El negocio castellano de la conquista de América, que inicialmente fue designado un genovés como gerente, tenía un plan de costos que incluía la deshumanización de los aborígenes, los africanos e incluso en algunos casos europeos para garantizar buenos ingresos a la Corona y los aventureros que cruzaron el atlántico. Desde la construcción de los hábitat para los recién llegados, la producción de los alimentos, la búsqueda del oro e inclusive el pago por servicios a los europeos y la financiación del proyecto, se articuló el negocio en torno a la esclavización de los tainos y en poco tiempo incluyó a hombres y mujeres africanos traídos como animales en barcos por la disminución violenta de la población aborigen. Todo el discurso romántico en torno a la llegada de los europeos como descubridores guiados por sentimientos religiosos es pura ideología colonialista que no resiste la evidencia histórica contenida precisamente en los archivos europeos.

Bosch incisivamente señala esa naturaleza esclavista de todo el sistema desde una óptica de la lucha de clases con la llegada de Nicolás de Ovando. “El Comendador de Lares se convirtió en el árbitro de la lucha de clases que se había entablado en la Española, y como tal árbitro disponía, según a él le conviniera, de los indígenas, que habían pasado a ser la clase sometida. En cuanto a las recomendaciones de la reina en favor de los indios, ésas fueron palabras que se llevó el viento. Después de la muerte de doña Isabel, ocurrida a los once meses de haber dado su Provisión del 20 de diciembre de 1503, la suerte de los indios encomendados pasó a ser trágica; en realidad, quedaron convertidos en esclavos de los encomenderos, y estos en sus amos, que los apaleaban hasta la muerte. Con el tiempo vino a suceder que a los funcionarios reales se les pagaban los sueldos dándoles indios” (V. X, p. 17). Es profundamente cuestionable la hagiografía que muchos hacen de Isabel la Católica, en el mejor de los casos pecaría ella de inocencia o en el peor tenía un buen mercadeo de su figura para enriquecerse con la explotación de los aborígenes y lucir como defensora de ellos. Maquiavelo era contemporánea de ella, por lo que no es descabellado imaginar esos criterios de El Príncipe entre sus colaboradores.

Los que no tenían ingenuidad, ni buscaban aparentar ser falsos defensores, fueron los dominicos que llegaron en 1510. La fuerza del Evangelio los llevó a superar el chauvinismo y el gregarismo religioso para apoyarse en el mensaje de Jesús y defender a los explotados, a los aborígenes. No hay hecho más relevante desde el 1492 en el nuevo continente que el sermón de Montesinos que pueda considerarse como un aporte positivo en grado sumo a la cultura, la civilización y el reconocimiento de la dignidad humana. El resto es parte de la historia de la ignominia y la explotación. Coincide en el año con ese sermón, el de Montesinos, el establecimiento de la primera Real Audiencia en América. Señala Bosch que “…a cada uno de los jueces de apelación que la formaron, además del sueldo que se les señaló, (les dieron) un repartimiento de 200 indios” (v. X, p. 18) Los aborígenes eran pura mercancía para los españoles y contra ellos, los explotadores, lucharon los dominicos tomando partido por los explotados.

Si desde 1511 hay una sólida tradición de religiosos defendiendo la dignidad de los aborígenes, otra historia es el tratamiento de los africanos traídos como esclavos a nuestro continente. Un primer dato es que el papa “Paulo III en 1548 confirma el derecho a tener esclavos, incluso por los eclesiásticos, pero afirma también que los indios no lo eran y tenían derecho a ser libres, y a liberarse.  En efecto, en las tierras descubiertas de América, tanto los Papas como los reyes de España se oponían a los conatos de los conquistadores y colonizadores, necesitados de mano de obra, de reducir los indios nativos a esclavitud” (Casabó, Esclavitud y Cristianismo). Está claro que desde el sermón de Montesinos, seguido por las Leyes de Burgos y posteriormente los textos de Vitoria, la esclavitud de los aborígenes americanos era condenada. “…la esclavitud en sí era aceptada como algo natural, y la Iglesia no lo modificó. La autoridad de Aristóteles, de Santo Tomás, de los teólogos lo confirmaba. La mayoría de los cristianos clérigos y laicos en las Indias la practicaron. Los jesuitas usaban negros, a veces a centenares, para trabajar sus estancias e ingenios. Su plantación en Xochimilcas tenía doscientos. Otras órdenes hacían lo mismo” (Casabó, Esclavitud y Cristianismo). Pero hubo voces contrarias a esa práctica en el seno de la Iglesia. “En 1557, Domingo de Soto, discípulo de Francisco de Vitoria escribía en su De iustitia et iure que era inmoral mantener en esclavitud a un hombre nacido libre, o capturado por violencia o fraude, incluso si se lo compraba en un mercado legítimo. Tres años después el también dominico Alonso de Montúfar, Arzobispo de Méjico, escribía a Felipe II: "No sabemos de ninguna causa por la que los negros habrían de ser cautivos más que los indios, puesto que nos dicen que reciben el Evangelio con buena voluntad y no hacen guerra a los cristianos". Felipe no contestó” (Casabó, Esclavitud y Cristianismo).

Existen más documentos que definen claramente la actitud abolicionista de Papas, obispos y teólogos. “El Papa Urbano VIII en una carta a su nuncio en Portugal del 1639 condena absolutamente la esclavitud y amenaza con la excomunión, pero se refería a la de los indios y estaba impulsado por los jesuitas de las Reducciones ante las incursiones de los bandeirantes brasileños que hacían en ellas razzias para obtener esclavos. Clemente XI a principios del siglo XVIII da órdenes a los nuncios de Madrid y Lisboa de que actúen para conseguir poner fin a la esclavitud.  No hubo respuesta” (Casabó, Esclavitud y Cristianismo). Se seguía esclavizando a los indígenas, y por supuesto los africanos podían ser incluidos en textos como los de Clemente XI. Al final la esclavitud de todos -indios y negros- fue abolida durante el siglo XIX, en diferentes fechas, siendo una de las más tardías en Cuba, que era colonia española, que legalmente la prohibió en 1880 y se efectuó efectivamente en 1886.  La esclavitud en el Caribe concluyó no por causas humanitarias, ni teológicas, sino porque la tecnología basada en las máquinas de vapor la hacían muy costosa.

La naturaleza deformada del inicio de la sociedad dominicana -en la clave de Juan Bosch- tiene una terrible expresión en la esclavitud de los centenares de miles de hombres y mujeres, indígenas y africanos, que sufrieron la más cruel explotación física legitimada por la negación de la condición de seres humanos de los sometidos. Tanto sudor y sangre, tanta humillación y explotación, según los criterios boschistas, deformaron desde su cuna la sociedad que hoy conocemos como dominicana.