En la terrible confusión de ese día de julio, una frase pronunciada por las autoridades llamó la atención: «los que asesinaron al jefe del Estado hablaron en español». De repente, nos sentimos muy lejos de los  mediados del 90, cuando por las calles y los hoteles de Pétion Ville, contingentes militares internacionales hablaban en español. Lo sucedido en julio de 2021 fue completamente diferente a lo de 1994, cuando uniformados argentinos y bolivianos acompañaron al ejército de Estados Unidos en la compleja aventura de una restauración democrática en Haití. Cuando empezaron a mencionar la nacionalidad del grupo teóricamente implicado en el magnicidio, nos acordamos de la orquesta Los Diplomáticos. A mediados de los sesenta, se tocaba mucho por las emisoras de Puerto Príncipe una magnífica producción con Daniel Santos y Discos Fuentes de Colombia.

El español, como realidad pedagógica, también tiene su historia en Haití. El oficio de profesor de español apareció hacia fines del siglo XIX en la capital. En la primera página del periódico Le Nouvelliste del 3 de diciembre de 1906 se plantea la cuestión de cómo conseguir que los alumnos puedan expresarse en inglés o en español al final de sus estudios. A principios de la década de los 50, España tuvo el propósito de fomentar la Hispanidad en las aulas de Haití. El entonces secretario general del Instituto de Cultura Hispánica, Manuel Fraga Iribarne (1922-2012), se interesó por la historia de Haití, tras haber conocido en Madrid a un becario haitiano sobresaliente. El proyecto fracasó y finalmente el primer seminario sobre la Lengua Española se concretizó con la bendición de la Embajada de Estados Unidos, en agosto de 1962.

Rindiendo homenaje a una generación de pioneros que supieron hacernos amar la lengua de Cervantes -como decíamos- con un trozo de tiza, una pizarra y unos cuantos libros como único material didáctico, mis palabras de hoy también quieren recordar que Juan Bosch, Joaquín Balaguer, José Francisco Peña Gómez y Manuel Arturo Peña Batlle tuvieron lectores en Puerto Príncipe. Eran círculos pequeños, pero recuerdo haber oído a mi padre comentar algunos de los párrafos de estos autores con alumnos y amigos. De las obras de Peña Batlle, me recomendó Historia de la Cuestión Fronteriza Domínico-haitiana y Orígenes del Estado Haitiano. La librería La Caravelle ofrecía en sus estantes libros y revistas en tres idiomas. Por el país de las estadísticas imposibles, estas consideraciones todavía no nos ayudan a comprender la revolución hispanohablante a la que estamos asistiendo. ¿Desde cuándo estos haitianos dominan el idioma que les permite viajar por selvas peligrosas que asustaron a los colonizadores de la Madre Patria? Recuerdo la película Apocalypto de Mel Gibson. ¿Dónde aprendieron estos jóvenes a estructurar correctamente su «hablar»? ¿Responder preguntas de forma casi espontánea / natural frente a una cámara?

Siempre me he dicho, aunque en voz baja, con un poco de esfuerzo, este país podría despertarse una mañana y comentar El Cantar del mío Cid o Pablo Neruda, derribando dos siglos de prejuicios atroces que hacen del analfabeto un eterno soldado de las élites gubernamentales.

Hablando de gobierno, aprovecho para contarles la aventura de un grupo de jóvenes que deseaban familiarizarse con la literatura y la lengua rusas en los años 30. El presidente Sténio Vincent (1930-41) ordenó al jefe de la policía, «desmantelar este núcleo de bolcheviques». Veinte años después, estos jóvenes se convirtieron en distinguidos profesores y uno llegó a ser traductor de un exigente presidente.

Foto: (Universidad de Salamanca, 1953- Clase del maestro Ramón Menéndez Pidal). Christophe Mervilus (centro), becario sobresaliente de filología hispánica. “Un día, en la Academia Militar, nos dio una demostración magistral de su dominio de la lengua de Cervantes. Nos enseñó cómo una palabra se pronuncia de manera diferente por España, citando pueblos, municipios y comarcas”(Mario Andrésol). Col. G.M.