La esclavitud en el Santo Domingo español desapareció de hecho con las Devastaciones (no de derecho, ya que la legislación seguía vigente). “La historia común y corriente refiere la abolición de la Esclavitud como una acción haitiana –realizada por Toussaint en 1801 y ratificada por Boyer en 1822– desconociendo así que esa institución había desaparecido dos siglos antes, casi con toda exactitud. Lo certifican rotundamente Cepero y Xuara en sus declaraciones contra el Presidente Osorio a propósito de las Devastaciones: Con esto –manifestaron estos testigos excepcionales en 1608– el dicho Presidente dio ocasión a que los dichos negros quedasen en su libertad. Y era cierto. La libertad había de ser definitiva. Jamás volvería a resucitar la esclavitud en los términos que los dirigentes haitianos, que habían conocido sus atrocidades indescriptibles, tenían en mente al proclamar sus respectivas aboliciones. Esto es particularmente cierto en lo que se refiere a la situación que contemplaba Toussaint, quien hizo construir en Santo Domingo un tablado especial, según nos cuenta José Gabriel García, para acomodar a los niños, probablemente para que asistieran al acto solemne de la abolición de la esclavitud como excepcionales y delicados testigos del futuro” (Mir, p. 155). Esto es importante, ya que la población negra del lado español no supo valorar la abolición formal de la esclavitud por parte del nuevo régimen haitiano, ya que ellos llevaban varias generaciones siendo libres de hecho porque la economía de la parte oriental era tan primitiva que no permitía tener un régimen esclavista.
La explicación de lo que pasó en nuestra sociedad para que el mulataje sea predominante está en el siglo XVII y lo explica un autor llamado Frank Peña en su libro Cien años de miseria en Santo Domingo: 1600-1700. La causa fue económica. Fue tal la miseria vivida durante ese siglo que la esclavitud dejó de tener sentido práctico. Tener esclavos sólo tiene sentido si se les usa para producir riquezas, ya que a los esclavos había que mantenerlos y gastar en su vigilancia para que trabajaran. Si no hay actividad productiva, no tiene sentido tener esclavos, salvo unos pocos para el servicio doméstico. Por tanto, la miseria vivida en el siglo XVII provocó que blancos y negros fueran igual de pobres y por tanto la diferencia entre ambos grupos raciales se disolvió, y sumado a ello que la población era muy reducida, blancos y negros, hombres y mujeres, pasaron a ser parejas y tener hijos. Si la riqueza de Saint Domingue en el siglo XVIII y la de Cuba en el siglo XIX, mantuvo a las razas separadas por el sistema esclavista, la miseria en el siglo XVII en la colonia de Santo Domingo fructificó en un rico mulataje único en todo el Caribe. A veces la pobreza genera cuestiones tan positivas como la extinción de la separación racial en una sociedad, o visto del lado opuesto, la codicia ha llevado a muchas sociedades a crear regímenes esclavistas que por definición son absolutamente inhumanos.
Las consecuencias de esa situación son analizadas por varios autores. “La prolongada pobreza impuso una gran sencillez de vida y dio lugar a un insensible movimiento de nivelación entre las clases, lo mismo que a un acercamiento entre las razas. En Santo Domingo, tradicionalmente, el prejuicio racial es mínimo y las costumbres son profundamente democráticas. En aquel ambiente enrudecido por los infortunios se olvidaron un poco los convencionalismos sociales, las fórmulas de cortesía, las inclinaciones de cabeza. Por esto el dominicano es todavía parco en sus cumplidos, pero trata de demostrar su buena voluntad con actos, con servicios. No usa los tratamientos de excelencia o de señoría y a las personas no las llama por sus títulos sino por sus nombres” (Martínez, vol. II, pp. 152-153) Eso lo señala Pedro Troncoso Sánchez. Esos rasgos que señala este autor sobre el dominicano no son de extrañar que surgiera del siglo XVII, pero no hay que olvidar que muchos hechos del siglo XIX y parte del XX pueden ser gestores de esa manera de ser.
El grado de miseria vivido lo recoge Pedro Mir de manera magistral, citando fuentes de la época. “Cuenta Fray Fernando Carbajal y Rivera, Arzobispo de Santo Domingo, que su penuria era tal que tuvo que pedirle a Dios la gracia de un huevo de gallina: … di gracias a Dios de poder hallar un huevo que comer y alguna vez me aconteció solicitarle que una gallina entrase en el bahareque de mi habitación para tenerlo, esperando que lo pusiese, para el sustento de aquel día (Mir, p. 143) Y vuelve al citar el mismo Arzobispo cuando señala: “No había pan, cuenta el Arzobispo. La gente lo había sustituido por el plátano. Y parece ser que fue entonces, a consecuencia de esta tragedia, que este manjar de esclavos, considerado como despreciable, subió de categoría y se convirtió en la dieta fundamental del pueblo, un acontecimiento histórico que no debe pasar inadvertido” (Mir, p. 144). Por tanto, que el pueblo dominicano coma plátanos, y sobre todo verdes, cuando es un producto que madura, es señal inequívoca de hambre que no espera la maduración. Mulataje y plátanos son señales de la miseria del siglo XVII. Y que un Arzobispo viva en tal situación de miseria que ruega porque una gallina ponga un huevo para él poder comer, sirve de contra ejemplo a otros clérigos cuyo móvil fue enriquecerse en estas tierras.
Un detalle muy citado en varias obras de historia y que Pedro Mir cita al pie de la letra es una referencia de Carlos Larrazábal (Los negros y la esclavitud en Santo Domingo, Santo Domingo, 1967, página 132) es el grado de disolución moral a que llevo el hambre y la miseria vivida durante finales del siglo XVI y todo el siglo XVII. Transcribo el texto: “Hay constancia de un caso sucedido al convento de monjas de Regina. Este convento llegó a tal estado de miseria en 1606 que no se podía subvenir a las necesidades más urgentes sino a base de sacar a la calle a sus esclavas para que le ganaran dinero. Estas salían de mañana y entraban por la noche con el producto de sus pequeños negocios o diligencias, pero en este entrar y salir algunas esclavas solían quedar encinta, y el escándalo se producía, no por el hecho de que una esclava concibiera, cosa demasiado común, sino que las monjas conservaban a esas esclavas en su convento, le permitían que dieran a luz y le criaban sus hijos. Por esto se intentó quitarles a las monjas de Regina sus esclavas, al menos las ganadoras, pero intervinieron los Oidores y se suspendió la medida porque para ello hubiera sido menester dotar al convento de una apreciable limosna” (Mir, p. 147). Una monjas organizando redes de prostitución con sus esclavas (el hecho de tener esclavas ya es grave) nos muestra cuan desesperada era la situación en la colonia. Fíjense que la referencia es del mismo momento en que ocurrían las Devastaciones, así que podemos imaginar que en los años sucesivos la situación se tornó peor. De esa miseria del siglo XVII se fueron despoblando las ciudades y los más astutos marcharon al campo a sembrar conucos y criar gallinas y puercos para poder comer. El estilo de vida campesino es herencia de esa situación. Siempre vivir en el campo cuando hay tanta necesidad es mejor que vivir en las ciudades que dependen de que le lleven comida desde la zona rural. Por tanto, en el siglo XVII la inmensa mayoría del pueblo dominicano se volvió campesina y ese estado prevaleció hasta el derrocamiento de la dictadura de Trujillo, valga decir 360 años de los 525 desde que llegaron los europeos a nuestra isla.