Seguimos explorando el texto de Larraín sobre el concepto de ideología y específicamente su análisis de los antecedentes en autores como Francis Bacon. Bacon, pensador inglés, vivió entre el siglo XVI y XVII y es considerado por muchos como el padre del empirismo inglés, corriente filosófica que tendrá exponentes tan relevantes como Hobbes y Locke, que formularán las bases de las dos corrientes políticas que han marcado la historia de la modernidad: el autoritarismo y el liberalismo.
En el texto se estudia lo que Bacon denomina ídolos que obstaculizan el pensamiento racional. Hoy examinaremos dos. “El otro ídolo de la tribu que vale la pena mencionar es la influencia de las pasiones. Para Bacon el entendimiento humano no puede ser reducido a sus componentes intelectuales –no es una “luz seca” –diría el– sino que está también determinado por sentimientos y pasiones que lo corrompen. Esta estimación negativa de los efectos que los sentimientos y las emociones, así como las representaciones religiosas y las supersticiones, tienen sobre el entendimiento humano, tuvo una fuerte influencia sobre la concepción de ciencia que desarrollará más tarde el positivismo. Expresa también una noción de la ideología como referida a aquellos aspectos irracionales de la mente humana que interfieren en el conocimiento científico. De allí en adelante la oposición entre ideología y conocimiento racional llegará a ser crucial” (Larraín, Vol. I, p. 14). El pensamiento humano siempre es un conglomerado de factores diversos donde la lucidez racional usualmente no es el predominante. Lo emocional, el contexto social, los deseos, los grados de limitación al acceso de la información pertinente, y por supuesto lo que llamo el talante vital, unas veces más tenso y en otras veces más flácido, determinan las convicciones que guían nuestras acciones y reacciones.
El pensamiento racional que guía la ciencia y la filosofía demanda un esfuerzo supremo por superar esas condiciones mencionadas. ¿Cómo lograrlo? Hay dos herramientas fundamentales. El primero es el escepticismo. Desde la filosofía griega clásica existe un principio que marca todo esfuerzo por pensar racionalmente y es el a-priori de que la realidad nunca se nos manifiesta tal como es. Lo que los sentidos nos brindan y lo que el sentido común nos lleva a considerar como verdadero, es una manifestación superficial -y regularmente engañosa- de lo que es lo real. Un ejemplo, cualquiera que viva en Santo Domingo y decida ver la “salida” del sol en el malecón, contemplará a la estrella más cercana a nuestro planeta “ascender” desde el horizonte y elevarse como si el sol se moviera sobre nosotros. Completamente falso, es una ilusión en dos planos. El primero es que la tierra es la que se mueve en relación con el sol -aunque no lo notemos- y por tanto la ilusión es que el sol asciende, cuando en verdad es que la tierra al girar nos va mostrando el astro rey. El segundo es que el sol no está ahí donde lo vemos, sino que percibimos su imagen con un retraso de 8 minutos por el tiempo que le toma a la luz viajar del sol a la tierra. Por supuesto que esa ilusión es falsa pero preciosa a nuestros sentidos. La estética no siempre es afín con lo verdadero. Afirmar que la verdad es bella no concluye que todo lo bello es verdadero.
Además de una metódica actitud escéptica, la ciencia y la filosofía necesitan de una herramienta racional que conocemos como lógica, la cual tiene nos expresiones, la lingüística y la expresada en símbolos matemáticos. Sea que afirmemos que un ente no puede ser y no-ser a la vez, o que 2 más 2 son 4, y no ningún otro resultado, en ambos casos estamos valiéndonos de la lógica. Existe hondas discusiones sobre si la lógica es inherente a la estructura del cerebro humano o un artificio cultural para filtrar aseveraciones carentes de veracidad, aunque aparenten ser verdaderas. De las segundas existen tantas que es imposible clasificarlas, reciben el nombre de falacias, y es uno de los elementos centrales de lo que llamamos ideologías, o que Bacon denomina ídolos.
Un segundo texto de Larraín sobre Bacon nos ubica en otro de los ídolos (ideologías) que él estudió. “Los ídolos del mercado son importantes para un concepto de ideología diferente y quizá opuesto al anterior. En efecto, ellos se forman “por el comercio y asociación de los hombres unos con otros” y reciben el nombre “del mercado” “en razón del comercio y compañía de los hombres allí”. Tales ídolos surgen en relación al lenguaje, “pues es por medio del discurso que los hombres se asocian”. Los hombres aprenden los signos lingüísticos de las cosas antes de que lleguen a conocerlas por su propia experiencia; a través de la apropiación de estos signos, que son a menudo malamente formados, se produce una obstrucción de la mente. La identificación que hace Bacon de aquellos ídolos que se originan en las relaciones recíprocas de los hombres por medio del lenguaje es, implícitamente, uno de los primeros reconocimientos de la ideología como una distorsión socialmente determinada; y plantea, de modo más general, la cuestión de la determinación social del conocimiento” (Vol. I, p. 14). Si el primer texto citado tiene relevancia para las ciencias naturales, este segundo texto nos remite a las ciencias sociales.
El ser humano es social por definición. La individualidad es una consecuencia de la sociedad, no a la inversa. Somos como individuos en cuanto resultado de la sociedad donde nacemos, comenzando por el lenguaje que es el horizonte mental que nos comunican quienes nos crían. Y ese horizonte lingüístico es nuestra posibilidad y limitación. Ortega y Gasset, filósofo español del siglo XX, ayudó a entender esa realidad al diferenciar entre las ideas y las creencias. El entorno social donde existimos nos anida en un conjunto de creencias, dirá Ortega: en las creencias estamos, y pocos seres humanos son capaces mediante grandes esfuerzos en distanciarse críticamente de ellas. Las ideas en cambio son construcciones mentales que compartimos para entender y explicar la realidad. Afinar lo que es una idea implica determinar lo que conceptualizamos cuando queremos decir silla, bondad, democracia, Dios, etc. Y es ese campo de las ideas y las creencias, que al formularse intencionalmente resultan las ideologías, en cuanto explicaciones falsas de lo real, donde minorías buscan dirigir el pensamiento y las acciones de las mayorías. Auscultar las ideologías demanda una actitud crítica frente a ellas, valiéndonos del escepticismo metodológico y la lógica, pero también entendiendo la estructura de la sociedad y el factor del poder como mecanismo de control social.
Como la mayor parte de la humanidad es educada para adaptarse a su entorno y acatar la estructura de poder dominante, es común que los artilugios ideológicos pasen a ser parte del sentido común. Pocos hombres y mujeres, en un supremo esfuerzo por entender la realidad material y social, sea que lo llamemos pensamiento científico o pensamiento crítico, logran desmontar las ideologías, pero esas minorías son las que empujan el desarrollo de la ciencia y el cambio social hacia estadios más dignos para todos. Esa es la historia de la humanidad.