A inicios de 1924, con 14 años de edad, Juan Bosch Gaviño se muda a Santo Domingo  y comienza a trabajar  en la Casa Lavandero, luego pasará a trabajar en la casa comercial de Ramón Corripio entre 1925 y 1926. Tanto los dueños de la Casa Lavandero, como Ramón Corripio, eran emigrantes asturianos recién llegados a la República Dominicana. Es evidente que Bosch se está desarrollando en el seno de una comunidad española recién emigrada al país, de la cual era parte su padre. Ese mismo año, el 12 de julio de 1924, las tropas de Estados Unidos desocupan la República Dominicana. De esa etapa hay otra referencia directa en el Post Scriptum mencionado en el artículo anterior: “Algunos años después (…) pasé yo a trabajar en la casa comercial conocida por el nombre de su dueño, Ramón Corripio, situada a pocos pasos de la Puerta del Conde, en la Capital de la República. En ese comercio, que era al mismo tiempo una firma importadora y un colmado, nombre que se les daba a los establecimientos donde se vendían provisiones al detalle, entre mis quehaceres estaba el de administrar todo lo que se relacionaba con los ingresos de dinero, y por tanto me tocaba recibir los pagos en efectivo de compras que se hacían en el colmado o en el llamado almacén.” (Bosch, 2009, v. IX, p. 160) Es decir que cuando Bosch tenía entre 14 y 17 años era una especie de cajero responsable de los ingresos de ambos negocios, posición indudablemente de una gran responsabilidad para un joven que rozaba la mayoría de edad. Esto nos habla de su capacidad intelectual y su sentido de honestidad en esa etapa tan temprana de su existencia, además de una formación en el seno de la emigración española que siempre lo considerará como uno de los suyos, tanto como el pueblo dominicano lo considera propio.

En 1925 Juan Gaviño (el abuelo) y su yerno José Bosch (el padre) se ponen de acuerdo y viajan a España por poco tiempo, el primero a su Galicia natal y el segundo a su Cataluña de origen. (Marte, 2009, p. 133) Para el abuelo de Juan Bosch fue la despedida de su tierra y de la vida, ese mismo año moriría al volver al Cibao. Es significativa en la biografía de Bosch la profunda unidad entre su abuelo materno y su padre, que juntos tendieron un puente entre su España de origen y la República Dominicana, donde se sembraron y murieron forjando una gran familia. “Por diferentes circunstancias, ambos quisieron abandonar estas tierras (Galicia y Cataluña), pero una vez que echaron raíces y les brotaron retoños de dominicanidad, no pudieron huir de su destino, ni esfumarse de la historia de esta media isla caribeña que aprendieron a amarla como propia.” (Marte, 2009, p. 134) José Bosch viviría muchos años, incluso para ver por pocos días a su hijo llegar a ser presidente del país al que había arribado siendo un jovenzuelo, pero para Juan Gaviño todo había acabado al regresar de España ese mismo año de 1925. 

La crónica de la muerte de su abuelo contada a Ramón Colombo por Juan Bosch está cargada de emociones intensas, gracias a la habilidad literaria de Bosch y la maestría periodística de Colombo, es un deleite de lectura. “Esa mañana, la del 9 de diciembre de 1925, hasta el viento guardaba silencio y no movía ni las hojas de los árboles. Las yuntas dormían una pesada ración de siesta adelantada. Las campanas del Santo Cerro (vigilante de la vida pobre de aquellos campesinos que tanto temían a Dios) consentían una tregua en su viejísimo repiquetear de bronce, y las mujeres rezaban un obstinado y silencioso rosario de padre nuestros. Era que moría Juan Gaviño, papá Juan, el gran abuelo, a los 76 años de una vida larga en historias y leyendas. Dado a sí mismo, sobre la cama, horizontal en toda su largura, de espaldas a todo, el abuelo, papá Juan, quizás hacía el último repaso de sus más grandes emociones y recuerdos, que quedaban vivos en Angela, la hija, en José, su marido, y en aquellos cinco nietos, cuando: -Don Juan , dijo el presuroso y sudado padre Henríquez, vengo para que confiese sus pecados… Juan Gaviño (quien tenía como gran propiedad una biblioteca «con la cultura universal entera», como él mismo decía) disponía aun de la energía necesaria para voltearse y cortar de un solo tajo la palabra del piadoso émulo del padre Fantino (bondad famosa en todo el valle de La Vega Real), con su voz lo suficientemente alta para que los nietos guardaran para siempre en el recuerdo su último ejemplo de firmeza. «No tengo nada que confesar… fui un hombre que cruzó por la vida tratando de actuar dentro de sus convicciones… Fui buen hijo, fui buen padre, fui buen hermano, fui buen amigo y no he hecho nada de lo que tenga que arrepentirme». (Colombo, 2009, 17) Esa personalidad de granito del abuelo, esa integridad tan honda, será siempre el referente de Juan Bosch, al repasar sus vidas, abuelo y nieto se unen en un único arquetipo de hombre cabal.

A sus 16 años de edad Juan Bosch vive de manera dramática la muerte de su abuelo Juan Gaviño, pero no como uno más de los nietos, si no de manera especial, ya que horas antes de morir Juan Gaviño nota que su nieto juanito llora desconsoladamente y se dirige a él. “«No llores, Juanito… Juanito, ¿qué sería de los pinos nuevos, si los pinos viejos no cayeran nunca?… Piensa que no podrían crecer, no tendrían espacio». El consejo del abuelo moribundo, que le regalaba una de sus últimas sonrisas, no era —con todo y el poder de sus palabras— suficiente para atenuar la enorme tristeza del adolescente. La vida del abuelo, sus hechos cotidianos, habían influido profundamente en la formación de aquel muchacho, cuyo carácter empezaba a manifestar dos herencias del viejo: la austeridad y la disposición para aceptar la soledad y vivir en armonía con ella.” (Colombo, 2009, 17)

Refiere Guillermo Piña en una entrevista que le hizo a Juan Bosch el 24 de mayo de 1975:  “Hay un detalle de su vida que es para mi interesante: en el momento de su muerte él me puso a revisar sus papeles más íntimos y encontré entre esos papeles una cantidad de poemas y reconocí que eran de su puño y letra. Entonces él me iba diciendo -ya estaba en la puerta de la agonía, tanto así que eso sucedió en horas de la tarde y ya en la noche entraba en agonía-: ¡Léeme, léeme!, y me lo decía de cualquier papel. Yo le decía: Aquí hay un documento de un notario; aquí hay un recibo, etc., y él me decía: Léemelo. Cuando llegamos a los versos me hizo romperlos. Me dijo: ¡Rómpelo, rómpelo! Y esos versos estaban escritos por él, pero nunca dio demostraciones de que le interesaba la literatura, aunque sí la lectura.” (Piña, 2000, p. 24)

De Juan Gaviño dirá “…mi abuelo era para mí, diríamos, la imagen más querida, más respetada.” (Piña, 2000, p. 24) Su vocación literaria, en términos metafóricos, corría por su sangre Gaviño, igual que por su genes paternos. El 7 de diciembre del 1935 publicó un poema llamado Del retorno triste, dedicado a la memoria de su abuelo, quien murió en su casa de San Francisco,  justo frente al Santo Cerro.  En ocasión del centenario del nacimiento de Bosch fue convertido en canción ese poema y todo el que lo escucha no puede menos que acongojarse con la intensidad de la letra.

Versos hondos, llenos del amor del nieto por su abuelo ausente, donde destaca la entereza y pureza de Juan Gaviño, el orgullo por la dilatada familia que sembró en tierra dominicana y la herencia del autor recibida de su abuelo (Tendiéndole las dos manos/Para que las vuelvas buenas/Con la piedad de tu llanto./Las quiero tener bien limpias). Manos limpias que a lo largo de toda su vida representarán la honestidad que siempre cultivó Juan Bosch. Esas manos limpias aparecen claramente en su mensaje al pueblo dominicano un día después del Golpe de Estado, el 26 de septiembre del 1963, cuando afirmaba con orgullo: “En siete meses de gobierno no hemos derramado una gota de sangre ni hemos ordenado una tortura ni hemos aceptado que un centavo del pueblo fuera a parar a manos de ladrones.” Manos limpias de sangre y limpias de dolo, las manos de Juan Gaviño, las manos de Juan Bosch.

Hay un cuento de Bosch precisamente titulado El abuelo donde la presencia de Juan Gaviño es el centro de todo el relato. El texto apareció por vez primera en el libro Camino Real, publicado en el 1933 y dicho cuento tenía como nombre en esa edición “Papá Juan”. (Bosch, 2009, v. I, pp. 15-21)  Resumo algunos rasgos que destaca en su cuento, donde se refleja la impresión honda del nieto frente a su abuelo: “Yo vi a mi abuelo crecer hasta cubrirme el horizonte (…) era alto, muy alto; su espalda se balanceaba al caminar; apenas movía los brazos, terminados en manos huesudas (…) volvió el rostro, me clavó aquella mirada honda y dura, se detuvo, posó sobre mi cabeza su manaza huesuda y me empujó levemente (…) reía a medida que hablaba. Yo espiaba sus ojos negros, brillantes. En mi abuelo hablaban más los ojos que la boca. El sol le ponía un brillo tenue en la calva (…) De momento me pareció que abuelo no pensaba en lo que decía. Miraba lejos, seguramente. Sus ojos no tenían brillo, sino claridad, claridad honda. Parecían charcos de agua limpia. (…) -Ignacio de Loyola fue un navarro testarudo y malo, Juan -explicaba el abuelo-, Fundó la Orden de Jesús y le premiaron sus maldades haciéndolo santo (…) Papá Juan estaba de pie, toda la dura mirada rompiendo las mallas que daban al camino (…) Aquí, junto a mí, mi abuelo encorvado movía el brazo y hablaba con lentitud, más impresionante que un incendio.” (Bosch, 2009, v. I, 15-21) Curioso que en ocasión de su entierro uno de los obispos que tuvo las palabras de mayor elogio hacia la vida y obra de Juan Bosch fue un vasco, jesuita, Monseñor José Francisco Arnaiz sj. (1925-2014). Bosch siempre mantuvo frente al clero gran autonomía en sus acciones y opiniones, como el debate con Láutico García sj. (1923-2009), y en muchos casos estos enfrentamientos eran más buscados por los otros que por el mismo Bosch, como en las elecciones del 1990 cuando un grupo de truhanes, aguas turbias, manos sucias, manipularon unas declaraciones grabadas de Juan Bosch donde únicamente se destacaba la afirmación “no creo en Dios”.