Juan Bosch tuvo intereses amplios de estudio y creación. Desde cuentos, novelas y poesías, hasta economía, historia o sociología. No es de extrañar de que el cine le atrajera, después de todo es un arte emparentado con la narración. Y como demuestra Bosch desde los primeros textos que conocemos, su capacidad de análisis vincula temas diversos y destaca sus conexiones más profundas. El 1 de octubre de 1944 en la Información, publicado en La Habana, sale un artículo de Bosch titulado Un golpe a la política del buen vecino…
El título señala hacia un tema político, que es la iniciativa del presidente Franklin Delano Roosevelt hacia América Latina presentado en el marco de la VII Conferencia Panamericana en diciembre de 1933. Con esta iniciativa Roosevelt pretendía superar la política norteamericana preceden que generó gran cantidad de agresiones e invasiones de la potencia norteamericana contra los pueblos y Estados al sur del Rio Grande. Los latinoamericanos, con justa razón, desconfiaban (y todavía desconfiamos en el presente) de las intenciones de Estados Unidos hacia nuestros pueblos. Por lo visto no le interesa en los hechos el desarrollo de nuestras economías y de nuestras democracias, únicamente buscan robar nuestras riquezas naturales y explotar el trabajo de nuestros hombres y mujeres, sea en nuestra región o como emigrantes en su sociedad. Roosevelt que observaba con preocupación lo que ocurría en Europa con el fortalecimiento del fascismo propone cambiar de política y convertirse en un “buen vecino” para los habitantes del sur del continente. Pero eso era un discurso que buscaba proteger parte de sus fronteras en caso de tener que involucrarse en conflictos con Europa o Asia, como efectivamente ocurrió.
La agudeza de nuestro autor se demuestra cuando analiza algo tan distante, aparentemente, como es la producción de películas. “Muchos artistas latinoamericanos tendrán ahora trabajo en Hollywood, y esto representa un aporte a la Política del Buen Vecino, ha declarado a la prensa cubana un alto funcionario de cierta casa americana productora de películas” (v. XXXIV, p. 539). Cuba, México y Argentina, ya en los años 40, tenían un gran desarrollo en la producción artística relacionada con radio y cine. Bosch mismo era guionista de series de radio en Cuba. Al momento de escribir esto la guerra en Europa y el Pacífico estaba en su punto más álgido y era previsible que la Unión Soviética, Estados Unidos e Inglaterra derrotarían a Alemania y Japón. Para ese momento ya Hollywood había producido películas animadas como Saludos Amigos y Los 3 caballeros, ambas vinculadas a la cultura latinoamericana.
El desarrollo de la industria cinematográfica latinoamericana es vista positivamente por Bosch: “La cinematografía latinoamericana, ampliamente desarrollada ya en México y en la Argentina, representa hoy una fuente de trabajo para muchos millares de personas y un estímulo cada vez mayor para sectores de la América hispana que hasta hace poco yacieron olvidados y alejados de la riqueza e incluso del más pedestre bienestar. Desde los escritores de argumentos, los guionistas, los fotógrafos, los técnicos en luz y sonido, los cantantes, los músicos, los escenógrafos y tramoyistas, hasta los actores de todo género y los directores; desde los agentes de las casas productoras hasta los capitalistas, que han invertido su dinero en la novel industria, millares de latinoamericanos están recibiendo beneficios directos y cada vez más altos, de nuestra cinematografía” (v. XXXIV, pp. 539-540). Esta actividad incipiente, pero de calidad, de la producción de cine latinoamericano tenía la ventaja de que nos afirmaba culturalmente como subcontinente y al compartir la inmensa mayoría el castellano como lengua, la distribución de las películas, al igual que de libros, revistas y programas de radio, tenía garantizado un mercado inmenso en más de una docena de sociedades.
Y él lo detalla de manera muy hermosa: “Gracias al cine américo-hispano cada día nos vamos conociendo mejor; el alma hermosa de México llega al último latinoamericano, al hombre del pueblo español, incluso al de Portugal y el Brasil; aprendemos a gustar la grandiosidad de Buenos Aires, la belleza de las ciudades interiores argentinas, la historia de la construcción de esa patria. El cine de nuestra lengua nos une y nos descubre a nuestros propios ojos; nos da conciencia de nuestro valer como pueblos. Más todavía: nos supera, nos exige la superación como artistas, como técnicos, como escritores, como gustadores del fenómeno estético, vivo en tantas de sus diversas expresiones -música, teatro, literatura- en el cine moderno” (v. XXXIV, p. 540). Frente a todas esas virtudes y ganancias, Bosch delata un grave riesgo que está detrás de la noticia que señaló al inicio de su artículo. “Esos beneficios corren peligro de perderse o por lo menos de ser rebajados con la amenaza de doblaje en español para las películas hechas en Hollywood” (v. XXXIV, p. 540). Al momento en que Bosch escribe este texto (1944) lo común era que uno viera las películas que entendiera por su idioma, por tanto el mercado de Hollywood se agotaba en los hablantes ingleses y recurriendo al doblaje podía llegar al inmenso mercado de habla hispana, incluidos los analfabetos, ya que no se trataba de subtitular, sino doblar íntegramente las películas.
Bosch es preciso: “Pues si en alguna ocasión se ha propinado un golpe serio a la buena vecindad entre las dos Américas, éste ha sido ese ya resuelto del doblaje al español en los films de Hollywood. Desde todos los puntos de vista el doblaje, actualmente en ejecución, es mortal para nuestros pueblos, ni importa que con él se beneficien 40 ó 50 ó 200 ó 1000 latinoamericanos que serán llevados a la Meca del cine para trabajar en la nueva derivación de la fastuosa industria cinematográfica” (v. XXXIV, p. 539). Era imposible competir con las inversiones cinematográficas norteamericanas y además colocaba a nuestras sociedades en posición de ser ideologizadas por la mentalidad de nuestro vecino del norte, que de buen vecino, no tenía, ni tiene un ápice. Como han pasado décadas desde que Bosch vió lo nefasto que era la distribución de cine norteamericano en nuestras sociedades fruto del doblaje al español de las mismas, podemos ver que efectivamente él tenía toda la razón y hoy día gran parte de nuestros pueblos “ven” el mundo tal como lo presenta la industria cinematográfica estadounidense. Ni los Estados Unidos perdieron en Viet-Nam, los griegos antiguos hablaban inglés, Jesucristo era blanco y de ojos azules, y en todo hecho significativo en América Latina había un “gringo bueno” que posibilitaba que ocurriera. El adocenamiento nuestro por películas y series americanas se nota en los hábitos de consumo y los comportamientos de nuestros jóvenes que procuran ajustarse a los patrones que ven en las películas de Hollywood.
La conexión de ese hecho aparentemente sencillo como la oferta laboral de ir a trabajar en la producción de películas en California lleva a Bosch a profundizar en su visión política. “La Política del Buen Vecino, como toda creación política que se apoye exclusivamente en intenciones o sentimientos y carezca de instrumentos idóneos -la base filosófica en primer lugar- sobre la cual mantenerse, no previó el rudo golpe que podría sufrir a manos de aquellas empresas empeñadas en acumular beneficios, y nada más. Pues si tal hubiera previsto, el creador de esa política hubiera buscado la manera de evitar que su obra corriera peligro. Corre peligro, a juicio nuestro, la creación de Mr. Roosevelt cuando se amenaza a toda una porción importante de la vida latinoamericana a cambio de unos cuantos millones de pesos, acaso innecesarios en la repleta bolsa de los magnates hollywoodenses; es decir, cuando se proyecta lanzar a la miseria a miles de latinoamericanos, arruinar una industria ya próspera y de indudable porvenir, y eso se hace valiéndose de tesis como la de la libertad comercial, propugnada en la Carta del Atlántico para ayudar, no para perjudicar a los países menos ricos; y sobre todo -sobre la burla, el palo- cuando se pretexta, con argumentos falsos, que con ello se pondrá en práctica una medida de buena vecindad” (v. XXXIV, pp. 540-541). Si algo es cuestionable en el análisis de Bosch es su ingenuidad al presuponer que esto ocurría contrario a la voluntad del Presidente de los Estados Unidos. La Buena Vecindad únicamente tenía el propósito de no abrirse un tercer frente en el sur, durante la Segunda Guerra Mundial, tal como si lo tenían en el Atlántico y el Pacífico, pero a lo que nunca renuncian los norteamericanos es a no obtener beneficios de los demás pueblos y cuando no lo pueden lograr, o no pueden competir libremente con ellos, los declaran sus enemigos, tal cual Trump en el presente trata a China.