Aprovechando la celebración del centenario de la Independencia Dominicana, Juan Bosch publicó en el 1944 varios artículos en la prensa cubana, para lectores de esa vecina nación, acerca del devenir histórico de nuestro pueblo y cuales factores nos condujeron a proclamar la existencia del Estado dominicano el 27 de febrero del 1844. Bosch no agotó su texto en una simple enumeración de hechos, él intenta demostrar la originalidad de los avatares vividos por el pueblo de la parte oriental de la isla de Santo Domingo, comparándolos con los vividos por el resto de hispanoamérica y por supuesto con las diferencias notables entre el proceso colonial cubano y el dominicano. De esa última diferencia Bosch dedicará gran parte de su vida a explicar los cursos temporales de ambas islas y sus vinculaciones. Su tesis de que la sociedad dominicana conoció el capitalismo tardiamente, y que fue la industria azucarera la primera expresión de dicho sistema insertado en la antepenúltima década del siglo XIX, es fruto de su estudio comparativo entre la historia dominicana y la cubana. Por eso Bosch inicia un articulo ese año con este planteamiento. “En la América española hay una república que no nació de España ni contra España; ésa es la Dominicana, cuyo primer centenario se conmemorará el 27 de este mes. ¿Por qué extraña aberración de la historia ha sido así?” (V. XXXV, p. 3)
El texto mencionado fue publicado el 26 de febrero del 1944, en Prensa Libre, en Cuba, y su propósito, al igual que el que comentamos en los dos números anteriores de Veritas liberabit vos era presentar a los cubanos la naturaleza histórica del proceso independentista dominicano. Para Bosch que los dominicanos se independizaran de otro pueblo, y no del Imperio español, era una aberración histórica. Pero así ocurrió, fruto de un complejo entramado de acontecimientos que se remontan al inicio del siglo XVII. Cuáles razones hay para que Santo Domingo no luchara contra España por su independencia. Los motivos más remotos los brinda Bosch: “Ninguno de los países de América tiene mayores razones para haber nacido de España. Allí sembraron los conquistadores, en el albor de la gran empresa colonizadora, las primeras ciudades de su vasto imperio ultramarino; allí estuvo el primer asiento de gobierno de estas Indias; de allí saldrían Velásquez, y Cortés, y Pizarro, y Ponce de León y Balboa hacia las islas antillanas y hacia las macizas tierras continentales” (V. XXXV, p. 3)
Pero no ocurrió así. “Sin embargo, no iba a surgir de España ni contra España cuando le llegara la hora de erigirse en nación libre, buscadora y forjadora ella misma de su propia historia. Para hacerse república no tendría que derramar la sangre que la pobló” (V. XXXV, p. 3). Como si ocurrió con toda la Sudamérica hispana. Esa situación atípica de nuestra historia tiene en sus antecedentes, desde el periodo colonial, sus causas fundamentales. Hay acontecimientos al finalizar el siglo XVIII que encauzaron nuestro derrotero en una dirección muy diferente que el resto de Latinoamérica. “Ocurrió esto porque, después de infinitas luchas, España le reconoció a Francia dominio sobre la parte occidental de esta isla. Allí, en más o menos 20,000 kilómetros cuadrados de los 76,000 que tiene en total Santo Domingo, estableció Francia una colonia a la cual cubrió de esclavos. La bárbara explotación de que fueron víctimas provocó la sublevación de esos esclavos, quienes durante años, entre los últimos del siglo XVIII y los primeros del XIX, mantuvieron contra sus opresores una guerra sin cuartel, feroz como ninguna, mediante la cual ganaron su libertad y se organizaron en república” (V. XXXV, p. 4). De esa revolución, única en la historia de la humanidad, surgirían las dos repúblicas que hoy conviven en nuestra isla. Haití logró ser un Estado soberano en el 1804, nosotros 40 años después, y para lograrlo tuvimos que enfrentar las fuerzas militares del Estado haitiano durante una década. De esa matriz histórica es de donde surge la identidad dominicana, no como un simple rechazo a Haití, sino como construcción social propia que nos definió. Para lograrlo tuvimos que luchar contra Francia y posteriormente contra Haití, y cuatro lustros después de la independencia del 1844 enfrentamos a los españoles mismos para afirmarnos como Estado soberano.
Esa historia nos brinda la singularidad que tantas veces destaca Bosch. “Por ese extraño desplazamiento histórico la República Dominicana no nacería de España ni contra ella. La bandera que arriaron los dominicanos el 27 de febrero de 1844 no fue española, sino la haitiana; las armas contra la que lucharon a lo largo de once años, después de ese día, fueron las de Haití, no la de sus abuelos” (V. XXXV, p. 4). Y al estudiar nuestra independencia del 1844 es fundamental entender que suerte de contradiccion con el resto del continente que había sido conquistado y colonizado por el imperio ibérico. “Ello explica la contradicción contenida en el nacimiento de la primera república de habla española en las Antillas. La historia le reservaba a la más vieja de las hijas americanas de España, el privilegio de ser la única que no naciera desgarrándola” (V. XXXV, p. 4). La lucha contra Haití reafirmó la naturaleza hispana de nuestra nación, pero no nos condujo al sometimiento al Imperio español tal como ocurrió en la lucha contra Francia en 1808. Los que materializaron el Estado dominicano -los conservadores hateros y los afrancesados- no tenían la vocación soberana que animaba a los jóvenes trinitarios que fueron deportados y fusilados por los detentores del poder naciente. Y ese defecto de nacimiento condujo en 1861 a la Anexión, pero generó una guerra popular que cumplió el cierre del círculo histórico que nos diferenciaba de las repúblicas latinoamericanas. Lo dominicano, a pesar de su afirmación hispánica, tenía una fuerte definición social popular de su identidad para la sexta década del siglo XIX: éramos diferentes a España y a Haití.
Cuatro años antes de ese texto, el 3 de marzo de 1940, Bosch publicó en la revista Carteles un artículo titulado 27 de Febrero de 1844. Fundación de la República Dominicana, donde en un breve párrafo inicial sintetiza de manera original -con tintes gastronómicos- el hecho de que el proceso dominicano durante el siglo XIX tuvo como catalizador fundamental el proceso haitiano. Señala Bosch: “Cuando José Núñez de Cáceres proclamó de manera solemne que la parte española de la isla dominicana quedaba libre de la Metrópoli y bajo la protección de la naciente Gran Colombia —cosa que, para más señas, ocurrió en diciembre de 1821—, Haití era ya una nación con salsa histórica picante; había hecho en 1800 la más completa revolución que recuerda la historia, había combatido contra franceses, españoles, ingleses; había sido república, imperio y ambas cosas a un tiempo; estaba en plena fuerza expansiva. Además, desde los tiempos heroicos de Toussaint L’Ouverture Haití proclamaba la indivisibilidad de la isla. Así, pues, fue paso natural que, no teniendo al este el peligroso enemigo español, decidiera tomar para su exceso de población la inmensidad de tierras que apenas poblaban sesenta mil dominicanos. Tal paso lo dio en febrero de 1822, y hasta 1844 no habría de verse forzada a desandar lo andado” (Vol. XXXIV, p. 17). La mentada “salsa histórica picante” que aportó Haití al proceso de definición de lo dominicano determinó que los grandes sectores sociales de la parte Este de la isla comenzaran a organizarse desde finales de la cuarta década del siglo XIX con la firme voluntad de romper su vínculo político con Haití. ¿Qué hacer luego de la separación? Diferían unos de otros, únicamente los jóvenes de clase media, la mayoría en Santo Domingo, tenían la vocación de forjar un Estado independiente. Hermosamente lo señala Bosch: “En la vieja y blasonada ciudad de Santo Domingo, un grupo de jóvenes estudiantes fue calentando el proyecto, y de entre ellos surgió el puro y abnegado Juan Pablo Duarte, que había pasado su primera juventud en España y que había bebido en Europa el vino, en aquella feliz época de moda, de la libertad de cada hombre y de cada pueblo como justificación del progreso moral de la especie” (Vol. XXXIV, p. 18). Entre salsas picantes, calentamientos y vino, cual si fuera una receta, la originalidad de Bosch, allá por los años 40 del siglo pasado, mostraba a los cubanos de su tiempo como se cocinó la sociedad dominicana.
La obra de Bosch en referencia a la interpretación histórica de su patria avanzará con el paso del tiempo y nos brindará estudios de gran valor a partir de Composición Social Dominicana. En el camino Bosch integrará experiencias personales y un estudio muy original desde la teoría marxista. Pero eso lo examinaremos dentro de varios meses cuando llegemos a esa etapa de su vida y su obra. En las próximas entregas seguiremos analizando textos que produjo en el 1944 en La Habana.