En junio de 1944, a un año del fin de la guerra, que era previsible por el curso de los acontecimientos en Europa y el Pacífico, Bosch escribe sobre un hecho que ocurría en Bolivia, país al que no había visitado nunca hasta ese momento. Una década después, desde Chile, en 1955, publicará un libro de cuentos titulado La muchacha de la Guaira y en esa obra un cuento ambientado en Bolivia, El indio Manuel Sicuri, y comienza así: “Manuel Sicuri, indio aimará, era de corazón ingenuo como un niño; y de no haber sido así no se habrían dado los hechos que le llevaron a la cárcel en La Paz. Pero además Manuel Sicuri podía seguir las huellas de un hombre hasta en las pétreas vertientes de los Andes y esa noche hubo luna llena, cosas ambas que contribuyeron al desarrollo de esos hechos. El factor más importante, desde luego, fue que el cholo Jacinto Muñiz tuviera que huir del Perú y entrara en Bolivia por el Desaguadero, lo cual le llevó a irse corriendo, como un animal asustado, por el confín del altiplano, obsedido por la visión de un paisaje que le daba la impresión de no avanzar jamás” (V. II, p. 17). Es uno de los cuentos mejor valorados de la producción de Juan Bosch.

Diógenes Céspedes comentará su valor en relación a otros cuentos de Bosch: “…desde que analicé “La mancha indeleble” como el mejor entre todos los cuento de Bosch (…) dije, por tenerlo bien claro: «Si medimos el valor de una obra por la orientación del sentido contra las ideología de época, entonces no tienen el mismo valor jerárquico ‘La mancha indeleble’, que lo orienta en contra de una estructura que está en el sistema social: la concepción práctica del partido único, y ‘La Nochebuena de Encarnación Mendoza’, que lo orienta en contra de una ideología medieval del honor, independientemente de que a él lo asesina una estructura superior, el Ejército, simbolizada por el sargento Rey. Del mismo modo que en ‘El indio Manuel Sicuri se mezcla ese mismo honor, al cual poco le importa, para su salvaguarda, la justicia del código moral del honor, aparte de la acción del personaje como reproductor de las creencias religiosas de su época” (Céspedes, Acento, 15 de julio de 2017) En la obra de Luis Alberto Mansilla, titulado Los días chilenos de Juan Bosch, recoge lo esencial de ese cuento. “El indio Manuel Sicuri muestra otro paisaje, el altiplano boliviano: “Donde no había una casa, no había un árbol, no había una cañada ni hacia atrás ni hacia delante”. En esa llanura sin siquiera piedras vive el indio Manuel Sicuri. Es de corazón ingenuo como un niño y posee los dones de sus antepasados milenarios: puede seguir las huellas de un hombre hasta en las pétreas vertientes de los Andes. Vive en un desierto solo habitado por su familia y por las llamas que le proporcionan el sustento. Allí aparece un día el bandido Jacinto Muñiz, quien huye de la policía peruana y ha ingresado a Bolivia por un desaguadero” (Mansilla, 2011, p. 113). Esas denominaciones, esos paisajes, esa sociedad, al momento de publicar su artículo El caso de Bolivia, el 8 de junio de 1944, le eran ajenos en términos existenciales, pero su disciplina de estudio e investigación le permitía explicar lo que estaba ocurriendo a miles de kilómetros de La Habana.

Bosch había publicado dos artículos previos sobre los hechos que estaban ocurriendo en Bolivia , que analizamos en las pasadas dos Veritas liberabit vos, y este analiza el solicitado informe del embajador Warren: “Un cable de Washington afirma que el informe elaborado por Mr. Avra Warren, embajador extraordinario encargado de investigar en La Paz la situación real del régimen boliviano, es favorable al gobierno de Villarroel, entre otras razones, “porque la prisión y expulsión de agentes enemigos conviene a los intereses americanos” (V. XXXIV, p. 347). Estos intereses americanos no eran otra cosa que el control de los metales que se minaban en Bolivia y que eran fundamentales en la industria bélica de ese momento y a la represión de los mineros que demandaban mejores condiciones de vida por la riqueza que producían. Los discursos represivos provenientes del Departamento de Estado catalogaban como nazis a cualquier actor latinoamericano que afectara sus intereses. La democracia no importaba un bledo. Eso lleva a Bosch a la siguiente conclusión: “…la prisión y expulsión de agentes nazis a los Estados Unidos, ¿nos asegura tal acción el establecimiento de un régimen democrático en Bolivia? ¿No expulsaron también a los agentes nazis Trujillo y Ubico, Carías y Martínez, Morinigo y Somoza, y ha significado ello acaso algún alivio para el sufrimiento de los dominicanos, los guatemaltecos, los hondureños, los nicaragüenses?” (V. XXXIV, p. 348). Igual pasará luego con la acusación de comunistas a los mismos actores que en ese momento acusaban de nazis. Los intereses norteamericanos en America Latina no implicaban la democracia de nuestras sociedades y muchos el desarrollo de nuestros pueblos.

Incluso un nazi auténtico era favorecido por los Estados Unidos en Bolivia, de manera indirecta, siempre que protegiera su acceso a los recursos minerales del altiplano. “…si a consecuencia de su informe (el de Warren), el régimen de Villarroel es reconocido ahora, antes de que unas elecciones libres entreguen el poder en Bolivia a quien el Pueblo elija, y ese reconocimiento fortalece a Villarroel hasta el extremo de facilitarle que entorpezca la voluntad popular el día de las elecciones, eso no le importa un bledo a Mr. Warren. Tampoco le importaría a Mr. Warren que de tales elecciones resultara presidente Roberto Hinojosa, candidato de Villarroel y hombre de peligrosas tendencias pro-nazis” (V. XXXIV, p. 347). Si por carambola política el fortalecimiento del régimen de Villarroel llevaba al poder, mediante unas elecciones amañadas al claramente nazi Hinojosa, eso no importaba a Warren, ni al Departamento de Estado de Estados Unidos, siempre que los intereses de los inversionistas norteamericanos quedaran garantizados en Bolivia. Warren, al igual que Hinojosa, ya lo comentamos antes, compartían el mismo sentimiento antisemita de Hitler.

A pesar del realismo político que muestra Bosch en su análisis geopolítico de la situación boliviana, muestra un pequeño signo de ingenuidad al afirmar que: “…la amplia y generosa concepción de un Hemisferio unido en un mismo ideal democrático en lo doméstico y en lo externo —de la que es paladín Mr. Roosevelt— no va con Mr. Warren, a quien sólo le importa “su” interés y, cuando mucho, el interés de los Estados Unidos” (V. XXXIV, pp. 347-348). Igual le pasó con Kennedy que en sus primeros análisis sobre el golpe de Estado contra su gobierno lo excluyó de responsabilidad. Pretender que Warren operaba al margen de los intereses norteamericanos -y por tanto de los intereses de Roosevelt- no soporta el más elemental análisis. Incluso va en contra de su mismo análisis.

La conclusión de esa situación, del peligro que tal respaldo a Villarroel implicaba, lo señala Bosch con precisión: “Puede que a Mr. Warren le importe nada más que el gobierno boliviano ayude a los Estados Unidos en la guerra; a nosotros nos importa, tanto como eso, que el pueblo de Bolivia disfrute de los derechos democráticos que le corresponden. Expulsar agentes nazis y mantener en lo doméstico un régimen nazi es una barbaridad que puede no preocuparle a Mr. Warren, pero que nos duele a nosotros. Y nos tememos mucho que Bolivia padezca un pequeño Hitler si Roberto Hinojosa va al poder en el antiguo Alto Perú” (V. XXXIV, p. 348). Si ese pequeño Hitler favorece los intereses norteamericanos, aunque reprima brutalmente a su pueblo, no iba en contra de los intereses de Roosevelt, ni durante la guerra, ni después de ella. Pero Bosch introduce un “nosotros” que es importante destacar. Nosotros somos los pueblos latinoamericanos y los líderes de esta región que favorecen un régimen democrático y que procuran el desarrollo de nuestros pueblos, dentro de los cuales Bosch se considera miembro pleno. Por tanto, Bosch enfatiza que lejos de atender a los intereses norteamericanos que tan bien defiende Warren, solicita que pensemos en nuestros intereses: “El interés de los latinoamericanos no es siempre el mismo de los norteamericanos. Estos viven democráticamente; muchos de nosotros no. De ahí que hayamos considerado absurdo que la política latinoamericana dependa del juicio de un norteamericano. Está bien que cambiemos impresiones, pero no que obedezcamos al interés exclusivo de Washington. Lo último no es lógico ni digno” (V. XXXIV, p. 348-349). Si eso no es una postura anti-imperialista, no sé qué otro nombre darle, aunque el mismo autor no lo nombre.