En la historia cubana se identifica el periodo entre 1940 y 1952 como el ciclo democrático. Ese tiempo es heredero directo del derrocamiento de Gerardo Machado en 1933 y tuvo su punto de partida en la Constitución de 1940. Curiosamente Fulgencio Batista es el hilo conductor de todo ese proceso. Es quien derroca a los herederos de Machado que pretendían seguir la dictadura sin el dictador, derroca el gobierno de avanzada de Grau que duró cuatro meses -y que hizo lo que otros gobiernos en otras partes del Caribe no han logrado en 8, 12 o 20 años-, luego de tumbar a Grau en gran medida por órdenes de los Estados Unidos, Batista se valió de gobernantes títeres para mandar tras bambalinas entre 1934 y 1940, cosa que Trujillo comenzó a hacer justo al final de esa década. ¿Aprendió el sátrapa dominicano del cubano? Batista entonces impulsa una constituyente -reclamada por amplios sectores de la vida política cubana- que genera una Constitución avanzada, la del 1940, y gana las primeras elecciones con esa Constitución, y no gana la segunda, la del 1944, porque estaba prohibida la reelección. En 1952 Batista destruye la democracia cubana e inicia una brutal dictadura que concluye cuando los rebeldes de Sierra Maestra, de orientación ortodoxa, le hicieron huir de la isla, la última noche del 1958, y acude a buscar refugio donde su infame socio en Ciudad Trujillo.

Como ya hemos explicado en entregas precedentes, Juan Bosch es convocado por Prio Socarrás y Grau San Martín a integrarse al primer gobierno de los Auténticos. Una primera valoración de Bosch de ese gobierno encabezado por el segundo es el siguiente: “Este primer gobierno constitucional “auténtico” fue duramente combatido por sus adversarios, pero nadie podría negar que a su impulso se produjo una asombrosa transformación de Cuba. Cuatro aspectos de esa obra gubernamental son dignos de mención: el auge de las grandes masas hacia el bienestar, mediante una política social enérgica combinada con medidas económicas que favorecían a todas las clases; un plan de obras públicas gigantesco, que cubrió todo el país, y que se mantuvo en ritmo creciente; la posición internacional, digna y fuerte, sostenida con tanto brillo como si Cuba hubiera sido una gran potencia, y las irrestrictas libertades públicas, que se mantuvieron sin una mancha. Pero esa obra de gobierno tuvo una falla lamentable: la ausencia de honestidad administrativa. Hubo ministros que salieron del cargo cargados de millones, e infinidad de funcionarios de pequeña categoría se enriquecieron en sus puestos” (v. VIII, p. 184). Todas las bondades detalladas por Bosch en la primera parte, tienen una “falla lamentable”, la corrupción. Que no era nueva, ya que desde el 1933 Batista había acumulado millones y millones fruto de la prevaricación en el ejercicio del poder y durante su mandato constitucional del 1940 al 1944 más robó y cuando ejecutó el golpe de Estado contra la democracia en 1952 su fortuna creció colosalmente.

Es a partir de esa clave interpretativa -la corrupción- que es posible darle unidad a la historia cubana entre el 1933 y el 1959, en función de lo que venimos estudiando, sin negar que antes y después de esa fecha se pueden rastrear muchos casos de enriquecimiento de funcionarios gubernamentales apropiándose de bienes públicos o usufructuándolos para su beneficio.

Vanni Pettina, en la obra titulada Historia de Cuba, coordinada por la Dra. Consuelo Naranjo del CSIC, -que hemos citado anteriormente- concuerda con Bosch en su valoración de los gobiernos auténticos. “Bajo las presidencias de Grau y Prío continuaron avanzando las políticas sociales. De hecho, durante apenas dos legislaturas, se logró aprobar una normativa que establecía el día laboral en ocho horas; sueldos iguales para trabajos similares; vacaciones retribuidas; normas de protección y limitación laboral para mujeres y niños; permisos de trabajo para las mujeres embarazadas; un sistema de cotización de derechos para la jubilación y la seguridad social; derecho a la organización sindical y a la huelga; prohibición de despido sin causa justificada; negativa al desplazamiento de unidades productivas (para) reducir el coste del trabajo y a la contratación de fuerza (de) trabajo para sustituir la que se encontrase de vacaciones y semana laboral de un máximo de 44 horas con 48 retribuidas” (Pettina, p. 366: cita indirecta de la obra de Ameringer titulada The Cuban Democratic Experience. The Auténtico Years, 1944-1952). Semejantes medidas fueron impulsadas por el efímero gobierno de Bosch en 1963 y consideradas como acciones “comunistas” por las familias de “primera”, el ejercito trujillista y miembros del clero formados en el Nacional Catolicismo franquista.

Al igual que Bosch, Pettina destaca los aspectos negativos de esas gestiones auténticas. “Si la ampliación de los derechos sociales representó una cara de la actividad de los gobiernos de Grau y de Prío, es cierto que el nepotismo y la corrupción representaron la otra. La administración de Grau se vio continuamente salpicada por escándalos relacionados con la corrupción y él fue acusado formalmente de haber sustraido del tesoro público 174 millones de dólares. Algunos políticos “auténticos” se enriquecieron gracias al mercado negro que después de 1947 empezó a prosperar a causa de los altos precios de las mercancías importadas del extranjero mientras otros lo hicieron con las recaudaciones fiscales que fueron a parar, en gran parte, a los bolsillos de los diputados “auténticos”. La empleomanía (…) volvió a tener protagonismo, sobre todo durante la administración de Grau, como instrumento de cooptación política y articulación de redes clientelares” (Pettina, p. 367). Pero Bosch aporta un elemento adiccional: las consecuencias más graves de ese clima de corrupción: “Este hecho (la corrupción gubernamental) no sólo perjudicó el crédito del “autenticismo”, sino que además provocó una descomposición social que fue in crescendo, con alarmante efervescencia, hasta hacer crisis a principios de 1952. Pues a la vez que un sector de la ciudadanía se revolvía airado contra esa falta de honestidad y la combatía en el terreno político, otro sector —el núcleo de gentes de baja calidad— se sentía llamado a ser él quien se beneficiara en los cargos públicos. En unos —la gran masa, enamorada siempre de los sueños que sembraron en ella sus héroes—, la deshonestidad administrativa del “autenticismo” creaba patrióticos sentimientos de repulsa; en otros —el pequeño grupo de piratas disfrazados de líderes opositores—, la conducta del partido en el poder estimulaba sus innobles apetencias. Así fue como dos móviles opuestos reunieron en un solo frente a todos los adversarios del partido gobernante” (v. VIII, pp. 184-185).

Una de las respuestas políticas a ese clima de corrupción alarmante fue la ruptura de un grupo de líderes del PRC-A, el 15 de mayo de 1947, encabezado por Eduardo Chibás, Emilio Ochoa y otros, que crearon el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxos) o Partido Ortodoxo. El argumento fundamental de la formación de este partido fue el rechazo a la corrupción y el retorno a los ideales de Martí. Si lo comparamos con la formación del PLD el calco es idéntico, romper con el PRD por su prácticas corruptas y completar la obra de Duarte y los Trinitarios. Hasta que no se estudia la historia de Bosch en Cuba no es comprensible mucho de su accionar en República Dominicana a partir del 1961.

Un segundo aspecto muy relevante en el devenir político de Cuba de los años 40 fue el uso de la violencia como herramienta política. Jóvenes pertenecientes a diversas facciones políticas de todo tipo de ideologías, algunas veces pagados, se organizaban en grupos que iban a golpear a opositores o incluso asesinarlos. Esa modalidad de gangsterismo fue muy extendida en la vida política europea de los años 30 y 40, tanto por los fascistas, como por las izquierdas, e indudablemente tuvo su influencia en la Cuba de esa década. “No obstante los intentos de Prío de controlar el fenómeno por medio de una normativa más contundente y represiva, las conexiones políticas entre los pistoleros y el mismo entourage auténtico anularon los potenciales efectos de las nuevas leyes elaboradas por el presidente y su hábil primer ministro, Antonio Varona” (Pettina, p. 367). 

Todas esas experiencias fueron vividas por Bosch desde primera fila por su integración en los gobiernos de Grau y Prío. Fueron literalmente para él su escuela de formación de lo que era la democracia, con sus virtudes y sus defectos, en una sociedad semejante a la suya, aunque con diferencias notables.