán tus queridos ideales. /Corazón; ya tu has luchado, la perfidia /No ha podido doblar tu altiva frente, /A la víbora ingrata de la envidia /Despreciaste con pena, noblemente; /Y ahora cuando ves que tus deseos /se hunden uno a uno en el abismo: /¡Corazón! ¡Corazón! Rompe tu pecho /Y trázate tú mismo tu destino!” (¡Corazón!)

Esa era la sensibilidad poética, la potencia emocional, que conducirá toda su vida a un jovencito llamado Juan Bosch.