Previo a continuar sobre los textos de Juan Bosch quiero hacer un reconocimiento a la justa corrección del Dr. Juan Ventura en su artículo del domingo 3 de marzo, aquí en Acento, en relación a un juicio que formulé sobre los periodos que ocupó la presidencia de la República Dominicana el Lic. Joaquín Balaguer Ricardo. Tal como él señala, y es lo correcto: “El Lic. Joaquín Antonio Balaguer Ricardo fue presidente de la República, en ocho ocasiones, en los años: 1960, 1962, 1966, 1970, 1974, 1986, 1990 y 1994”. En la primera ocasión cuando siendo vicepresidente de Héctor Bienvenido Trujillo, desde el 16 de agosto del 1957, y frente a la renuncia del hermano de Trujillo, asumió Balaguer la presidencia del país de manera constitucional, técnicamente para terminar el 15 de agosto del 1962, pero fue obligado a renunciar el 31 de diciembre del 1961, o mejor dicho a continuar bajo otra fórmula. En la segunda ocasión, 1962, Balaguer fue presidente del Consejo de Estado, desde el 1 de enero del 1962 hasta el 16 de enero del 1962, cuando es derrocado. En las siguientes 5 ocasiones fue el resultado de elecciones -muy cuestionadas todas- y completó en cada caso su mandato. En la última, 1994, fue obligado a recortar su mandato en dos años mediante una reforma constitucional y no presentarse como candidato a las siguientes elecciones, la del 1996, debido al cuestionamiento de las elecciones del 1994. Muchos detalles hay que analizar sobre todo lo dicho en estas breves líneas, pero no será ahora. Agradezco la corrección del Dr. Ventura y sus elogios por mi trabajo académico, nuevamente se demuestra que el conocimiento científico es una labor colaborativa entre investigadores.
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En el 1944 Bosch dedicó tres artículos al caso de Bolivia y en particular la relación de los Estados Unidos con esta nación en el techo del mundo, como él lo denomina. El primero fue publicado el 28 de mayo del 1944 con el título de El techo del mundo, el segundo publicado el 30 de mayo del 1944 con el título de El extraordinario embajador y el tercero el 8 de junio del 1944 con el título de El caso de Bolivia. Todos en la Información. Estos tres textos los escribe Bosch entre dos hechos relevantes de la vida política boliviana, por un lado, el golpe de Estado ocurrido el 20 de diciembre del 1943 que colocó en la presidencia a Gualberto Villarroel López y un mes después de sus artículos, el 2 de julio del 1944 se celebraron unas elecciones parlamentarias con la finalidad de escoger una Asamblea Constituyente. Esa Asamblea confirmó a Gualberto Villarroel como presidente constitucional el 4 de agosto del mismo año para un periodo de 6 años.
La historia de Bolivia es la historia de los metales y de la explotación indígena. Bosch brinda unos matices relevantes. “…ahí están los indios sometidos al mismo sistema de trabajo y expoliación que implantaron los primeros blancos llegados a la región. Nada ha variado fundamentalmente en cuatro siglos. La Colonia esclavizó a los indios para que extrajeran plata, oro, estaño de los cerros; Bolívar fundó la república y le dio una constitución escrita de su puño y letra, en la cual se establecía, a ejemplo de la república haitiana de Pétion, que el presidente era vitalicio; Sucre la gobernó por vez primera y salió de aquella tierra amargado por el intento de asesinato de que fue víctima; la guerra chileno-peruana le arrebató la oportunidad de tener salida al mar Pacífico… Nada ha cambiado allí de fondo, a despecho de tantos sucesos” (XXXIV, p. 328). Un cuadro dantesco, que Bosch pinta con precisión sobre el altiplano boliviano cuando la Segunda Guerra Mundial le quedaba todavía un año para concluir con los genocidios de las bombas nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki. Faltaban siete décadas para que el primer indígena ocupara la presidencia de Bolivia, Evo Morales, y pusiera al servicio de su pueblo la riqueza extraída de su subsuelo.
La sensibilidad de Bosch, unido a su rigor analítico de las condiciones socio-económicas y políticas de Bolivia, encierra lo que sucedía en 1944 con este texto: “País mediterráneo, alejado de los mares y hasta del nivel terrestre normal en América, está situado en el techo del mundo. Sufre, y su vagido de dolor, agobiante y monótono como el quejido de la “quena” que tocan sus indios, se pierde en la altura, se diluye en el aire suave y enrarecido del altiplano. Está solo, desamparado del Continente” (XXXIV, p. 328). De esta tierra olvidada para la mayor parte de los latinoamericanos las grandes potencias europeas obtuvieron riquezas incalculables mediante el trabajo esclavistas de los indígenas durante cuatro siglos. Y en el siglo XX Estados Unidos pasó a ser el principal beneficiario de ese régimen inhumano minero. Bosch destaca la relevancia de un representante diplomático de la nación norteamericana en tierras bolivianas. Nos referimos a “…Mr. Avra Warren, embajador especial de los Estados Unidos, para investigar si el gobierno de tal país merecía el reconocimiento de la gran potencia del Norte” (XXXIV, p. 329). La pregunta es si el reconocimiento del gobierno de Gualberto Villarroel López por parte de Estados Unidos estaría condicionada a su legitimidad constitucional o a la defensa del nuevo mandatario a los intereses norteamericanos. La historia del siglo XX, y la del XXI, muestra que regularmente es lo segundo y no lo primero.
Avra M. Warren, a quien se refiere Bosch en sus artículos sobre Bolivia, fue Embajador de Estados Unidos en República Dominicana hasta marzo del 1944. Estuvo de servicio en el país desde el 1942. De República Dominicana fue enviado a Panamá, pero entre uno y otro destino se le asignó una misión “especial” en Bolivia. En su hoja de servicio como Jefe de Visas del Departamento de Estado, previo a su asignación como diplomático frente a Trujillo, ganó la mala fama de haber dificultado la concesión de visas a judíos perseguidos por el régimen Nazi. Un texto relevante de consulta es el libro de Allen Wells titulado Tropical Zion. General Trujillo, FDR and the Jews of Sosúa. En la edición en español de dicha obra, publicada por la Academia Dominicana de la Historia en el 2014, se señala que: “Avra Warren, que dirigía el departamento de visas desde 1938, viajó a Europa en junio de 1940 para informar a los cónsules de que debían reducir de forma drástica el número de refugiados que entraban en Estados Unidos. Desde mediados de 1940 hasta mediados de 1941 tan solo catorce mil refugiados entraron en Estados Unidos, frente a los cuarenta mil de los doce meses anteriores. Warren, que en 1942 dejaba el departamento de visas para ser embajador en la República Dominicana (…) alardeaba sin pudor alguno de que a él podía atribuirse el número de visas expedidas” (Wells, pp. 254-255). Por supuesto nada de eso podía saberlo Bosch en 1944 cuando escribía sobre las gestiones de ese señor en Bolivia, pero si sabía bien de las intenciones del imperio sobre la riqueza minera de esa nación en el techo del mundo.
La ironía de Bosch se hace presente de manera genial en su caracterización de ese personaje llamado Avra Warren. “A la vez que un embajador extraordinario, cuya misión en Bolivia era investigar qué pasaba allí Mr. Avra Warren es un extraordinario embajador, en nada parecido a sus colegas norteamericanos. Nadie como Mr. Warren para ganarse rápidamente la amistad de los dictadores latinoamericanos. Entre los diplomáticos de su país, Mr. Warren es el único —hasta donde se sepa— que ha hecho de su hijo soldado de un ejército de Hispanoamérica cuyo “supremo jefe” es un tirano. Warren obtuvo de su gran amigo Rafael L. Trujillo que le nombrara segundo teniente del ejército dominicano a su hijo. En solemne acto público que tuvo lugar el 11 de abril de este año en la capital dominicana, el propio dictador puso sobre los hombros del vástago de su amigo las barras de oficial de las tropas privadas del tirano. El joven Warren, que había estudiado en West Point y a quien sus compañeros de estudio hubieran visto con placer defendiendo en los frentes del Pacífico la bandera de las barras y las estrellas, es ahora, pues, un soldado de ese ejército cuya misión es defender a sangre y fuego los privilegios de su jefe y cuyo oficio es mantener al pueblo dominicano sumido en el terror” (XXXIV, p. 335).
Tenemos entonces a un embajador extraordinario de Estados Unidos en Bolivia, que resulta ser un extraordinario embajador por su perfil antisemita, incondicional de los dictadores latinoamericanos y tan cobarde que se las arregla para que su hijo sea parte del ejercito del sátrapa dominicano y evitarle ir a combatir por su patria en la Segunda Guerra Mundial. Falta mucho por explicar del análisis de Bosch sobre Bolivia y del destino de Warren y Villarroel.