Las palabras ganan densidad o se tornan banales según quienes las emplean y como las emplean. En la sociedad dominicana prevalece una cultura oral con limitado uso de términos (todo es una vaina, jodienda o cosa) y muchos conceptos generan histerismo en lugar de reflexión. Esta situación es causada por una pobre educación, unos medios de comunicación de baja calidad (salvo pocas excepciones) y una nula tradición de lectura. Esto explica las manipulaciones vulgares de los discursos políticos, la gran cantidad de poetas sin poesía, y muchos púlpitos que arengan en lugar de invitar a la trascendencia. Los pocos que intentamos dar un par de pasos hacia la hondura del pensamiento no encontramos lectores, ni siquiera de los colegas, por lo que terminamos diciendo cada uno lo que pensamos sin referencia alguna a los demás que faenan en el mismo taller de Minerva.

Cuando Juan Bosch llegó al país en 1961 sabía que llegaba a una sociedad con un atraso absoluto en lo económico, político y social, fruto de una dictadura feroz que anuló el potencial de pensamiento creativo y crítico que había florecido en otras latitudes caribeñas como la Cuba de los años 40, Costa Rica, Puerto Rico y Venezuela. En su obra Crisis de la democracia de América en la República Dominicana él analiza las consecuencias de dicho atraso en los feroces ataques que recibió durante la campaña electoral de 1962, la irracional oposición contra su gobierno y la respuesta de varios sectores sociales al Golpe de Estado. Un ejemplo de lo que señalo es que refiriéndose en esa obra a los jóvenes agrupados bajo el liderazgo de Manuel Tavárez señala: “Esos jóvenes tenían pasión patriótica, eran honestos y buenos luchadores, pero no habían tenido tiempo de estudiar a su pueblo y por tanto no conocían ni la composición social del país ni la diferencia de actitud ante la vida que había entre un campesino y un hijo de rico de la Capital, entre un obrero azucarero y un abogado, entre un sin trabajo de Gualey y un Secretario de Embajada” (v. XI, p. 33). Fruto de ese atraso, ocasionado por el trujillato, el 14 de Junio, que no había respaldado el gobierno de Bosch, al ocurrir el Golpe de Estado decidió lanzarse a las montañas intentando replicar la gesta del 26 de Julio de Cuba pero “…al cabo de los días, los guerrilleros de varios puntos del país bajaron desarmados a entregarse, con las camisas desgarradas en puntas de varas cortadas a los árboles del camino a fin de que de lejos se viera que iban en son de paz y de rendición, encontraron que los recibían chorros de plomo. Murieron abogados, médicos, arquitectos, estudiantes, obreros, entre ellos el Presidente del 14 de Junio, el doctor Manuel Tavárez Justo y varios de los líderes de esa organización” (v. XI, p. 246). Si esa élite profesional seguía perdida ideológicamente por su formación en el enclaustramiento de la dictadura, qué podía esperarse de los campesinos analfabetos, los obreros sometidos al trabajo extenuante por salarios míseros o las amas de casa que escuchaban en las iglesias que Juan Bosch era el diablo comunista.

Mientras el pueblo dominicano era manipulado ideológicamente por perversos actores aliados a los dueños del capital y quienes por su apellido se creían que eran “de Primera”, los militares corruptos y asesinos, y los herederos económicos del trujillato, esquilmaron brutalmente la riqueza nacional y gestaron capitales y empresas que hoy gozan de buena fama porque la memoria nacional está administrada para sostener el estado de dominación política. La farsa que vivimos con el caso Odebrecht y el intento de la modificación constitucional para permitir la reelección es fruto de la naturaleza derrotada de la sociedad dominicana desde septiembre del 1963. Y si hubo un fulgor de luz en el levantamiento militar y político de abril del 1965, este fue apagado por la brutal invasión de los Estados Unidos. Los momentos posteriores de esperanza en el triunfo del PRD en 1978 y el PLD en 1996, fueron ahogados en el cieno de la corrupción.

Toda esta herencia funesta tuvo su origen en una cuestión ideológica. Durante la campaña electoral del 1962 y durante el gobierno de Juan Bosch hasta su defenestración, periodistas, políticos y sacerdotes manipularon la sociedad con la acusación de Juan Bosch era comunista. Este ardid ideológico, empleado salvajemente contra un pueblo analfabeto, tuvo varias fuentes: a) La propaganda anticomunista desarrollada por el trujillismo a partir de 1946 cuando la Guerra Fría lanzó al mundo a una bipolaridad esquizoide, b) La política de los Estados Unidos que a partir de la Crisis de los Misiles en 1962 colocó en su agenda como punto primero el control de los gobiernos de la región, dejando de lado la democracia como principio, bajo el miedo de que la Unión Soviética estableciera una base semejante a la de Cuba en otro país latinoamericano o caribeño, y c) La ideología del Nacional Catolicismo español que influyó poderosamente en varios sacerdotes formados allá que veían comunismo en toda expresión de democracia, libertad o tolerancia. A la sociedad dominicana le fue cercenada el acceso a la democracia por el uso de un argumento ideológico, el anticomunismo, y entre sus resultados estuvo un Golpe de Estado, la pérdida de la soberanía y el asesinato de miles de jóvenes que intentaron entre 1963 y 1978 recuperar la democracia y crear una sociedad más justa.

Estudiar lo que es una ideología gana por tanto relevancia al descubrir lo costoso que puede resultar para el bienestar y desarrollo de una sociedad, la nuestra en el caso que explicamos. Jorge Larraín, sociólogo y académico chileno, publicó una obra de 4 volúmenes titulada El Concepto de Ideología, que comentaremos en varias entregas a partir de este artículo. Lo contextualizo en mi análisis de la vida y obra de Bosch como una herramienta necesaria para entender a nuestro autor y ayudar a la desazón generalizada que vivimos hoy día cuando se hablan de ideologías de diversos órdenes. Si de Unamuno se dice que afirmaba que "el fascismo se cura leyendo y el racismo se cura viajando", podemos señalar que el histerismo ideológico se cura con la lucidez y serenidad del estudio profundo de la realidad social y el aporte de las ciencias, las blandas y las duras, tarea ingrata en nuestro medio donde casi nadie lee y mucho menos piensa lógicamente.

De ideología se habla y escribe desde el siglo XVIII, en el contexto de la lucha de las burguesías europeas que aspiraban a derrocar el viejo orden absolutista y establecer una sociedad regida por el capitalismo como orden económico y la democracia como sistema político. Pero Larraín señala que hay antecedentes a la cuestión ideológica en autores de la modernidad temprana, aunque no utilizaran ese término. Un caso es el siguiente: “Nicolo Maquiavelo (1469-1527), un representante de la burguesía temprana, es tal vez el primer autor en tratar materias directamente conectadas con fenómenos ideológicos. Sus agudas observaciones sobre la práctica política de los príncipes, y en general, sobre la conducta humana en política, anticiparon ulteriores desarrollos del concepto, aunque Maquiavelo no empleó el término “ideología”. Algunos elementos del concepto aparecen, por ejemplo, cuando vincula la parcialidad de los juicios humanos con los apetitos y los intereses” (Larraín v. I, p. 10). Esta observación es relevante porque la ideología implica una explicación de lo social (y hasta lo sobrenatural) que no se fundamenta en un estudio objetivo de la realidad, sino guiado por intereses particulares, fobias íntimas y filias clasistas o doctrinales. La ideología es una herramienta discursiva que busca conducir las conductas de los hombres en una dirección que en la mayor parte de los casos les terminará perjudicando. Al no fundamentarse en un hecho objetivo mueve a grandes grupos a perseguir objetivos que benefician a una minoría oculta tras esos discursos e impide la construcción de una sociedad libre y justa. Un buen ejemplo es el macartismo, el movimiento ideológico anticomunista del senador Joseph McCarthy (1909-1957) que ahogó la libertad y creatividad de intelectuales, artistas y periodistas norteamericanos durante la primera década de la Guerra Fría.

En la cuestión ideológica juega un papel importante las religiones. Todas ellas. Aunque el fenómeno religioso no se agota en lo ideológico, todo lo contrario, la ideologización de lo religioso es una perversión de su misma naturaleza, por eso tradiciones religiosas llamadas a promover la paz y el amor, terminan muchos de sus miembros sembrando odio y guerra, tal es el caso del cristianismo y el islamismo. “Otra observación importante hecha por Maquiavelo es la manera en que relaciona la religión al poder y la dominación. Con gran claridad anticipa un tema recurrente del concepto de ideología, esto es, la crítica de las funciones sociales del pensamiento religioso” (Larraín v. I, p. 10). Eso se hace evidente en las dictaduras de Franco y Trujillo, y que algunos de los grandes acusadores de Bosch fueron sacerdotes. En cambio, un caso como San Arnulfo Romero es la antítesis de ese fenómeno.