En la pasada Veritas liberabit vos explicamos como Juan Bosch ingresó al gobierno cubano con el triunfo de Ramón Grau San Martín en las elecciones del 1944. Grau había ocupado antes la presidencia de Cuba en un contexto muy diferente al del año que analizamos y su paso por la máxima magistratura cubana dejó una excelente imagen en el pueblo por las medidas que tomó y precisamente le sirvió de respaldo para ganar en las segundas elecciones presidenciales luego de la Constitución de 1940.
El grupo de jóvenes y militares que derrocaron al dictador Gerardo Machado en 1933, el 12 de agosto, gestó dos grandes liderazgos: el de Fulgencio Batista y el de Ramón Grau San Martín. Mientras Batista tomó control del ejercito, Grau se convirtió en presidente provisional. Bosch nos lo presenta: “Ramón Grau San Martín, médico y profesor universitario, extraña figura de político nato, que escondía bajo su suave y amanerada expresión un carácter tozudo, una excepcional dosis de astucia y de conocimiento del fenómeno social cubano, y un corazón lleno de repugnancia contra las fuerzas anticubanas que habían estado oprimiendo a su país” (v. VIII, p.180). Grau y Bosch compartían el hecho de que sus respectivos padres eran catalanes y eso, no me cabe la menor duda, ayudó a que se entendieran mejor. En otro texto Bosch nos presenta al Grau del 33, que por supuesto él no conocía en persona. “Aunque era por aquellos días hombre de unos cincuenta años, Ramón Grau San Martín parecía más joven. Delgado, de pelo negro que peinaba a los lados, de fácil y atrayente sonrisa, larga nariz encorvada y ojos brillantes, había sido profesor universitario y nunca había intervenido en la política al uso. Fue otra de las enseñanzas de la Historia. Pues ese médico, hijo de españoles y con ligero acento peninsular en el hablar, resultó rotundamente cubano; y no habiendo ejercido la política al uso, tenía el instinto de lo que era el poder. Ejerciendo ese instinto gobernó con la arbitrariedad de los revolucionarios pequeño-burgueses. Estaba rodeado por los jóvenes estudiantes que habían iniciado, mantenido y realizado el movimiento, y en el hervidero de ideales que era ese grupo nacían y salían a la calle los decretos que iban demoliendo, minuto a minuto, las murallas semicoloniales que limitaban el progreso de Cuba” (v. VIII, pp. 180-181).
Contrario al caso dominicano, donde los ajusticiadores de Trujillo eran parte, en diversos grados, del régimen, en el caso cubano el derrocamiento de Machado permitió el acceso al poder a dos sectores: uno, los militares, especialmente aquellos que no eran parte de los grandes beneficiarios de la dictadura machadista y dos, la juventud universitaria y rebelde, que anhelaba construir una Cuba diferente. Comparándolo con nuestro caso, siempre a riesgo, es como si a Trujillo lo hubiese derrrocado el Movimiento 14 de Junio junto a un sector progresista de las Fuerzas Armadas. Pero la historia es lo que ocurrió y no lo que inventamos.
La caida de Machado era advertida en toda Cuba y por supuesto por los Estados Unidos. Cuatro meses antes de que el dictador dejara el poder, un delegado del presidente de los Estados Unidos fue a Cuba con instrucciones bien claras. “En abril de 1933 el presidente Franklin Delano Roosevelt envió a Cuba a su representante especial, Benjamin Sumner Welles, con tres consignas bien claras: evitar una intervención militar considerada por el mismo Roosevelt como un peligroso anacronismo; favorecer una transición del poder de la vieja clase dirigente representada por Machado a las nuevas fuerzas nacionalistas lo más ordenada posible; acordar con el nuevo ejecutivo un plan que, volviendo a poner en marcha la economía cubana, permitiese una reactivación de las exportaciones norteamericanas a la isla” (Vanni Pettina en la obra Historia de Cuba (Madrid, 2009), p. 357) La suerte de Machado, a la vista de Roosevelt, estaba hechada y era cuestión de organizar el proceso con el menor grado de conflicto. La perspectiva de Bosch sobre la caida de Machado es la siguiente: “La lucha de la juventud cubana contra Machado empezó en 1930 y terminó con la caída del dictador el 12 de agosto de 1933. El 4 de septiembre de ese año el sargento Batista encabezó una rebelión de sargentos, cabos y soldados, contra la oficialidad del Ejército y la Marina y contra el Gobierno provisional que tenía el poder desde la caída de Machado; surgió un Gobierno nuevo, compuesto de cinco personas, que nombró a Batista coronel jefe de las Fuerzas Armadas y dio paso al Gobierno del Dr. Ramón Grau San Martín, que se hizo cargo del poder el 10 de septiembre. En el mes de enero de 1934, instigado por el embajador norteamericano Jefferson Caffery, Batista derrocó a Grau San Martín y comenzó a ejercer a través de gobernantes civiles una dictadura que iba a durar algunos años” (v. XXI, p. 64).
Aunque los jóvenes fueron los que pusieron sus pechos al frente de la represión, y obligaron a Machado a irse, será Batista quien ganó poder, primero derrocando la cúpula militar machadista, luego derrocando a Grau y por último siendo el poder detrás del trono hasta las elecciones de 1940, que indudablemente las ganó.
Ese primer gobierno de Grau que duró 4 meses lo considera Bosch ejemplar de manera destacada. “El Gobierno revolucionario desconoció la Enmienda Platt, autorizó la organización de los obreros y reconoció su derecho a la huelga, proclamó la igualdad ciudadana de la mujer con el hombre y prohibió la discriminación; consagró el derecho del cubano al trabajo exigiendo que cada nueva plaza se le diera a un natural de la isla —y para poner en vigencia tal decreto, embarcó hacia su país de origen a cientos de miles de antillanos cortadores de caña y a millares de españoles dependientes de comercio—; sometió los centrales a la ley cubana: les prohibió usar subpuertos privados para importar y exportar, declaró zonas urbanas las pequeñas poblaciones nacidas a la sombra de los ingenios; rebajó el precio de la energía eléctrica y los alquileres de casas; limitó las horas de trabajo y regularizó las de las mujeres y los niños; estableció jornales mínimos muy por encima de los habituales y respetó todas las libertades públicas. En cuatro meses escasos puso en manos del pueblo las fuentes de riquezas y de trabajo y redujo el poder de los grandes capitalistas extranjeros a los límites que debían tener en un país que dejaba de ser dependencia semicolonial. Con tales decretos quedó consagrada la revolución libertadora. Ya Cuba era de los cubanos” (v. VIII, p. 181). Toda una revolución en tan pocas semanas. Ese hecho de tanta trascendencia igual que gran parte de la historia cubana anterior a la revolución del 1959 se desconoce porque muchos de los cientistas sociales son de formación marxista y la intensidad de la propaganda cubana opaca la historia anterior al triunfo de Fidel como si Cuba comenzara el 1 de enero de 1959. La hazaña realizada por Grau en 1933-1934 merece estudio y reconocimiento.
Sigue Bosch analizándo el hecho. “En tres meses la semilla de la gran revolución libertadora floreció espléndidamente. Pero los enemigos extranjeros y criollos de Cuba no se dejarían vencer. En enero de 1934, sirviéndose de Fulgencio Batista como instrumento, esos enemigos derrocaron al gobierno revolucionario; bajo el mando de su flamante jefe, el Ejército pasó a ser un partido armado en el poder, al servicio de los intereses coloniales y explotadores. Fulgencio Batista y el grupo de militares y de civiles que le rodeaba no podían comprender la razón histórica de los acontecimientos en que ellos mismos eran actores. No sólo les faltaba cultura para apreciar los hechos; les faltaban, además, esos sentimientos limpios y refinados que hacen a los hombres amar a su patria y servirla por encima de todo” (v. VIII, p. 182). Indudablemente no era ese el tipo de cambio generacional que pretendía Roosevelt para Cuba, ya que desde la Guerra Hispanoamericana hasta el presente no se le quita de la cabeza a la clase dirigente norteamericana que Cuba debe ser su colonia. Y en tratar de lograrlo les ayudó Batista y después una parte del liderazgo político cubano-americano en Miami. Por esa pulsión de los Estados Unidos de intentar tragarse a Cuba es que Fidel Castro gana relevancia histórica, aun entre los que no estamos de acuerdo con dictaduras.
En 1944, mirando hacia el pasado, escribe Bosch sobre las trayectorias de Batista y Grau. “Fulgencio Batista y casi todos sus amigos -que eran pobres el 4 de septiembre de 1933- contaran entre los más respetables millonarios de Cuba, mientras que ninguno de los problemas fundamentales que tenía el pueblo por delante fue resuelto o siquiera abordado. Desde que cayó el gobierno revolucionario en enero de 1934 hasta casi once años después -cuando Fulgencio Batista y sus secuaces tuvieron que entregar el poder a Ramón Grau San Martín, electo por abrumadora mayoría-, en Cuba no sólo no se realizó ninguna obra seria, sino que se trató por todos los medios de echar abajo la legislación revolucionaria o se rehuyó su cumplimiento” (v. VIII, pp. 182-183). Es la corrupción una de las madres más comunes de las dictaduras. Y dígalo un prelado o un ateo, los pueblos que asisten a una corrupción generalizada terminan atrapados en gobiernos de fuerza, sea que los incumbentes quieran salvarse de la justicia, o los redentores terminen siendo peor que los pecadores.