Si en el desarrollo del concepto de ideología durante el siglo XIX ocurrió un traslado de la crítica a la religión y la metafísica, hacia la crítica a la política, no significa que en todas partes del mundo y en todos los escenarios posibles, no volvieran a mezclarse la religión y la política con el propósito de detener el avance de los pueblos, especialmente en la búsqueda de la democracia. En su obra titulada Crisis de la Democracia de América en la República Dominicana Juan Bosch examina por vez primera las condiciones de la sociedad dominicana que condujeron a su derrocamiento. Para todo conocedor de la historia dominicana no es necesario detallar el papel jugado por varios sacerdotes que mantuvieron una constante beligerancia contra las propuestas y el gobierno de Bosch, y que callaron una vez consumado el Golpe de Estado. El ardid ideológico utilizado fue la acusación de comunista hacia Bosch y el PRD. El anticomunismo que tenía en parte de ese clero la matriz fascista del régimen de Franco se unió al anticomunismo proveniente del Departamento de Estado que buscaba controlar toda expresión de democracia y nacionalismo en América Latina, África y Asia.
Indica Bosch en su libro que: “La democracia es un régimen político que se mantiene sobre la voluntad de todos los sectores sociales y de todos los individuos que tienen alguna responsabilidad que cumplir como ciudadanos. Si falta esa voluntad, la democracia no puede sostenerse. En la República Dominicana, los sectores sociales más influyentes y los líderes políticos que habían conquistado prestigio luchando contra la tiranía, conspiraron en la forma más vulgar para derrocar el sistema democrático; trabajaron concienzudamente en los cuarteles para llevar a los soldados a dar el golpe del 25 de septiembre de 1963. Los soldados se dejaron conducir a esa triste hazaña, ¿pero qué había de pedírsele a ninguno de ellos si los doctores, los abogados y los sacerdotes eran incapaces de frenar sus pasiones?” (Vol. XI, pp. 5-6) Para esos doctores, abogados y sacerdotes era intolerable una democracia que se basara en la voluntad del pueblo, especialmente de los campesinos pobres y analfabetos, el país era para usufructo de ellos, buscaban, era su pasión, heredar a Trujillo, no liberar al pueblo dominicano.
El Episcopado Católico, que supo estar a la altura de las circunstancias en su carta pastoral de enero de 1960, reclamando con precisión los derechos del pueblo dominicano frente a la tiranía, no supo controlar a algunos miembros de su clero que se lanzaron a una cruzada reaccionaria contra la democracia. Quizás faltó un Nuncio adecuado para el momento. La ideología anticomunista, montada sobre algunos alzacuellos clericales, fue un arma terrible que contuvo el desarrollo de nuestro pueblo y prolongó por dos décadas el acceso a la libertad y el progreso de nuestro pueblo. Los sacerdotes, la mayoría, que percibieron con claridad la trampa ideológica en que hundían al pueblo, no tuvieron el valor personal o la prensa para enfrentar a sus hermanos en el presbiterio.
Pero del otro lado del espectro político señala Bosch responsabilidades en esta primera aproximación al hecho golpista. “A los agentes del Partido Socialista Popular les resultó, pues, fácil conducir el nacionalismo de los jóvenes catorcistas hacia un terreno de hostilidad contra los Estados Unidos, y esa actitud catorcista fue aprovechada más tarde por los enemigos naturales del 14 de Junio para presentarlos a los ojos de sacerdotes, militares, comerciantes y otros grupos de la alta clase media como peligrosos comunistas” (Vol. XI, p. 36). Por un lado teníamos a una juventud de la clase media con hondas preocupaciones sociales que no valoraban la democracia como conquista social esencial y por otro lado una minoría reaccionaria que buscaba a toda costa restablecer un trujillismo sin Trujillo. Ganaron los segundos, y si en algún momento, el 27 de abril del 1965, estuvimos a punto de revertir ese proceso degenerativo, la intervención de los Estados Unidos ahogó en sangre ese esfuerzo.
Ideológicamente hablando Bosch considera en ese texto de 1964 que el trujillismo mató en la mayoría de los dominicanos y dominicanas el mínimo amor por su patria y su destino, especialmente en las clases medias, porque siempre nuestro autor apostó al noble corazón de los campesinos. “…comerciantes, profesionales, militares, sacerdotes, periodistas, hombres y mujeres carecen de dignidad patriótica porque les falta ese ingrediente estabilizador y creador que se llama amor; amor a lo suyo, a su tierra, a su historia, a su destino. En esta última palabra se halla la clave de esa actitud: la clase media dominicana, que vive sin un presente estable, no tiene fe en su destino; no cree en él y por tanto su vida como grupo social no tiene finalidad. Vive perdida en un mar de tribulaciones. Como consecuencia de esa actitud, los dominicanos medios no han establecido todavía una escala de valores morales; no tienen lealtad a nada, ni a un amigo ni a un partido ni a un principio ni a una idea ni a un gobierno. El único valor importante es el dinero porque con él pueden vivir en el nivel que les pertenece desde el punto de vista social y cultural; y para ganar dinero se desconocen todas las lealtades” (Vol. XI, p. 77). Honda reflexión de Bosch que se prolonga en el tiempo y que nos brinda en la actualidad semejantes conclusiones. No valió el esfuerzo de nuestro autor en crear un partido como el PLD, donde intentó titánicamente formar moralmente a esa clase media e inculcarle amor por su patria y su pueblo, al final terminaron comportándose como los mismos que patrocinaron el Golpe de Estado. Triste conclusión que descubrimos en esta primera mitad del siglo XXI.
La pasión por el enriquecimiento personal que anula todo tipo de lealtad, que rompe todo tipo de compromiso social y que degenera en la corrupción más profunda que nuestro pueblo haya conocido, es la marca del comportamiento político de la inmensa mayoría de los líderes de todos los partidos políticos actuales, grandes o pequeños, porque su naturaleza de clase, su condición de pequeños burgueses -tan estudiada por Bosch- los convierte en animales de codicia y violencia, arribistas insaciables, sin criterios morales o políticos.
Desde el poder se impone una ideología del oportunismo y la avaricia. Todo vale, con tal de seguir esquilmando los recursos del pueblo. Comunicadores sociales pagados por el Estado -las llamadas bocinas- diariamente exaltan la sagacidad de quienes valiéndose de los recursos gubernamentales manipulan la débil democracia dominicana a su servicio. Develar esa estructura ideológica tomará tiempo y quizás la mayoría descubra la mentira con sufrimiento y hasta sangre. Los más pobres irán a las urnas arriados con dinero y alcohol, anulando los esfuerzos de una parte de la clase media que protesta por la corrupción pero que carece de la herramienta política para transformar la sociedad dominicana y retomar la tarea dejada por Duarte y los trinitarios. Esa es la moraleja de la Marcha Verde. Ojalá en esta tragicomedia no se cuele un Chávez o un Bolsonaro y el abismo se abra frente a nosotros. No es halagüeño el futuro inmediato del pueblo dominicano, pero Bosch nos brindó las claves para enfrentarlo. Este es el motivo de todo lo que escribo en Veritas liberabit vos.