El pasado 26 de julio comencé en el seno de esta serie sobre Bosch un artículo acerca de lo que es una ideología, siguiendo la obra de Jorge Larraín titulada Concepto de Ideología en 4 volúmenes e integrando textos de Juan Bosch sobre ese concepto. Mi interés en el tema proviene el uso ingenuo del concepto de ideología en los debates políticos -y hasta religiosos- sobre las cuestiones más diversas y la necesidad de entender lo que es una ideología, sus características y el uso adecuado del término.
En la obra de Larraín, en su primer volumen, trabaja con autores del inicio de la modernidad que fueron dándole forma a lo que posteriormente se llamaría ideología. En el artículo del 26 de julio vimos algunos aportes de Maquiavelo sobre el tema, aún sin darle ese nombre. Debemos entender que en ese periodo la tensión entre el mundo medieval que iba desintegrándose y la modernidad que se abría paso generó muchos conflictos. Afirma Larraín: “Las contribuciones de Maquiavelo a la práctica política fueron complementadas por otros desarrollos en el campo de la ciencia. Con la desintegración de la sociedad medieval recibe impulso un nuevo enfoque científico del conocimiento de la naturaleza que comienza a reemplazar a la filosofía escolástica. La contemplación teórica de un mundo jerarquizado y sagrado es reemplazada por una concepción que valora la función práctica del pensamiento. El desarrollo del comercio, el intercambio en dinero, la educación secularizada, las ciudades, etc., conducen a una nueva consideración del conocimiento en su perspectiva histórica y social. Un conocimiento preciso y desprejuiciado de la naturaleza es necesario para su dominio práctico, y esto llega a ser la preocupación central de los intelectuales” (pp. 11-12). Ese proceso, que no le era evidente para la mayoría de ese tiempo, hoy somos capaces de entender su esencia transformadora. Los aportes de la ciencia y las propuestas teóricas de muchos intelectuales, incluidos artistas, fraccionó la sociedad, los sectores de poder y los eclesiásticos; para unos era literalmente el “fin del mundo”, la perdición absoluta, para otros era el ingreso a una nueva era de luz y progreso. Los primeros se equivocaron.
El debate entre las diversas mentalidades en pugna hizo que quienes tenían acceso al poder -los que se oponían al cambio- llegaran a emplear mecanismos represivos y en muchos casos condujo a asesinatos. Las ideas se combatían con crímenes, como tantas veces ha ocurrido en la historia de la humanidad. Simbólico es el caso de Galileo, que 359 años, 4 meses y 9 días después de la sentencia de la Inquisición en su contra el Papa Juan Pablo II pidió perdón por ella. La consecuencia: Afirmar que la Tierra gira alrededor del Sol ya no es blasfemia. En defensa de la Iglesia es importante destacar que mucho antes de ese reconocimiento ya tenía el Vaticano un centro de astronomía y fue un sacerdote belga el primero en proponer los fundamentos de la teoría del Big Bang. Pero en el siglo XVI la situación era diferente a la del siglo XX. “Las nuevas tendencias surgen en oposición al sistema feudal y su visión teológica del mundo. El desarrollo de un conocimiento exacto de la naturaleza ha sido hasta ahora limitado, no porque los seres humanos sean esencialmente incapaces de conocer el mundo sino porque ciertos obstáculos artificiales se lo han impedido. Esta es la razón por la cual, junto con la aparición de la ciencia, nació la preocupación por aquellos factores que perturban su desarrollo. En otras palabras, el nacimiento de la ciencia va necesariamente acompañado de una crítica de los métodos anticuados de conocimiento. (Larraín, p. 12) La crítica a los factores que obstaculizaban el conocimiento de la realidad era una proto-investigación sobre la ideología. Los discursos que ocultaban lo real en función de intereses sociales o temores atávicos comenzaron a ser enfrentados desde la experimentación y la filosofía.
Las ideologías -aún sin ser llamadas así en el siglo XVI- existían en cuanto explicación de la realidad natural y social para defender intereses de grupos minoritarios. En política juegan un papel relevante en el siglo XX, pero no todo fenómeno político puede ser explicado por las mismas. Cuando Juan Bosch analiza el pentagonismo en su obra El Pentagonismo, sustituto del imperialismo, le preocupa la naturaleza última de dicho fenómeno y contrario a otros autores cuestiona que tuviera su origen en una ideología. “…el pentagonismo no fue precedido por una teoría, una doctrina o pseudo ideología, como sucedió con el nazismo. El pentagonismo fue un hijo no esperado que nació del vientre de la economía de guerra en una sociedad enormemente desarrollada en el campo económico y, sin embargo, sorprendentemente subdesarrollada en el terreno de las ciencias políticas” (v. XV, p. 50). La incapacidad de la sociedad norteamericana de controlar la fuente de poder que representaba la fabricación de armas y las acciones bélicas en todo el mundo por parte del Pentágono y el complejo industrial que lo respaldaba fue alertada por el presidente Dwight D. Eisenhower en su breve discurso del 17 de enero de 1961, justo 3 días antes de que tomara posesión John F. Kennedy.
La convivencia entre una democracia interna con una política imperial y militarista hacia fuera la explica Bosch en el mismo libro. “El pentagonismo no es el producto de una doctrina política o de una ideología; no es tampoco una forma o estilo de vida o de organización del Estado. No hay que buscarle, pues, parecidos con el nazismo, el comunismo u otros sistemas políticos. El pentagonismo es simplemente el sustituto del imperialismo, y así como el imperialismo no cambió las apariencias de la democracia inglesa ni transformó su organización política, así el pentagonismo no ha cambiado —ni pretende cambiar, al menos por ahora— las apariencias de la democracia norteamericana” (v. XV, p. 85). Cuando Bosch escribía este texto Estados Unidos invertía miles de millones de dólares en armamento y tropas norteamericanas en Indochina, patrocinaba golpes de Estado en África, Asia y América Latina, nos habían invadido en 1965 y todavía faltaba tiempo para que abandonaran Vietnam de forma humillante.
Pero Bosch tiene claro que, si el Pentagonismo no surge como resultado de una ideología, para sostenerse demanda convertirse en un artificio ideológico. “…el pentagonismo, como el imperialismo, tenía que llevar hombres a la guerra y a la muerte, y nadie puede hacer eso sin una justificación pública. Ninguna nación puede mantener una política de guerras sin justificarla a través de una doctrina o una ideología política. Esa doctrina o esa ideología (…) hay que formarla y propagarla. En algunas ocasiones la doctrina o ideología fue predicada antes de que se formara la fuerza que iba a ponerla en ejecución, pero el pentagonismo no estaba en ese caso; el pentagonismo se organizó sin doctrina previa, como una excrecencia de la gran sociedad de masas y del capital sobredesarrollado” (v. XV, p. 87). La ideología anticomunista -que también la empleó el nazismo- sirvió al Pentagonismo para sus fines y fue utilizado para articular la llamada Guerra Fría. La ideología se hace necesaria cuando es menester engañar a los hombres y mujeres para que acepten ser explotados o enviados a una muerte segura, en una guerra que no escogieron.