Josefa Castillo -paradigma descarado que sintetiza nuestra cultura política- en días pasados encarnó, con desenfado e inteligencia, el tigueraje político dominicano. Pícara y vivaracha, cínica y sarcástica, desveló la filosofía del depredador estatal. Es una de tantos remanentes del pasado clavados en el costado del actual gobierno.

En la didáctica del clientelismo no podrá faltar la tristemente premiada Superintendenta de Seguros, comandante partidaria y captadora de votos, defensora agresiva de este gobierno, mientras le convenga y pueda servirse de él. Dirigente mercenaria, dispuesta a fajarse con cualquiera a cambio de jugosas compensaciones.

Siempre existieron recompensas adicionales, aparte del sueldo, para las tropas vencedoras. Un ejército disciplinado y contundente como fue el de la Roma imperial, peleaba en nombre del imperio y de su emperador teniendo en cuenta promesas de rango y tierras. Los centuriones sobrevivientes disfrutaron de riquezas. Eso de pelear “pro bono” era y es una excepción.

Soldados y oficiales violaban, masacraban y se daban al pillaje, porque se les permitía hacerlo. Hubo épocas de auge y de gran demanda para esos guerreros a sueldo que, aparte de cobrar anticipos por batalla, exigían títulos nobiliarios y terrenos. Parte de la nobleza, y viejas fortunas europeas, provienen de antepasados que vendieron sus espadas.

En pocas guerras, religiosas o ideológicas, combatieron hombres cuya única aspiración fue implantar doctrinas y formas de vida. Idealistas que morían por lealtad o por creencias, aunque algunos, luego de alcanzar el poder, se beneficiaran de las cuentas del Estado, olvidándose de las razones por las que arriesgaron sus vidas.

A medida que avanzó la civilización y las democracias se establecieron, fueron los militantes de agrupaciones políticas, dirigentes, y cualquiera que hubiese contribuido a conquistar el poder, quienes comenzaron a recibir privilegios por sus servicios. Es fascinante estudiar el clientelismo y la corrupción a través de los siglos; queda claro que el grado de desarrollo de un país es inversamente proporcional a ambos factores: donde éstos crecen, el progreso decrece.

El PLD hizo del clientelismo su mayor fortaleza, pagando del presupuesto nacional a miles de militantes, permitiendo el enriquecimiento ilícito de sus incondicionales. Incitó al pillaje, como si esta nación hubiese sido conquistada por un ejército medieval con derecho al saqueo.

Es entendible, pero no admisible, el agresivo reclamo de “empleos” -o botellas, pues lo que interesa es disponer de un cheque del Estado- por parte de aquellos que afirman haber llevado a Luis Abinader al poder, falacia que fortalece sus demandas.

Ese reclamo, típico del subdesarrollo, es una vieja tradición de la política dominicana. Aquí, el Estado paga lealtades y servicios de campañas con dineros del pueblo. Dirigentes y militantes del partido ganador se sienten merecedores de una recompensa. No hay quien les quite de la cabeza que el gobierno es un botín.

Ahora, las huestes políticas del PRM (en realidad hordas heredadas del PRD) exigen posiciones y salarios, “por haber pasado 16 años de hambre”, según dicen (una capacidad de aguante mayor que la del “tardígrado”, el animal que vive mayor tiempo sin alimentarse). Sin vergüenza ni sonrojo, quieren “SU “cheque. Josefa Castillo defiende, justifica, y complace esas exigencias.

Quizás el manual que ahora utilizan en el poder -aunque contradiga a Maquiavelo, quien recomendaba no utilizar mercenarios– aconseje tener cerca a gente de la calaña de la Superintendente de Seguros. Pero para los que votaron por el cambio, esa señora constituye un borrón en las cuentas nuevas.