En la actual situación del pueblo dominicano muchos se preguntan cómo podremos librarnos de los males políticos, económicos y sociales que padecemos. Demasiados vagabundos usan las redes sociales y vallas publicitarias para “promoverse”, ofreciendo mediante mensajes publicitarios mil tonterías o aprovechan cualquier crisis para señalar que ellos actuarían de tal o cual manera. Lo curioso es que cualquier pelafustán se considera a sí mismo candidato a la presidencia. Mientras padecemos la sucesión de esos auto-predestinados ocupando posiciones en el Estado para agravar nuestros males, mientras depredan las arcas públicas para beneficio suyo y de sus allegados.

En el pasado Veritas liberabit vos Juan Bosch analizaba esa situación al criticar nuestro autor las pretensiones del presidente haitiano Elie Lescot para continuar en el gobierno mediante una modificación constitucional alegando de que se quería sacrificar por su pueblo en compañía de la élite que tenía el poder. El análisis de Bosch fue publicado en Información, en la ciudad de La Habana, el 9 de mayo de 1944 y señala lo siguiente: “Esa élite a la cual quiere encabezar Mr. Lescot no se sacrifica por nadie, porque lo que ella hace es vivir a expensas del Pueblo, succionar siempre en su exclusivo beneficio” (V. XXXIV, p. 300). No solo la élite haitiana de los años 40 del siglo pasado, sino que élite alguna, en toda sociedad, nunca se ha sacrificado por sus pueblos, al contrario, busca todas las formas posibles para expoliar la riqueza de sus sociedades. Cualquier repaso de la historia de la humanidad nos muestra la voracidad insaciable de sus élites, que únicamente se frena en su codicia cuando el pueblo organizado los enfrenta y los obliga a nuevas reglas de juego, para distribuir mejor la riqueza generado por la fuerza física y el talento del pueblo.

Bosch se preguntaba en su texto quién sería el que cambiaría la suerte del pueblo haitiano visto que no sería Lescot, ni la élite que los dominaba. “Una ojeada certera hacia la Historia le demostraría a Mr. Lescot que su pueblo no necesita “el sacrificio” de su cebada élite. Haití era más pobre, más enfermo, más inculto que hoy y estaba sometido al riguroso despotismo de los plantadores franceses siglo y medio atrás, y ello no fue obstáculo para que de su entraña esclava pariera caudillos extraordinarios, que guiaron a su pueblo en la revolución más completa que recuerdan los anales del género humano, la única revolución que fue a un tiempo guerra política de liberación nacional, guerra económica, social y racial” (V. XXXIV, p. 300). A los que han leído los grandes textos de Bosch de finales de los 60 en adelante debe sorprenderles que ya en 1944 Bosch tenía una evaluación tan certera de la Revolución Haitiana que volverá a plantear en sus obras posteriores.

Bosch hace notar que los grandes saltos en el desarrollo de una sociedad no son el resultado de auto-proclamados líderes o élites dominantes, sino del pueblo que se organiza para luchar por su libertad o su soberanía. Dos buenos ejemplos en esta isla, que Bosch los analiza con profundidad, son la Revolución Haitiana y la Guerra Restauradora. No es que el pueblo no necesita de líderes, pero estos surgen en la lucha misma, no desde las poltronas al servicio de los explotadores. Refiriéndose a la revolución que liberó a Haití de sus patrones esclavistas franceses Bosch lo enfatiza. “No había élite que se “sacrificara” entonces; los líderes que dirigieron al Pueblo en ese trance portentoso salieron de entre los esclavos. Los pueblos dan de sí, de sus masas más oprimidas, a los que en verdad han de sacrificarse por ellos.” (V. XXXIV, pp. 300-301). Basta recordar la última gran gesta patriótica del pueblo dominicano que fue el levantamiento militar y popular del 24 de abril del 1965 contra los golpistas de septiembre del 1963, y transformado en Guerra Patria frente al invasión de los militares estadounidenses el 28 de abril. Los liderazgos surgieron en el escenario mismo del combate, poniendo sus vidas en juego por su amor por la democracia y la Patria. Mientras las élites que ocupan el poder masacraron al pueblo, pidieron la intervención extranjera y fueron sicarios contra los patriotas que se atrevieron a enfrentar sus intereses corruptos y autoritarios. Como ese hecho es el más reciente, sirve para evaluar la naturaleza de los liderazgos y sus discípulos en la actualidad. Debemos siempre preguntarnos de cuál lado estaban.

En su artículo Bosch siempre le reconoce honradez al presidente Lescot, pero enfatiza lo equivocado que estaba al impulsar su continuismo en el gobierno mediante una reforma a la Constitución. Equivocarse en ese terreno es equivalente a la traición mismo según juicio de nuestro autor. “A la hora del recuento histórico la equivocación equivale a traición y es tan funesta como el mal premeditado. Con honradez o sin ella las dictaduras jamás se justifican, porque en último extremo son el resultado de un falso enjuiciamiento de la verdad histórica y se basan en la ignorancia de lo que es capaz de hacer un pueblo” (V. XXXIV, p. 301). La radicalidad del juicio de Bosch descansa en el hecho que las decisiones desde el poder siempre benefician o perjudica al pueblo, en este caso a millones de seres humanos que pueden ser promovidos en su calidad de vida o sumidos en la miseria. Apelar a que una decisión fue tomada erróneamente devela que quien la toma no merece ser líder o gobernante de un pueblo, ya que ha puesto en juego la vida o felicidad de miles o millones de seres humanos. ¡Grave responsabilidad la de gobernar!     

Concluye su texto Bosch con una visión de lo que es el proceso histórico y político de toda nación. “Y lo que hace el Pueblo es forjar la Historia misma. La forja luchando por lograr lo que persiguen todas las asociaciones humanas: libertad, justicia, bienestar… el mínimo de dicha indispensable para que la vida no sea una carga irresistible” (V. XXXIV, p. 301). Todo líder o gobernante ha de ser evaluado por esos criterios, entendiendo que el motor verdadero de todo cambio social es responsabilidad del pueblo. Ese criterio -que todo ser humano merece el mínimo de dicha indispensable para que la vida no sea una carga irresistible- atraviesa toda la vida de Bosch desde sus primeros cuentos hasta sus últimos textos a inicios de los 90. Es uno de los fundamentos claves en su visión antropológica y política.

Todo liderazgo social o político que se torna auto referenciado por la posición que ocupa en el Estado o su acceso privilegiado a los medios de comunicación es un lastre para el desarrollo de un pueblo, de una nación. Exponer sus ideas sobre las situaciones y problemas basado en sus prejuicios o intereses lo torna enemigo del desarrollo de la comunidad. No existen líderes predestinados, ni necesarios. Los cementerios están llenos de muchos que se consideraban imprescindibles. Un auténtico líder es quien dialoga verdaderamente con el pueblo para auscultar los problemas y las soluciones que son más ventajosas para las comunidades, y fruto de eso pasa a ser vocero de esas alternativas. Tiene la integridad para no dejarse arrastrar por falsas necesidades percibidas por el pueblo, pero a la vez educa al pueblo en no dejarse engañar por quienes los manipulan para perjudicarlos. Y sobre todo reconoce que su liderazgo está limitado en el tiempo y los procesos que vive su sociedad, nunca deja que su ego sea la norma, por el contrario, debe cultivar la humildad como uno de los mayores servicios para la sociedad crezca en madurez y autonomía.