Con Carlos Marx arribamos a una construcción de lo que es la ideología. Heredero del debate previo, va más allá de lo discutido y valiéndose de las herramientas de la economía y la historia avanza en su clarificación conceptual. Larraín lo establece de esta forma: “Con Marx el término ideología finalmente alcanza y sobrepasa la crítica de la religión, estableciendo así su carácter negativo y crítico. La importancia de la crítica de la religión para Marx no debe ser subestimada, y se muestra en su afirmación temprana de que “la crítica de la religión es el prerrequisito de toda crítica”. Sin embargo, en el momento de escribir esto Marx era aún básicamente un feuerbachiano y no había producido todavía su propio concepto de ideología. Cuando Marx finalmente introdujo un concepto de ideología que subsume no solo la religión sino también todas las formas de conciencia distorsionada, él no sólo enfatizará una connotación negativa del concepto, sino que además incrementará su fuerza crítica, al introducir un elemento crucial nuevo en su definición la referencia a las contradicciones históricas de la sociedad” (Vol. I, p. 30). Es Marx quien nos enseña que la ideología es una distorsión de la realidad que es construida por quienes detentan el poder para mantener la sociedad bajo control. Aunque en el presente muchos usan el término ideología de manera ingenua como una explicación legítima de la realidad social, no corresponde con el peso de las investigaciones en Ciencias Sociales que ubican la ideología como explicación fraudulenta que tiene como objetivo controlar la conciencia de los explotados para un ejercicio del poder que demande mitigar el uso de la violencia o incluso que justifique la represión social y las guerras como recurso del poder dominante. Para que una ideología funcione ha de proponer la realización de algunos de los anhelos básicos de los seres humano y colocar su realización fuera del presente, en un futuro utópico.
Las ideologías fundamentales se sostienen en propuestas utópicas que buscan movilizar la voluntad de los pueblos en ciertas direcciones. En el primer párrafo de su obra Crítica de la Razón Utópica del economista y teólogo Franz J. Hinkelammert, publicado por editorial D.E.I., en su segunda edición del 1990, este autor señala que: “La necesidad de una crítica a la razón utópica en la actualidad no necesita mucha justificación. Desde todos los pensamientos sociales del siglo pasado (siglo XIX) y ya de siglos anteriores nos viene la tradición de una especie de ingenuidad utópica que cubre como un velo la percepción de la realidad social. Donde miramos, aparecen teorías sociales que buscan las raíces empíricas de los más grandes sueños humanos para descubrir posteriormente alguna manera de realizarlos a partir del tratamiento adecuado de esta realidad” (p. 13). La realidad social es velada ideológicamente para que los que padecen el ejercicio del poder no descubran la raíz de sus males y de semejante manera quienes pretenden reemplazar a los explotadores actuales proponen otras ilusiones para que las masas los lleven a ocupar la posición de dominio sobre sus existencias. “Esta ingenuidad utópica está presente tanto en el pensamiento burgués -que atribuye a la realidad del mercado burgués la tendencia la equilibrio e identidad de intereses que se originan en alguna mano invisible- como en el pensamiento socialista -que atribuye a una reorganización socialista de la sociedad una perspectiva igualmente total de libertad del hombre concreto. De la tierra al cielo parece existir una escalera y el problema es encontrarla” (Hinkelammert, 1990, p. 13). La referencia de este texto de Hinkelammert nos ayuda al abordaje crítico de la obra de Marx, que indudablemente sistematiza la ideología como artilugio de dominio social burgués, pero que históricamente fue convertido su legado, el marxismo, en ideología.
Si con esta postura el autor de la Crítica de la Razón Utópica rompe lanzas ideológicas con Marx, a su vez no se deja engañar por lo que al finalizar el siglo XX e inicios del XXI se presenta como una propuesta anti-utópica y por tanto anti-ideológica, me refiero al neoliberalismo y el neoconservadurismo con un discurso religioso integrista. “…esta ingenuidad utópica ha encontrado hoy una expresión más agresiva que sus expresiones anteriores, que nace de una aparente crítica del propio pensamiento utópico. Se trata del pensamiento anti-utópico de la tradición neoliberal actual, que se junta con neo-conservadurismo de igual carácter antiutópico. Antiutopía significa aquí, simplemente, antisocialismo, produciéndose un pensamiento de elaboración antiutópica que vuelve a ser una réplica más extrema del mito de la mano invisible, que siempre ha sido una expresión de esta ingenuidad utópica” (Hinkelammert, 1990, p. 13). Este movimiento ideológico que adopta diferentes caretas para ocultar la esencia de un sistema que se funda en la explotación del trabajo humano y que margina a las grandes mayorías de los beneficios de su trabajo y su inteligencia, soltando migajas a una clase media tecnócrata que gestiona el sistema para generar grandes ganancias a sus dueños, es el mismo que se fundó cuando la burguesía derrocó a los grandes señores feudales y la aristocracia parásita con las grades revoluciones del siglo XVIII y XIX. Los llamados socialismos históricos no fueron más que atajos históricos en la misma dirección de las grandes potencias capitalistas para lograr en breve tiempo la acumulación necesaria, mediante la dictadura violenta del Estado, para entroncar con sus parientes ricos. Rusia y China son dos buenos ejemplos.
En América Latina el retraso en su democratización, fruto del control estadounidense durante todo el siglo XX en el contexto de la Guerra Fría, liberó de golpe la espontaneidad de las masas con la caída del Muro de Berlín y los liderazgos populistas tomaron el control. Chávez-Maduro, Ortega y los Kirchner lanzaron sus sociedades a formas corruptas de gobierno que empobrecieron a sus pueblos, y a su vez tuvieron como reacción formas más extremas de explotación y autoritarismo como el caso de Macri o Bolsonaro. En todos los casos, de uno y otro extremo, las primeras víctimas fueron la democracia, la institucionalidad y el bienestar de sus pueblos. Agotados provisionalmente los discursos socialista y neoliberales asistimos a una faceta perversa de la ideología integrista religiosa que está movilizando fuerzas sociales sobre la base de apelaciones bíblicas fundamentalistas y que tiene como blanco el sometimiento de las mujeres, los pobres, los indígenas, los migrantes y la explotación rapaz de la naturaleza sobre la base del negacionismo del cambio climático. La dualidad Trump-Bolsonaro en los dos ejes del continente americano es el resultado de esta corriente ideológica.
Educar en el pensamiento crítico a los jóvenes es una tarea urgente y fundamental, ya que la evolución de nuestras sociedades guiadas por ideologías hundirá el progreso alcanzado, ampliará la brecha entre ricos y pobres, y será el caldo de cultivo para sociedades más violentas. El debilitamiento en la formación de humanidades y ciencias sociales en los niveles básicos, medios y universitarios es un síntoma grave de la alienación de las nuevas generaciones que están siendo formadas para ser títeres ingenuos de los intereses del gran capital local y mundial.