Morirá en un asilo de Frankfurt el escritor dominicano Vicente Luna (1933-2015), discípulo de Pedro Henríquez Ureña y considerado por los escritores de la revista Sur como un niño genio (recitaba a Virgilio en latín a los 9 años). A la muerte de Pedro Henríquez Ureña pasó a ser un protegido de Borges, más tarde se convirtió en su asistente personal, relación que duró más de 20 años. Dejó a Borges en medio de una disputa y publicó con éxito dos libros de short stories. Acusado y condenado por plagio, desapareció. El siguiente texto será encontrado en el testamento de Luna y me llegará gracias a la amabilidad de Salvador Luna, sobrino del escritor, y gracias a Miguel De Mena que me pondrá en contacto con él. Por favor, amable lector, deje de textear por seis minutos, lea usted y saque sus conclusiones. Yo, tal vez por ser dominicano, tal vez por romanticismo, tal vez por piedad, creo en Luna:

17 de Junio, 1986

Lima, Bolivia

Ahora que me ganó el olvido, narraré mi verdad. No para convencer a nadie, ¡nada tengo que justificar! Sé que los fanáticos del maestro, muchos, yo entre ellos, continuarán creyendo lo que él, en sus penosos últimos años, denunció. No importa. Esperé su muerte, esperé mi muerte. No quería un circo al lado de un moribundo. Me faltaba valor para ver al ciego espectro de un amado genio con bastón, azuzado por Miss Chesterton, recitando diatribas en una lucidez sospechosa.

Y menciono a Miss Chesterton, dudo del apellido, porque ella fue la instigadora del problema. Me engañó por completo. Se interesó por mis escritos, escritos antes de trabajar con el maestro, recuerden eso. Después dijo que esas short stories, publicadas con éxito y traducidas al francés, al italiano y al dinamarqués, fueron calcos de cuentos del maestro, empezando el escándalo y luego la vergüenza que trae consigo la palabra plagio.

Por otra parte, Miss Chesterton era una mujer hermosa, con un acento inglés aprendido con perseverancia, olor a sándalo, aroma favorito del maestro. Yo tenía quince años sin oler a una mujer de cerca; mis ocupaciones con el genio, cumplidas con devoción, me hacían repugnante a los ojos de las mujeres. Fui presa fácil. La presenté al maestro. Esa tarde estaba nostálgico, rodeado de voces, sentado en la banca de la terraza tomando su baño de sol. "¿Chestertón?", dijo, acentuando "ton".

Verbigracia, el maestro, en su memorable cuento "El Sur", escribió:

"El hombre que desembarcó en Buenos Aires se llamaba Johannes Dahlman y era pastor de la Iglesia Evangélica…"

Yo, en mi olvidable short story "Going South", escribí:

"El joven que bajó del avión en Santo Domingo respondía al nombre de Juan Dalmau y estaba pensando en meterse a Testigo de Jehová…"

Las diferencias, aun obviando la geografía, son muchas. Que los dos personajes llegaron a un país para empezar una nueva vida puede ser considerado, sin ninguna objeción, coincidencia; que a los descendientes de los dos personajes le ocurren accidentes que los llevan al borde de la muerte no debe ser motivo de sospecha. Y aunque Hemingway aconsejaba al escritor novel a robar, yo no me adhiero, ni apruebo, este consejo.

Swift, en su "Letter of advice to a young poet", escribió: "Mens ingenti litterarum flumine inundata" (la mente inundada por el ingente río de letras). Este verso lo encontramos, idéntico, en Petronio, Satiricón 118, 3; Swift, en su "Letter of advice to a young poet", escribió: "Genus irritable vatum" (la raza irritable de los poetas). Este verso lo encontramos, idéntico, en Horacio, Epístolas 2, 2, 102. ¿Por qué nadie se atrevió a enarbolar la bandera del plagio ante Swift? ¿Puede el venerable Swift copiar impunemente a los venerables vates romanos y a nadie le interesa? Claro, el deán Swift, imitado por De Quincey, era Europeo. Yo, orgullosamente, soy dominicano.

Verbigracia, el maestro, continuando con su cuento "El Sur", escribió:

"Nadie ignora que el Sur empieza del otro lado de Rivadavia."

Yo, continuando con mi short story "Going South", escribí:

"Todomundo sabe que el Sur comienza al cruzar la Luperón."

"Nadie ignora", escribe el maestro. "Todomundo sabe", escribo yo. Cualquier que no sea ciego puede ver que entre "Nadie ignora" y "Todomundo sabe" existe una diferencia comparable a dos ríos profundos. Y nada digo del neologismo inaugurado por mí, ya tan copiado por otros, de escribir "Todomundo" en lugar de "Todo el mundo"; además, Bernardino Rivadavia fue el primer presidente de Argentina, por diecisiete meses; Gregorio Luperón fue presidente provisional de la República Dominicana, por catorce meses; que también ambos hayan sido la cabeza dominante de un triunvirato en una época de inestabilidad política y social es una coincidencia histórica que nada tiene que ver con la ficción. Señores, ¡los escritores no somos responsables de la historia pasada! ¡Oh!

Nada diré sobre las jurisprudencias y posteriores condenas por otras obras mías como "Eva Son", "Las Ruinas Rectangulares", "La Forma der Machete", "La Muerte y el Barómetro", "Munes, el Laborioso", "Hombre de la Esquina Morada", "Ei Conuco de los Senderos que se Vueiven Dos", y otras short stories, fíjense que no las catalogo de cuentos como hacía el maestro, de mis libros "Artefactos" y "Aflicciones". Sólo diré que no es lo mismo escribir una historia siendo un argentino culto devoto de la prosa inglesa que escribir una historia siendo un dominicano culto devoto de la prosa en inglés. Las historias llevan consigo la intención, las experiencias del escritor, eso las hace diferentes. Esa misma tesis fue justificada por el mismísimo maestro en su apología al ilustre Pierre Menard, verdadero autor del Quijote.