Continúa el análisis de Bosch sobre la formación de la sociedad dominicana. “La casta de “primera” había sido tradicionalmente un sector social soberbio por el origen de sus miembros, por el nacimiento, no por su poder económico o político. En el orden económico y en el orden político, eran dependientes, y por tanto débiles, lo que explica por qué todo ese sector, como grupo social, tuvo que doblegarse a Trujillo, que no procedía de su casta. En los últimos años de Trujillo algunas familias de “primera” habían abandonado la actividad política —que habían realizado al lado de Trujillo, desde luego— y con el favor del tirano se habían dedicado a la actividad industrial o se enriquecían cobrando comisiones a los que negociaban con el Estado. Había llegado el momento preciso en que la gente de “primera” debía pasar de casta a clase, y esa gente de “primera” había reconocido instintivamente ese momento; de ahí que a la muerte de Trujillo se organizara en grupo político para lanzarse a la conquista del poder, pues el poder era el instrumento imprescindible para asegurarse un salto rápido hacia la categoría de clase. Ese grupo fue Unión Cívica Nacional” (Bosch, Vol. XI, p. 37) Una conclusión se desprende del juicio de Bosch, los de primera, que serían los herederos de la deformación social que instauró España al inicio de la colonización, se disolvió al ganar poder económico algunos de sus miembros. Con el retorno de Balaguer en 1966 ya no volvió a hablarse de esa casta porque el modelo reformista de los 12 años creó una nueva clase social de comerciantes y empresarios que se enriquecieron con las acciones de dicho gobierno. Si la tesis de Bosch que venimos analizando tiene fuerza histórica es precisamente por el accionar de la UCV y el gobierno del Triunvirato.

En Trujillo causas de una tiranía sin ejemplo, Bosch destaca que Santo Domingo fue diseñada y construida para representar el poder supuesto que tendría la capital de un imperio, gobernada por un Virrey y con toda la pompa de una corte real europea. “…la ciudad de Santo Domingo quedó destinada a ser la ciudad de los Colón, el solar de su grandeza, y por tanto la cabeza del imperio que deberían gobernar los descendientes del “Almirante de la mar océana”. Desde su nacimiento, pues, la capital de la colonia tuvo un aire imperial; y una ciudad imperial debía estar necesariamente poblada por gente de pro” (Bosch, vol. IX, p. 24). Esa gente de pro debía ser nobles o hijosdalgos a la usanza del renacimiento. Era una visión elitista de la sociedad, eso que llama Bosch la deformación social que marcó la sociedad dominicana naciente. Pero en los hechos Santo Domingo -y el resto de la isla- estaba poblada por aventureros españoles que intentaban hacerse ricos con el trabajo y las tierras de los tainos. No obstante, se consideraban a sí mismo como una casta especial, donde en la cúspide estaban los españoles nacidos en la península, luego los españoles criollos nacidos en la isla, y debajo de ellos, a enorme distancia social, los tainos y posteriormente los africanos traídos en condiciones de esclavos, que para fines legales y prácticos no eran considerados ni seres humanos. Esa situación fue tan grave que hasta el mismo Bartolomé de las Casas llegó a aconsejar que se trajeran africanos esclavos para mitigar el sufrimiento de los aborígenes. Si Montesinos y los dominicos levantaron la voz en defensa de los tainos, nadie lo hizo a favor de los africanos.

Contrario a los melifluos comentarios para ensalzar a Colón de escritores más dedicados a defender sus prejuicios que develar la verdad (semejante a los “duartianos”), toda la evidencia indica que la esclavitud de toda la población aborigen la instauró Colón desde su segundo viaje. En el Tomo I de la Historia General del Pueblo Dominicano Frank Moya Pons afirma que “Los españoles sometieron a la totalidad de la población nativa a la esclavitud” (p. 177). Y este régimen esclavista fue más allá de la isla. Juan Gil y Consuelo Varela en el mismo volumen señalan: “La primera remesa, de 500 piezas (se refiere a aborígenes Tainos), todos ellos vasallos de Guatiguaná, partió para Sevilla en febrero de 1495 en cuatro carabelas (…) la segunda partida, de 600 indios, se compuso de los súbditos de Caonabo derrotados en 1495. A fines del 96 don Bartolomé, estando su hermano en Catilla, le envió otra remesa de 300 esclavos en tres carabelas…” (p. 271) Y continuó el negocio de vender en condiciones de esclavitud a los aborígenes de nuestra isla. “…al finalizar el virreinato colombino, al menos 2,000 indios habían sido enviados a la Península Ibérica para ser vendidos” (p. 272). Es un hecho que la esclavización de los pueblos que habitaban el Caribe fue parte esencial del proyecto conquistador.

La esclavitud de los aborígenes se hace presente desde la llegada del gran contingente de europeos en el segundo viaje colombino. Y fue precisamente Colón quien lo implantó para controlar la población aborigen y someterla a las necesidades de los recién llegados, y por supuesto para conseguir riquezas de la isla y convertirlos en mercancía que pudiera venderse en Europa. Nada de romántico tenía el genovés. La esclavización de los aborígenes desde la primera expedición colonizadora tumba toda la defensa ingenua de historiadores hispanófilos que catalogan de “leyenda negra” la historización de la crueldad y el genocidio de la población indígena de nuestro continente comenzando en nuestra isla. En la segunda década del siglo XVI los dominicos protestaron contra el sufrimiento a que era sometidos los aborígenes en nuestra isla por sus compatriotas españoles. De eso hablaremos en la siguiente entrega. Si desde 1511 hay una sólida tradición de religiosos defendiendo la dignidad de los aborígenes, otra historia es el tratamiento de los africanos traídos como esclavos a nuestro continente. Todo esto amerita una análisis profundo en el contexto de la tesis de Juan Bosch sobre la deformación originaria de nuestra identidad como pueblo.