“La última entrevista que diera el General Sandino fue el 3 de febrero de 1933 al periodista de La Prensa Adolfo Calero Orozco (1899-1980), un día después de suscribir con el presidente Juan B. Sacasa los “Convenios de Paz”, los cuales implicaron la disolución de su Ejército y, en la práctica, la firma de su sentencia de muerte. De filiación conservadora, Calero Orozco llegó a Casa Presidencial, donde fue presentado al legendario guerrillero por la madre adoptiva de éste: doña América Tiffer de Sandino” (Jorge Eduardo Arellano, Secretario/AGHN). Calero Orozco lo describe para sus lectores: “Estamos frente al hombre que por más de cinco años mantuvo, rifle al brazo, la rebelión autonomista más discutida en la historia e Hispano-América. Sandino no corresponde al retrato que de él nos habíamos forjado. Es un hombre de poco más de cinco pies de estatura y de unas ciento treinta y cinco libras de peso. Ojos pequeños, oscuros, de mirar vivo, tez blanca, un poco rojiza, el cutis maltratado y una fisonomía severa, aun cuando sonreía”. Luego de la entrevista con el presidente Sacasa, donde firmaron la paz en Nicaragua, el plan para asesinar a Sandino comenzó a articularse. A un año de ese hecho, el 21 de febrero de 1934, Sandino fue asesinado a traición.

Sandino ascendió a los más elevados niveles de la historia de América Latina por defender a su patria Nicaragua de la invasión de los Estados Unidos. La invasión duró desde el 1912 hasta el 1933 y contó con el respaldo de los sectores conservadores de Nicaragua, pero con la resistencia valiente y firme de Sandino y su ejército de campesinos. La exaltación de la figura de Sandino en toda América Latina como héroe de la lucha por la soberanía de su patria y la repulsa de cada vez más sectores a la ignominiosa ocupación norteamericana, condujo a la salida de las tropas norteamericanas el 2 de enero de 1933, dejando en suelo nicaragüense el germen maldito de una Guardia Nacional al servicio de sus intereses y la figura siniestra de un Somoza al mando de la misma. Semejante al caso dominicano con Trujillo. Un mes después se firmó la paz con Sacasa y al año siguiente la Guardia Nacional cobardemente asesina traicioneramente a quien no pudieron derrotar en las Segovias. El plan se completó cuando Somoza derrocó violentamente a Sacasa e inauguró una dictadura que duró hasta el 1979.

Una década después del asesinato del General de los hombres libres, Juan Bosch escribe desde La Habana un artículo titulado La Sangre de Sandino, el 8 de julio de 1944. (XXXIV, pp. 395-397). Bosch destaca que con la muerte de Sandino no terminó la lucha contra quienes explotaban a Nicaragua, fueran nacionales o extranjeros. “La sangre de Sandino tiene un precio que deben pagar ahora, Anastasio Somoza por haberla derramado y Nicaragua por haber presenciado impávida el asesinato de su héroe” (XXXIV, p. 395). Por supuesto la responsabilidad la tiene el sanguinario dictador que al servicio de los Estados Unidos mató al patriota más grande de Nicaragua, pero también Bosch entiende que un pueblo que no responda con valor a semejante magnicidio es responsable también por el destino de su líder y el sufrimiento que padece. ¿Pensará Bosch de manera semejante al caso de su patria dominicana y la dictadura de Trujillo? No lo dudo.

En el texto Bosch señala el hecho concreto del asesinato de Sandino diez años antes. “El altivo señor de las Segovias fue muerto por veinte miembros de la Guardia Nacional nicaragüense, que le asaltaron armados de ametralladoras cuando él abandonaba el Palacio de La Loma de Tiscapa, en la negrura de la noche, después de haber tenido una entrevista con el presidente Sacasa. Lo asesinaron por la espalda, como a un traidor, él, que había sido la encarnación de la dignidad continental. No podía ser de otra manera: los cobardes matan siempre así, y esos cobardes eran, además, unos judas de la conciencia nacional nicaragüense. Junto con Sandino cayeron esa noche su hermano Sócrates y sus ayudantes, los generales Estrada y Umanzor, que le acompañaban; el ministro del Trabajo de Nicaragua, Dr. Sofonías Salvatierra, que iba con ellos, salvó la vida porque atinó a guarecerse bajo el automóvil” (XXXIV, p. 395). Ese hecho demostró la calaña de Somoza, semejante al asesinato de Virgilio Martínez Reyna y su esposa Altagracia Almánzar el 1 de junio de 1930 por Trujillo. Las dictaduras usualmente ascienden en medio de crímenes atroces.

A Nicaragua le costó más tiempo que a los dominicanos derrocar a sus respectivas dictaduras y hoy lamentamos que quien fuera el primer gobernante después de la derrota de la Guardia Nacional por parte del Frente Sandinista de Liberación Nacional, ejerza hoy el poder con rasgos semejantes a los de los Somoza. Complejo es el avatar histórico y no hay garantías de un éxito definitivo. Señala Bosch: “Anastasio Somoza, como Trujillo, se hizo militar sirviendo a la bandera norteamericana en la Guardia Nacional, organización militar constabularia fundada por los norteamericanos en Nicaragua sobre el modelo de la que habían dejado en la República Dominicana y en Haití. Hasta la jefatura de esa Guardia Nacional, muy bien nutrida y vestida mientras los verdaderos nicaragüenses padecían hambre y desnudez en las montañas de las Segovias, combatiendo a los invasores, trepó Anastasio Somoza gracias a su figura de galán de cine y a su falta de escrúpulos para todo” (XXXIV, p. 396). Evoco con esa contraposición la lucha de Olivorio Mateo en suelo dominicano contra los mismos invasores norteamericanos y la manera en que la historiografía conservadora lo sigue presentando como un brujo inculto y fanático religioso, negándole al pueblo dominicano el reconocimiento de un héroe proveniente de los estratos más humildes que supo enfrentar a quienes mancillaban la soberanía nacional. Por supuesto Olivorio Mateo no tiene los perfiles estéticos de un Juan Pablo Duarte, ni su raza, ni su educación, y eso le resta valor a los ojos de los nacionalistas racistas.

Como ese guion se repitió en todas nuestras repúblicas destaca nuestro autor al referirse a Somoza: “…una vez libre el país de las fuerzas norteamericanas, consideró que era tiempo de que él

se sentara en la silla presidencial. Había un obstáculo grave en su camino. César Augusto Sandino, liberal, héroe nacional, hombre de carácter, iba a presentarse candidato presidencial en las elecciones próximas. Somoza resolvió quitarlo de en medio y después quitar de en medio también a su primo, el presidente Sacasa. Mató a Sandino y enfangó su sangre; pagó libros para demostrar que el infatigable luchador había sido un bandolero; ordenó y manejó una campaña de difamación con la cual quiso cubrir la tumba de su víctima” (XXXIV, pp. 396-397). No basta la muerte para enterrar la heroicidad de un Olivorio o un Sandino, sus asesinos procuran matar su memoria y negar el valor de sus acciones para defender sus patrias.

Cuando Juan Bosch escribe este texto ya Somoza llevaba años en el poder, celebrando elecciones falsas -como las hacía Trujillo- y ofreciendo una y otra vez su pronto retiro de la vida política. “(Somoza derrocó a Sacasa en 1936) De entonces acá Somoza se ha reelegido dos veces y se preparaba a reelegirse una tercera vez. Sin embargo, inesperadamente el dictador de Nicaragua encuentra que la reelección es un mal negocio y proclama que no se reelegirá más, que es contrario a la reelección, que dentro de dos años se retirará a la vida privada. ¿A qué esta “patriótica” resolución del dictador de Nicaragua? ¿Cómo se explica que quien no titubeó en ordenar el asesinato de Sandino, y se confesó su responsable, haya descubierto de súbito sentimientos civilistas y generosos en las profundas simas de su conciencia?” (XXXIV, p. 397). Esto lo escribe Bosch en 1944. 12 años más tarde, el poeta Rigoberto López Pérez, el 21 de septiembre de 1956, saldó la deuda que todos los hombres libres de América tenían con Sandino, disparó varias veces contra Anastasio Somoza García y murió en el acto por la lluvia de disparos de los guardaespaldas del dictador. Muerto el dictador la dictadura continuó con otros miembros de la familia. Como era de suponer los Estados Unidos condenaron el tiranicidio. 5 años después se fundó el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), el 19 de julio del 1961, que dirigió la lucha del pueblo nicaragüense hasta su triunfo en contra de la tiranía de los Somoza el 19 de julio de 1979, la misma fecha de su fundación.

Años después, durante el gobierno sandinista del 1980 al 1990, Bosch brindó una gran colaboración a su gobierno contactando líderes de toda América Latina para detener la agresión de los Estados Unidos mediante los llamados contras. Esa historia, basada en un diario del mismo Bosch, aparece en el libro de Mildred Guzmán Madera titulado El Bosch que yo conocí. De eso hablaremos cuando lleguemos a esa etapa de la vida de Bosch.