Luego de salir de Santo Domingo, donde había sido embajador de los Estados Unidos hasta marzo del 1944, Avra Warren fue enviado a Bolivia en una misión especial. En República Dominicana dejó a su hijo como oficial del ejército criminal de Trujillo. “Warren obtuvo de su gran amigo Rafael L. Trujillo que le nombrara segundo teniente del ejército dominicano a su hijo. En solemne acto público que tuvo lugar el 11 de abril de este año en la capital dominicana, el propio dictador puso sobre los hombros del vástago de su amigo las barras de oficial de las tropas privadas del tirano” (XXXIV, p. 335). Esto lo publicaba Juan Bosch en La Habana el 30 de mayo de 1944. A dos meses del cambio de Embajador y siete semanas de la juramentación del hijo de Warren por Trujillo en persona, y justo 17 años antes de que Trujillo fuera ajusticiado.

¿Qué pasaba en Bolivia que demandara la designación de un embajador extraordinario de parte de los Estados Unidos? Me apoyo en el texto de Guillermo Lora titulado Bolivia: Evolución política de 1943 a 1946. “El 7 de abril de 1943, el gobierno presidido por el general Enrique Peñaranda (…) declaró la guerra a los países del Eje, conformado por Alemania, Japón, Italia” (Lora). No fue de los primeros, pero tampoco de los últimos, de los países latinoamericanos en cerrar filas con Estados Unidos. Enrique Peñaranda del Castillo llegó a la presidencia mediante unas elecciones fraudulentas el 15 de abril del 1940 y derrocado el 20 de diciembre de 1943 por un golpe de Estado patrocinado por militares jóvenes al mando de Gualberto Villarroel López. Este golpe de Estado fue fruto de una constante agitación social que tuvo un momento álgido el “…21 de diciembre de 1942, (cuando) una imponente manifestación de obreros (…) a la que se sumaron mujeres y niños, fue diezmada a bala” (Lora). A partir de ese momento Bolivia vivió un año exacto de tensiones y protestas hasta que Peñaranda fue derrocado.

Gualberto Villarroel se consideraba un militar te tendencia fascista, por tanto, más cercano al eje que a los aliados. No obstante “…los golpistas (lucieron) como exponentes de los deseos populares y como rectificadores de la política entreguista del general Peñaranda (hacia Estados Unidos)” (Lora). Las necesidades militares de la guerra en Europa y el Pacífico demandaba minerales y por eso volvía a Bolivia en un objetivo estratégico de ambos bloques enfrentados. El ascenso de Villarroel encendió todas las alarmas en Washington y explica el envío de Warren.

Lora detalla el conflicto. “El nuevo gobierno pagó muy caro el pasado propagandístico de sus componentes, que, como tenemos indicado, hundía sus raíces en el filo-fascismo. El Departamento de Estado se apresuró a colocar tanto al MNR como a RADEPA en el casillero nazifascista, que, por tanto, debían ser destrozados. Su medida inmediata fue la de recurrir a la consulta diplomática recíproca entre los países del continente antes de proceder a su reconocimiento”. Tanto el MNR, como el RAPEDA, eran partidos políticos que respaldaban al nuevo presidente. “Como quiera que el timonel del bloque imperialista sabía que corría el riesgo serio de perder el control de las reservas mineralógicas, estratégicas, ubicadas en Bolivia, se empeñó seriamente en domesticar al nuevo gobierno golpista y pro-nazi, a fin de obligarle a marchar en el marco de su política exterior. Sabía por experiencia que los renegados son los que mejor cumplen este papel servil. Se apresuró en enviar a observadores encargados de constatar si las promesas democratizantes de Villarroel -y éstas menudearon- correspondían o no a la realidad. El enviado fue Avra Warren. En junio de 1944, dicho diplomático elevó un informe favorable a la Junta de Gobierno: "no quedaba ya ni un solo representante del MNR en ninguna de las posiciones de importancia. Warren aseguró que el mayor Villarroel le había dicho "que el MNR no tenía posibilidad práctica alguna para recibir una mayoría de votos en las elecciones próximas, ni de coaligarse con otros partidos para obtenerla". El testimonio respaldó la determinación de Estados Unidos de reconocer diplomáticamente a la Junta de Gobierno el 2 de junio de 1944”.

La lectura que hace Bosch de la misión de Warren es interesante. “Mr. Warren conocía Bolivia; había sido ministro en La Paz, donde se había ganado la amistad del dictador —entonces Peñaranda— y la antipatía popular. Gracias a sus nexos con Peñaranda obtuvo que en su viaje de los Estados Unidos a Bolivia el “generalísimo” del altiplano visitara al “generalísimo” de las Antillas. Esa visita era interesante para ambos dictadores. La Paz es un punto neurálgico para Chile, Argentina y Brasil, tres países en los cuales Trujillo ha hecho cuantiosas inversiones. Setenta y cinco mil dólares envió Trujillo al candidato fascista a la presidencia de Chile, Carlos Ibáñez, para ayudarlo a ser electo. Si Ibáñez hubiera salido de las elecciones de 1942 convertido en presidente, Trujillo hubiera contado con un amigo incondicional en el Sur; pero Ibáñez fue derrotado. El hombre a conquistar parecía Peñaranda. Mas Peñaranda no resistió un tiroteo de tres horas y perdió el poder. Mr. Warren tenía que buscar nuevos amigos en La Paz al ir allí en misión especial de Washington” (XXXIV, p. 336). La misión de Warren, que supuestamente respondía a los intereses de Estados Unidos sobre los metales bolivianos, a la vez es visto por Bosch como un agente del trujillismo y sus intereses en América del Sur.

En la trama que vamos explicando surge un nombre muy curioso, que Bosch comentará. Nos referimos a Roberto Hinojosa, de quien Andrey Schelchkov publicará un artículo con el sugerente título de Roberto Hinojosa: ¿revolucionario nacionalista o Goebbels criollo? Este artículo trata de la presencia de este boliviano en México. El resumen del artículo es el siguiente: “Motivado por diversos documentos encontrados en México, lugar donde el boliviano Roberto Hinojosa pasó varios años de su vida, el autor de este artículo describe aquí aspectos de la vida y obra de este personaje. Estos documentos revelan momentos de su trayectoria que, por lo general, han estado fuera de la atención de las pocas investigaciones que se han hecho sobre su vida” (Schelchkov) Bosch señala: “Mr. Warren tenía que buscar nuevos amigos en La Paz al ir allí en misión especial de

Washington. Eso no era cosa difícil para Mr. Warren, pues en La Paz está Roberto Hinojosa, y no es difícil ganarse a Roberto Hinojosa; al menos, no lo fue para el último embajador alemán en México. Roberto Hinojosa, por muchos años exiliado en México y por largo tiempo líder de izquierda, derivó hacia las ideas nazistas cuando, necesitado de fondos para mantener la fastuosa vida a que lo inclinaron sus amoríos con una bailarina austriaca, los halló en la embajada alemana. Los círculos izquierdistas de México se alarmaron con el veloz cambio que iba operándose en los principios de Hinojosa; después el exiliado boliviano, cuya actividad había sido siempre digna de admiración, se hundió en el silencio y desapareció de los centros políticos e intelectuales. Ha reaparecido ahora en La Paz como candidato de Villarroel a la presidencia de la República y ha pronunciado discursos en los que ha dicho, de manera tajante, que si alcanza la primera magistratura de la nación no quedará un judío en territorio boliviano. Los cables de Washington hacen suponer que el informe de Mr. Warren será favorable a los hombres que apoyan la candidatura de Hinojosa” (XXXIV, p. 336-337). El mencionado antisemitismo de Warren expuesto en el pasado Veritas liberabit vos indudablemente le generaba simpatía por un candidato que prometía “no quedará un judío en territorio boliviano”.

El objetivo de los Estados Unidos era preservar su acceso privilegiado a los minerales del techo del mundo y en ese momento, mayo del 1944, no parecía un problema que dirigentes fascistas antisemitas gobernaran en Bolivia. Por tanto, Bosch ausculta esta situación y valora el papel de Warren, no únicamente en relación a la potencia norteamericana, sino en función de los dictadores del continente. La pregunta es: ¿dónde estaba la fidelidad principal de Warren? “…la política exterior de la parte americana que habla español se basará sobre el juicio de un solo hombre (Warren). Y, precisamente, del hombre a quien algunos pueblos latinoamericanos consideran el mayor enemigo de las masas sometidas porque es el mejor amigo de los explotadores de esas masas. Tan amigo, que al peor de ellos le entrega a su hijo, se lo deja como subordinado; se lo ofrenda, casi, en prueba de amistad” (XXXIV, p. 337-338). Mientras el Departamento de Estado estaba atento a lo que pasaba en los frentes de guerra, un tal Sr. Warren hacía y deshacía en función de sus intereses personales y sus prejuicios raciales por América Latina. Esa es una posibilidad. La otra es más siniestra. Para los intereses norteamericanos su guerra contra el Eje no era una cuestión ideológica, sino una lucha por el control del mundo y específicamente sobre los recursos materiales de los países más pobres.