El relato romántico de la noche del 27 de febrero del 1844 está presente en lo más hondo de nuestras fantasías fruto de la acción de muchas décadas de educación formal, de muchos mensajes en los medios de comunicación y los discursos de políticos e intelectuales buscando alentar nuestros sentimientos nacionalistas. Lo que se cuenta -con todo y trabucazo- no es falso, pero no es verdad que la independencia fuera la expresión de un grupo pequeño, de noche, vociferando su deseo de autonomía y que al otro día ya éramos independientes. Tampoco es cierto el carácter volitivo de lo relatado esa noche, ya que había varias fechas y diversas conspiraciones para separarnos de Haití.

Un factor detonante para la proclamación de la independencia dominicana proviene de la Constitución haitiana proclamada el 30 de diciembre del 1843. Según Franklin Franco Pichardo: “…si bien la Constitución de 1843, puede ser calificada de eminentemente liberal (…) la representación dominicana ante esa asamblea no pudo evitar la inclusión de otro artículo, que si bien redactado con texto diferente, poseía el mismo contenido. Nos referimos al artículo 8 de la nueva Constitución, que refiere: “Ningún blanco podrá adquirir la condición de haitiano ni el derecho de poseer inmuebles en Haití. A partir de aquí, la separación camina a pasos de gigante. A esta idea se integran los grupos más indiferentes del sector comercial, y se van sumando incluso los adeptos dominicanos al régimen de Boyer, inconformes hoy con el régimen de Herard. Tal es el caso de Bobadilla, Caminero y otros” (pp. 181-182). Por tanto, esa prohibición a que gente blanca pudiera tener propiedades o tener la ciudadanía sumó al proceso independentista a grupos conservadores que eran blancos y tenían muchas propiedades. Pero el problema es grave porque se unen los separatistas, los proteccionistas y hasta los colonialistas, además de los independentistas.

Tan temprano como el 16 de enero del 1844, a quince días de proclamada la nueva Constitución, se difunde una proclama, que propiamente fue el acta fundacional de la República Dominicana. Su valoración se considera conservadora: “Se trataba de un documento confuso, al parecer impulsado por las fuerzas más conservadoras dentro del movimiento. Se trata de una rara pieza política, que atacando sobre bases falsas la unidad con Haití, defendía incluso la administración colonial española. Más aún, carece de bases sólidas que realcen el sentimiento nacional. Se habla allí de separación, sin mencionar la palabra independencia, a pesar de que expresa entre sus propósitos la de constituir un estado libre y soberano, que adoptando el sistema republicano de gobierno se denominará República Dominicana”. (Franco, p. 184). Dos aspectos merecen destacarse, por un lado la inclusión del sector conservador (que no buscaba propiamente la independencia) a la lucha por separar la parte Este del Estado de Haití, y por otro lado el influjo de la pequeña burguesía liderada por Duarte y los trinitarios que propone desde un inicio el nombre de República Dominicana.

Ese manifiesto fue catalogado por negros y mulatos como la Revolución de los Españoles y generaron su propio movimiento, sobre todo por el hecho de que los vinculados a esa proclama seguía mirando hacia España que conservaba la esclavitud. “Los fundados temores del retorno al régimen de esclavitud impulsaron de inmediato la acción. Un negro nacido en África y traído a Santo Domingo muy joven, Santiago Basora, logró reunir en Monte Grande, un crecido número de ex esclavos en abierta rebelión (esto ocurría justo al proclamarse la independencia el 27 de febrero) (…) Y como crecía el número de los amotinados de Monte Grande, y crecía a su vez peligrosamente la posibilidad de una profunda división sobre el suelo de la joven nación que recién proclamaba su independencia, la Junta Gubernativa, que apenas tenía horas instalada, vio con temores la situación. Se decidió entonces el envío de su propio presidente, don Tomás Bobadilla, y su vicepresidente, don Manuel Jimenes, a conferenciar con los sublevados. Eso ocurría el 28 de febrero. El primero de marzo de 1844, es decir, al otro día, la primera resolución legislativa de República Dominicana recogía: La esclavitud ha desaparecido para siempre del territorio de la República Dominicana y que el que propagare lo contrario, será considerado como delincuente, perseguido y castigado si hubiere lugar” (Franco, p. 186). Los negros en Monte Grande lograron que su agenda fuera parte del Estado naciente. El nacionalismo de raíz trujillista aborrece esta referencia.

Como podemos ver el proceso independentista dominicano implicó una negociación entre muchos grupos diferentes. Por un lado, los hateros y afrancesados se unieron por la negación de su derecho a tener propiedades y ciudadanía y que buscaban la separación para negociar con España o Francia, los pequeños burgueses que buscaban la independencia plena y hasta los negros ex esclavos que demandaron y lograron que se rechazara la esclavitud. No fue un tema de trabucazos, fue realmente un tenso proceso político que unió a grupos muy diferentes. Si no somos capaces de entender la profunda naturaleza política del nacimiento de nuestro Estado, desfondamos su carácter revolucionario y lo convertimos en un cuento para niños y montajes museográficos de mala calidad.

Juan Bosch esboza el enfrentamiento entre liberales y conservadores a la hora de la independencia definiendo cada grupo. “Podemos decir, sin temor a exagerar, que el primer partido político que conoció el país fue el de los trinitarios. Desde luego, no era un partido organizado, pero tenía una doctrina, aunque nunca fue expuesta de manera ordenada; tenía un líder nacional —Juan Pablo Duarte—, respetado por un grupo de líderes trinitarios, y representaba los intereses y las ideas de un sector social, que era la pequeña burguesía. En los tiempos de la formación de la Trinitaria la pequeña burguesía dominicana no estaba definida en tanto conjunto de capas pequeñoburguesas; era una suma de todas esas capas, y por eso hallamos en la Trinitaria lo mismo a Duarte, miembro de lo que entonces era la alta pequeña burguesía comercial de la Capital, que a Francisco del Rosario Sánchez, miembro de la baja pequeña burguesía capitaleña. Política, económica y socialmente, el ideal de los trinitarios era establecer en Santo Domingo una sociedad burguesa, y por tanto republicana, democrática y representativa. Al fundarse la Trinitaria, ésas eran las ideas políticas, económicas y sociales más avanzadas del mundo. Como la pequeña burguesía trinitaria era partidaria de los métodos de gobierno basados en la ley, y la ley a que ellos aspiraban se fundamentaba en el respeto a la vida, a la libertad, y a los clásicos derechos de la burguesía europea, los trinitarios fueron llamados generalmente liberales” (Bosch, vol. X, p. 281).