Existe un consenso muy extendido de que la Segunda Guerra Mundial finalizó cuando Estados Unidos detonó las primeras dos bombas nucleares sobre ciudades japonesas, Hiroshima y Nagasaki, el 6 y el 9 de agosto respectivamente del 1945. El impacto de esas armas sobre su territorio llevó al Estado japonés a rendirse incondicionalmente y firmar el reconocimiento de su derrota el 2 de septiembre. El terror generado por los Estados Unidos al utilizar bombas nucleares sobre poblaciones civiles convierte a esos dos hechos en la acción terrorista más grande de la historia que hasta el momento no ha sido superada.

Un año antes de ese hecho, el 3 de agosto de 1944, Juan Bosch publicó un artículo titulado: Eso se llama “imperialismo”. El texto trata de una modificación importante de las normativas de los Estados Unidos sobre su comercio marítimo con su colonia de Puerto Rico. Durante la Segunda Guerra Mundial, hasta el momento en que Bosch escribe su texto, los Estados Unidos permitían que buques extranjeros llevaran mercancías entre la colonia caribeña y puertos del territorio continental estadounidense. En el vocabulario náutico eso se llama cabotaje, el transporte de mercancías por buques entre dos puntos de la costa de un Estado. “Tan pronto los sucesos de la guerra han presentado una posibilidad de final, los intereses mercantiles han recuperado su ansia de beneficio, o mejor, su libertad de movimientos para adquirir beneficios —pues el ansia la tuvieron siempre—; y en el caso específico de los Estados Unidos esos intereses han vuelto los ojos a Puerto Rico, la pequeña, pero dadivosa isla caribe. “De acuerdo con las nuevas disposiciones del Departamento del Tesoro se reveló que las leyes sobre navegación de cabotaje, declaradas en suspenso durante el período de abastecimiento de emergencia a Puerto Rico, se encontraban nuevamente en vigor…”, se lee en un cable de Washington” (Vol. XXXIV, p. 443).

La aparente solidaridad mundial que impulsaba Estados Unidos en su lucha contra el Eje Berlín-Roma-Tokio comenzó a disolverse mucho antes de que cayera la Alemania Nazi. Como bien dice nuestro autor la previsión del final victorioso para los Aliados a un año de la conclusión de la guerra inició el despertar del otro tipo de guerra, la comercial, que demandaba, como dicen nuestros campesinos, “jalar el agua para la propia rigola”. La codicia contenida cuando no se estaba seguro del triunfo se transformó en una voraz lucha por volver a incrementar las ganancias de los capitales norteamericanos y eso se expresó de una manera específica en el transporte marítimo: “Lo cual quiere decir que “buques de bandera extranjera no podrán transportar carga entre Puerto Rico y la zona occidental de los Estados Unidos”. ¿Por qué? Porque “las compañías navieras americanas se quejaron de que buques de bandera extranjera estaban realizando ese servicio, que ellos consideraban como zona de su exclusividad” (Vol. XXXIV, p. 443). Si la política es otra forma de hacer la guerra, el caso que presenta Bosch sirve de un buen ejemplo, además muestra que el meollo central de la Segunda Guerra Mundial y la posterior Guerra Fría, fue ante todo un asunto económico que impulsó un enfrentamiento entre bloques que aspiraban a controlar los recursos y la producción de bienes a escala planetaria. Los argumentos ideológicos fueron el decorado para engañar a los más tontos y mover las voluntades de la opinión pública en la dirección de respaldar la agresiva codicia de los actores enfrentados.

Bosch ausculta el tema a niveles todavía más críticos, rompiendo el argumento del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos: “Este punto de las relaciones boricuo-americanas es sumamente importante. De hecho, la pretensión de que la ruta Estados Unidos-Puerto Rico sea considerada como de cabotaje es una caprichosa distorsión legal, pues un buque de cabotaje no puede hacer viajes regulares de altura, a menos que se violen todas las leyes marítimas, se expongan los cargamentos, los navíos y los pasajeros; se juegue, en fin, con intereses cuantiosos” (Vol. XXXIV, p. 444). Cabotaje sería en tal caso un barco que navegara entre la Florida y New York, pero Puerto Rico no es parte del territorio continental de los Estados Unidos y denominarlo cabotaje es una grosera mentira que intenta justificar una vinculación colonial. ¿Cuáles son los motivos de que sea tan importante recuperar la legislación previa a la Segunda Guerra Mundial? “Hay que tomar en cuenta que la línea Estados Unidos-Puerto Rico mueve unas sesenta mil toneladas mensuales de carga, ciento veinte mil en ida y regreso; y que Puerto Rico compra a su metrópoli más de 50 millones de dólares cada año. Aplicar a una ruta de esa categoría las leyes de cabotaje elaboradas para favorecer a las empresas navieras americanas, es una violencia legal, que se ha establecido para no caer en un pecado que se roza con ése: el de la injusticia” (Vol. XXXIV, p. 444). La codicia que conduce a esa injusticia explica el recurso a la “violencia legal”. Caso semejante a la situación actual donde Estados Unidos pretende que particulares de su país demanden a compañías europeas apoyados en la legislación norteamericana Helms-Burton. Pero Europa no está dispuesta a seguir los intereses de los Estados Unidos y mantienen que no aceptarán demandas sobre sus inversiones en Cuba. Y caso semejante es la “guerra” comercial de Estados Unidos hacia China, donde no existe objetivamente ningún argumento ideológico y mucho menos riesgos de seguridad, sino la codicia de los capitalistas norteamericanos que no toleran competidores, lo cual es contrario -cosa curiosa- al sistema capitalista mismo y su defensa de la libertad de mercado.

La ambición desmesurada de los navieros estadounidense la desnuda Bosch: “…es en el tráfico marítimo donde mayores beneficios tienen los intereses privados norteamericanos que operan en Puerto Rico. Con tal monopolio de transporte —que lo es de hecho, porque todas las compañías acuerdan precios iguales, y siempre exorbitantes— tienen una fuente de entradas que no quieren soltar ahora. Indirectamente, eso es un impuesto, aunque no haya sido oficialmente establecido. El sobreprecio que pagan los puertorriqueños por el transporte de las mercancías que consumen, equivale a un impuesto del que nadie puede aliviarlos. Y la base de la libertad económica y política de los Estados Unidos es el principio de taxation without representation is tirany; es decir, el impuesto establecido sin la voluntad del que lo paga es tiranía” (Vol. XXXIV, pp. 444-445). Y cosa curiosa, fue precisamente por ese motivo que las 13 colonias norteamericanos iniciaron su guerra contra Inglaterra en el siglo XVIII. Todo el discurso de la libertad para justificar la guerra contra los regímenes fascistas de Europa y el Imperio japonés se muestran como pura propaganda.

Al inicio de este artículo Bosch explica brevemente la situación que va describiendo y como responde a un modelo de control imperialista. “Han sido siempre razones económicas las que han determinado que una colonia o posesión se haga independiente. La metrópoli ha apretado hasta el exceso y la colonia no ha podido sufrir más. Eso es lo que está ocurriendo ahora con Puerto Rico” (Vol. XXXIV, p. 443). Décadas antes de que Bosch reconociera sus lecturas de Marx, se vale de un análisis de las estructuras económicas guiadas por la codicia de los dueños del capital como el motor de las acciones de los Estados más fuertes, fuera mediante legislaciones o usando armas tan terribles como las bombas nucleares. Y la conclusión a la que arriba es evidente: “Los navieros norteamericanos no han podido elegir mejor oportunidad para dar a Muñoz Marín y a los suyos un argumento contundente, que ligue a todo el pueblo borinqueño en la voluntad de ser libre. Pues en Puerto Rico se creyó que una de las muchas cosas que esta guerra arrancaría de América sería el afán de obtener beneficios mediante el poder político, es decir, el imperialismo” (Vol. XXXIV, p. 445). La naturaleza imperialista de los Estados Unidos es mostrada por Bosch, en 1944, como luego lo haría con mayores argumentos a partir de El Caribe frontera imperial y El pentagonismo sustituto del imperialismo. La sociedad dominicana vivió en carne propia el imperialismo norteamericano cuando en el 1965 intentamos regresar a la democracia que nos dimos por votación mayoritaria el 20 de diciembre del 1962, y ese hecho, la invasión de más de 40 mil marines para aplastar el Movimiento Constitucionalista, sirvió a Bosch para entender que no había forma de lograr justicia y libertad para el pueblo dominicano con el respaldo de los Estados Unidos.