Aunque Larraín dedica más páginas que las que comentamos a los antecedentes del concepto de ideología en los pensadores de la modernidad hasta el siglo XVIII, a partir de ahora nos involucraremos en el surgimiento de dicho concepto. Un texto clave en esa transición es oportuno ahora. Dice Larraín: “La influencia de Bacon sobre la filosofía del siglo XVII y XVIII es decisiva. Marx reconocerá más tarde a Bacon como el padre de la ciencia moderna y del materialismo inglés. Filósofos tales como Hobbes, Locke, Condillac, Helvecio, Holbach, Diderot y otros, llevan la marca de su teoría. Los ídolos de Bacon se convierten en los “prejuicios” de Condillac, un concepto también usado por Holbach y Helvecio, y en realidad por casi todos los filósofos de la ilustración francesa. Pero estos autores se concentran ahora sobre una fuente particular de prejuicios irracionales, a saber, las representaciones religiosas tradicionales. Mientras el materialismo de Bacon había sido compatible con la existencia de Dios y su revelación y había buscado sólo una clara demarcación de los campos de la teología y la filosofía, la Ilustración llegó a ser progresivamente crítica de la propia religión” (Vol. I, p. 17).

Carlos Marx es indudablemente el primer constructor de una teoría de la ideología, más no el inventor del término. Y en él encontramos el tránsito de la crítica de la ideología religiosa a la crítica de la ideología política. Para el cristianismo la crítica de la modernidad a la religión fue un doloroso, pero saludable, proceso de purificación. Basta comparar el desarrollo del cristianismo a partir de la crítica de los filósofos modernos y los del siglo XIX, con la ausencia de ese proceso en la tradición musulmana, para comprender la actual apertura de muchas iglesias cristianas a la realidad social en transformación, a la tolerancia en el seno de la democracia y la crítica profunda de muchos teólogos sobre el dato bíblico y la experiencia de Fe. Al islamismo le falta una modernidad.

Las revoluciones burguesas del siglo XVIII en adelante quitaron a las iglesias cristianas su poder sobre el Estado y el control de la vida social, llevándolas a un aggiornamento forzado. En el caso de la Iglesia Católica Romana ese proceso explica en gran medida un fenómeno como el Concilio Vaticano II, que dicho sea de paso en la actualidad, con la voluntad firme del papado de Francisco por hacerlo realidad, sigue en pugna concretarse. No obstante, muchos movimientos religiosos cristianos siguen propagando expresiones premodernas en sus prédicas, organizaciones y creencias. El fundamentalismo bíblico y el integrismo religioso siguen presente en sociedades como la norteamericana y las latinoamericanas, favoreciendo liderazgos políticos autoritarios, misóginos y depredadores del medio ambiente. La trasmutación de los procesos democratizadores en movimientos populistas es el caldo de cultivo de propuestas ideológicas que buscan detener el cambio social y económico de muchos países, y estos liderazgos cristianos integristas son un arma más peligrosa que las bombas nucleares en su momento. Recuperar el impulso democrático y promover el pensamiento racional en la educación son las estrategias más adecuadas para enfrentar esta oleada religiosa reaccionaria.

¿Quién crea el término ideología? Un autor poco conocido llamado Destutt de Tracy (1754-1836), que “…está interesado en la sistematización de una nueva ciencia, la ciencia de las ideas a la que denomina ideología. Esta ciencia tiene como su objeto el establecimiento del origen de las ideas; en esta tarea debe dejar de lado prejuicios religiosos y metafísicos. El progreso científico es posible si las falsas ideas pueden ser evitadas. En esa medida, la teoría de los ídolos de Bacon, y en particular la lucha de Condillac en contra de los prejuicios, tienen una influencia decisiva sobre la ciencia de las ideas de Destutt de Tracy. Pero la ideología emerge como lo opuesto de aquellos ídolos o prejuicios: emerge como una ciencia” (Larraín, Vol. I, p. 23). Heredero de los pensadores modernos, asume la oposición tradicional entre ciencia y religión, y considera que la ideología debe ser el estudio de la manera en que las ideas religiosas impiden el acceso a la verdad que nos brinda el estudio de la naturaleza y la sociedad.

Tracy propone “…una ciencia que sería capaz de lograr una precisión comparable con la de las ciencias naturales (…) Tal como el conocimiento de cualquier otro aspecto de la naturaleza, la ciencia de las ideas, basada en observaciones y libre de prejuicios, es considerada la base de la educación y del orden moral” (Larraín, Vol. I, p. 23). Tracy se encuentra imbuido en el espíritu revolucionario francés que llegó a proponer el culto a la razón como religión del Estado. Pero el poder naciente de la burguesía recela incluso de ese esfuerzo por clarificar las ideas y educar en función de ello. Napoleón, el gran militar y estadista que se alzó con el poder de prácticamente toda Europa, compartió inicialmente ese ideal, pero pronto descubrió el potencial peligro que para su gobierno esto representaba. “En efecto, desilusionado con sus antiguos amigos, quienes no pudieron aceptar sus excesos despóticos, Napoleón se volvió en su contra y los apodó “ideólogos”, con el despreciativo significado de que eran intelectuales irrealistas y doctrinarios, ignorantes de la práctica política” (Larraín, Vol. I, p. 24). La ideología como ciencia iniciaba lentamente su andadura hacia la evaluación del poder y descubrir que lo religioso era una expresión y no el núcleo duro de las ideologías.

La modernidad veía en el pensamiento religioso y su metafísica el principal obstáculo para un pensamiento racional, pero acríticamente asumía el orden social y político que construía la burguesía naciente. La identificación entre el despotismo de las monarquías absolutistas y su justificación en la religión encontró una piedra de choque al reclamar Napoleón el mismo poder absolutista, pero en un orden burgués que supuestamente no era justificado por la religión. La conclusión era evidente, el problema estaba en el poder político y como señalaría luego Marx, en un sistema económico que basado en la codicia explotaba el trabajo de los hombres y mujeres para generar la riqueza que los burgueses acumulaban para detentar el poder económico, político y social. Desideologizar esa relación será la tarea del siglo XIX.

“Hegel menciona la ideología en el primer sentido (tal como lo señalaba Tracy), solo para desecharla como una “reducción del pensamiento a la sensación”. La ideología como ciencia no había logrado establecerse. Al mismo tiempo, la crítica de la religión y de la metafísica, el antecedente más importante del concepto negativo de ideología, continuaba desarrollándose sin tener ninguna conexión formal con el término ideología” (Larraín, Vol. I, p. 25). El desarrollo de la economía y la sociología como ciencia, durante el tránsito del siglo XVIII al XIX, brindaría los elementos para abordar la cuestión de la ideología como crítica del poder. En Marx encontraremos el agotamiento de la crítica a la religión como principal instrumento ideológico (que frenaba el conocimiento científico) y el inicio del estudio de la ideología como develamiento de las estructuras económicas y políticas que mantenían a los seres humanos sometidos a la explotación y el sufrimiento. El estudio de las ideologías nace con la burguesía, pero en poco tiempo recibe el embate de los pensadores que evalúan dicho sistema y sus mecanismos ideológicos.