La primera vez que Bosch salió del país era un niño de dos o tres años. Su familia se mudó al norte de Haití debido a la inestabilidad política que padecía la República Dominicana. Dos hermanos de Bosch nacieron en Haití y siempre tuvo al pueblo haitiano en su corazón y sus desvelos.  Muestras de lo que acabo de afirmar las he presentado en esta serie dedicada a su vida y obra escrita. La segunda vez que salió del país era un joven llegando a sus 20 años de edad y tuvo como destino a Cataluña, a casa de su familia paterna, pero fruto de la crisis económica del 1929 duró pocos meses en la Ciudad Condal y viajó a Venezuela, pasando por Puerto Rico, donde se ocupó en todo tipo de oficio honesto para poder sostenerse, hasta que decidió regresar a su patria a mediados del 1931. Haití y Venezuela siempre estuvieron presentes, toda su vida, en el campo de sus lecturas y análisis. En mayo de 1944, en Información, Bosch escribe dos artículos consecutivos, uno sobre Venezuela por algo que ocurría en el El Salvador, y otro sobre Haití. Los comentaremos en esta y las siguientes entregas de Veritas liberabit vos.

El primer texto se titula Venezuela a la vanguardia. El mentís de América. ¿Se equivocó Bolívar? Publicado el 6 de mayo del 1944. Es importante señalar que  muchos de sus artículos de ese periodo acostumbraba Bosch colocar varias oraciones en el encabezamiento que reflejaran la línea de su argumentación en el texto. Al momento de escribir ese artículo era presidente de Venezuela Isaías Medina Angarita (1897-1953). Lo era desde mayo del 1941 y lo sería hasta octubre del año siguiente, cuando fue derrocado por una alianza entre militares y el partido Acción Democrática. La naturaleza del gobierno de Medina Angarita y los sucesos posteriores al golpe los analizaremos en otro momento, porque el artículo de Bosch trata de un mensaje enviado por la Cámara de Diputados de Venezuela al gobierno de El Salvador, y examinaremos los hechos que generaron esa misiva de Estado. La carta solicitaba “…clemencia para los líderes de la revolución de abril que han caído presos, y especialmente para el Dr. Arturo Romero, caudillo civil del movimiento” (V. XXXIV, p. 295). Y Bosch destaca que fue la primera solicitud de clemencia a favor de ese político salvadoreño, condenado a muerte por la tiranía salvadoreña, y por eso su importancia.

El Salvador se encontraba en ese momento bajo una dictadura criminal encabezada por el General Maximiliano Hernández Martínez (1882-1966), quien había llegado al poder por un Golpe de Estado contra el presidente Arturo Araujo (1878-1967), quien había ganado las elecciones de 1931 y prometía cambios sociales a favor del campesinado. Su vicepresidente, Maximiliano Hernández Martínez, con el apoyo de los sectores oligarcas cafetaleros, no permitieron a Araujo durar en el poder más de 9 meses. A pesar de su derrocamiento las demandas campesinas no cesaron y en enero del 1932, a un mes del derrocamiento de Araujo, miles de campesinos de la zona occidental de El Salvador se sublevaron y fueron reprimidos brutalmente por el nuevo dictador. Las cifras de historiadores señalan un genocidio de cerca de 25 mil campesinos, identificados por sus verdugos en función de sus rasgos indígenas, semejante al genocidio trujillista del 1937 en base a la negritud. Prácticamente todos los aborígenes de lengua náhuat salvadoreños fueron asesinados por la dictadura de Hernández Martínez. Farabundo Martí, líder del Partido Comunista Salvadoreño, quien había sido apresado antes del levantamiento campesino, fue fusilado el 1 de febrero como parte de la política de represión de la dictadura contra toda la oposición a su régimen.

Cuando Bosch escribe su artículo ya habían pasado 12 años del levantamiento campesino de El Salvador y la dictadura de Hernández Martínez seguía en el poder a sangre y fuego. El 2 de abril de 1944 militares y civiles se lanzaron a tomar cuarteles, estaciones de radio y las calles para derrocar  la dictadura. El movimiento duró pocos días y fue ahogado en sangre por las tropas leales al tirano. Los participantes en gran número buscaban un cambio político hacia la democracia, aunque detrás estaba el apoyo financiero del gran capital salvadoreño que había perdido confianza en el liderazgo de Hernández Martínez como garante de sus intereses. Una señal de alarma para esos sectores fue la reforma a la Constitución para permitir la reelección. Aunque el levantamiento del 2 de abril fue sofocado, la rebelión continuó y fruto de una huelga general que detuvo toda la actividad productiva de El Salvador, el dictador tuvo que renunciar el 9 de mayo.

Cuando salió el artículo de Bosch en Información el 6 de mayo, no podía saber el autor que al dictador salvadoreño le quedaban 3 días en el poder y que sería sucedido por dictaduras militares,  igual de criminales, hasta la década de los 90. Tampoco sabía Bosch que el Dr. Arturo Romero, por quien la Cámara de Diputados de Venezuela pedía clemencia, salvaría su vida y al año siguiente sería casi vencedor de una elecciones que fueron abortadas por un golpe militar, con respaldo de los sectores más conservadores, el 21 de octubre de 1944. Jorge Arias Gómez, historiador salvadoreño, en un artículo titulado La Jornada de Ahuachapán: 12 de diciembre de 1944, señala las posibilidades del Dr. Romero de convertirse en presidente y las acciones de sus oponentes. “En el campo electoral, todo indicaba que el Dr. Arturo Romero -llamado "El Hombre Símbolo de la Revolución"- ganaría la Presidencia de la República. El apoyo popular era más que evidente. A mi entender, el Dr. Romero fue el último caudillo de nuestra historia. No ha habido, posteriormente a él, persona que inspirara tanta pasión, esperanzas y confianza en el pueblo. Desgraciadamente, la oligarquía, los altos mandos del Ejército y los jerarcas de la Iglesia católica, se confabularon para levantar el fantasma del comunismo” (P. 96) Las similitudes a la situación vivida por Bosch en 1963 son evidentes. El siguiente párrafo lo confirma con más fuerza. “De esta manera, un anticomunismo visceral se inscribió en las banderas de los reaccionarios cuya contraofensiva se puso en evidencia: Los púlpitos se transformaron en tribunas contra el "peligro rojo"; los altos mandos castrenses propugnaron un orden público signado por el silenciamiento popular y la obstaculización policial de manifestaciones. Los grandes cafetaleros fundaron el Partido Agrario, oficializaron la candidatura del Gral. Salvador Castaneda Castro y crearon el Partido Unión Social Demócrata (PUSO). Proliferaron los plumíferos a sueldo que, semanalmente, publicaban diversos pasquines plagados de calumnias e injurias contra las fuerzas populares e hilvanados con un anticomunismo destinado a sembrar terror y pánico” (P. 96). El acceso inminente al poder del Dr. Romero por elecciones fue cercenado mediante un golpe de Estado militar el 21 de octubre. 

No era posible que Bosch imaginara que al defender al Dr. Arturo Romero, respaldando la solicitud del Congreso venezolano, estaba adelantándose 18 años en el futuro cuando él mismo fue enfrentado por los mismos sectores reaccionarios que ahogaron en sangre la incipiente democracia dominicana para preservar los intereses de la oligarquía dominicana y los corruptos mandos militares del trujillismo. El guión anticomunista fue copiado una y otra vez en Latinoamérica.

Volviendo al artículo de Bosch, él señala la importancia de este reclamo de la Cámara de Diputados de la patria de Bolívar, y que semejante gesto no hubiera sido posible pocos años antes, cuando Venezuela era gobernada por un déspota como lo fue Juan Vicente Gómez (1857-1935). Su dictadura desde el 1908 hasta el 1935 fue una afrenta para los mejores hombres y mujeres de América. Nuestro autor lo resume así: “Hace muy pocos años que Gómez bajó, conmoviendo el substrato social venezolano, a la tumba que en el deseo de los liberales del continente le esperó durante todo el cuarto de siglo en que se mantuvo, como un jinete bárbaro, insultando a la historia. Mientras él vivió, y aún a raíz de su muerte, los hijos descastados de América vociferaron que sólo Gómez podía gobernar a Venezuela y que sus métodos eran los únicos idóneos para tener frenado a un mundo en formación, caótico por la misma fuerza de su proceso de integración” (V. XXXIV, pp. 295-296). No nos engañemos, aún muertos los tiranos se dejan oír en la voz y acciones de perversos personajes -los descastados- que promueven el autoritarismo y el crimen en todas las formas posibles, sea justificando el asesinato de miles de campesinos en El Salvador en 1932, en Palma Sola en 1962, o genocidios como el de 1937. Quienes hoy amenazan con reacciones violentas frente a una marcha de ciudadanos descendientes de haitianos, tienen en su médula la misma naturaleza criminal de Trujillo. No basta con extirpar al dictador del mundo de los vivos, hay que profundizar en la democracia y el Estado de derecho para que los genes autoritarios y asesinos de algunos sean una minoría sin importancia o queden confinados al círculo de los orates, de donde nunca debieron salir.