§ 15. Para fundar una nación, más aún un Estado nacional, se necesita que un pueblo en armas haya adquirido su conciencia política y su conciencia nacional, la conciencia de su comunidad o unidad personal, su conciencia de clase y conciencia de sujeto, pero en repetidas apariciones García Peña asume la existencia de la nación dominicana a partir del 27 de febrero de 1844: “Étienne Balibar sostiene que en la nación moderna solo puede haber un evento fundacional revolucionario. Para la República Dominicana este evento fundacional es el Trabucazo que el 27 de febrero de 1844 terminó el período de veintidós años de unificación de la isla bajo la bandera haitiana.” (P. 67, y pp. 19, 34, 38, 70, 113, 140, 142, 148 y 145). Sin discusión, verdad inconcusa, sin otros puntos de vistas como los de Bonó, Lugo, Mariano Cestero, Emiliano Tejera, Sánchez Ravelo, Moscoso Puello, Bosch, Jimenes Grullón y Pérez Cabral. Con esta afirmación, García Peña se suma al coro de su Archivo de la Dominicanidad.
§ 16. No hay teoría de la historia en el libro de García Peña. El fucú como maldición y los personajes en las novelas La maravillosa vida de Oscar Wao y Nelly Rosario Sound of the Water Saints, “al igual que las salves afrorreligiosas, cantan la verdad.” (Pp. 151, 153). La historia es lo que sucede y no conoce más que puntos de vistas sobre los hechos significativos que la especifican y está libre de fabulaciones míticas o teológicas. En la historia, según Tucídides, los personajes actúan objetivamente para lograr que triunfen sus intereses sobre los de otros personajes que se les oponen. Esa lucha entre los personajes es a lo que Marx le llamará conceptualmente “lucha de clases”, él no la inventó, ella surgió junto al lenguaje, la historia y los sujetos. Los ingenieros de la historia son los académicos que siguen escribiendo sus discursos históricos según los dictados de la teopolítica del racionalismo positivista. Por eso no es coincidencia encontrar en tales discursos de los académicos dominicanos las nociones teológicas de azar, destino, casualidad, suerte, fortuna, todas sustitutas de Dios y la naturaleza como interventores en los hechos de los seres humanos. Para no bucear en el pasado lejano, cito en este presente 16 de diciembre de 2020, el panegírico ante el féretro de Alejandro Grullón Espaillat, de la autoría de Frank Moya Pons y la novela en clave autobiográfica de Bruno Rosario Candelier, El degüello de Moca (Santo Domingo: Ateneo Insular, 2018), obra esta última que reproduce cabalmente el Archivo de la Dominicanidad desde la Colonia hasta el día de hoy.
§ 17. Obedeciendo a estas razones metafísicas del discurso histórico, se encuentra en el de García Peña una sacralización de la religión milenarista del liborismo. En la bibliografía sobre este culto, encuentro en el cuerpo de la autora a Roberto Cassá y Lusitania Martínez, pero están ausentes Carlos Esteban Deive y Pablo Maríñez. Y sobre todo Deive, quien sitúa objetivamente, al seguir la línea de Tucídides, la política y la ideología de los cultos mesiánicos, perseguidos, junto al vudú, el gagá, el carnaval y demás prácticas afrorreligiosas populares, pero no por ser tales, sino porque en el Estado capitalista que los invasores estadounidenses vinieron a instalar en el país y Haití en 1915-1916, una de las tareas que debían lograr era el control y disciplina social de la fuerza de trabajo libre para la valorización del capital, como lo señalan Martínez y Cassá y Ramonina Brea (Ensayo sobre la formación del Estado capitalista en la República Dominicana y Haití. Santo Domingo: Taller, 1983), obra esta última citada por García Peña. Deive se pregunta y se responde: “Cuál es el papel que, en los procesos de desarrollo planificado, juega el comportamiento mágico-religioso? El punto de vista más comúnmente aceptado consiste en reputar este comportamiento como un obstáculo al cambio social. Prácticas y creencias mágico-religiosas pasan por factores relevantes en el mantenimiento de las tradiciones y, por ende, del statu quo. Su carácter conservador permite sostener la prevalencia de brujos, curanderos y otros agentes de lo sobrenatural, los cuales surgen sólo para alimentar la ignorancia y la mentalidad mítica del campesino.” (Vodú y magia en Santo Domingo: Santo Domingo: Fundación Cultural Dominicana, 1988, p. 375). Por supuesto, este discurso de Deive no gusta a los sacralizadores de la religiosidad popular y del liborismo. Y la relación del liborismo con el Poder y sus instancias se muestra con su crudeza real en el nexo que guardó este movimiento milenarista con la dictadura de Lilís, de Mon Cáceres y demás gobiernos, salvo con los invasores estadounidenses y con el trujillismo, a través del jefe comunal Wenceslao Ramírez, cacique, no caudillo como sostiene erróneamente García Peña, y luego con su hijo José del Carmen –Carmito- Ramírez, padre de Tijides, esposa de Víctor Garrido Puello y cuñada de su hermano E. O. Garrido Puello, a quien García Peña señala como colaborador de los invasores de los Estados Unidos a través de su periódico El Cable, editado en San Juan de la Maguana, de cuyo núcleo oligárquico eran estos Puello los intelectuales orgánicos gramcianos.
§ 18. Dentro de la línea estilística o de sociología de la literatura, el libro de García Peña amplía el análisis de contenido del cuento “Luis Pie”, de Juan Bosch, Solo cenizas hallarás (bolero), de Pedro Vergés y Over, de Ramón Marrero Aristy, aunque ya el grueso del trabajo de la forma-sentido de estas obras había sido realizado por el suscrito, como se vio en la primera entrega de esta serie con el ensayo “Las imágenes del haitiano en la literatura dominicana” (2005), pero sobre todo, en el caso del cuento “Luis Pie”, en el que analizo con todos los detalles la polémica entre Bosch, Marrero Aristy, Incháustegui Cabral y Rodríguez Demorizi en “Valor literario y latinoamericanismo en siete cuentos y medio de Juan Bosch·, incluido en (Estudios lingüísticos, literarios, culturales y semióticos. Santo Domingo: Universidad APEC, 2011). Además, le reconozco a García Peña la ampliación y la problematización del caso de la prostitución durante la intervención militar estadounidense al mostrar documentalmente la oposición del invasor a que los soldados y oficiales estadounidenses se relacionaran sexualmente con prostitutas y se casaran con dominicanas. Pero debo advertir que esta fue una prohibición que nunca se cumplió, pese a que, como lo demuestra García Peña, hubo centenas de mujeres que fueron a la cárcel acusadas injustamente de ejercer la prostitución y hubo también un estricto control sanitario para detectar que las “cueros” estuvieran sanas y que no fueran pasibles de transmitir enfermedades venéreas, aunque se buscaba también con esto mantener a raya la posible colaboración de las mujeres dominicanas con la resistencia al invasor. Tanto en la primera ocupación militar estadounidense de 1916-24, aunque en menor grado en la segunda ocupación por ser más corta, hubo contactos sexuales masivos de los soldados con prostitutas en la primera invasión, sino que hubo también sonados casos de matrimonio de la pequeña burguesía media y alta con soldados, clases y oficiales. Para poner dos casos: el matrimonio de la soprano coloratura Julieta Otero con el sargento Miller, de cuyo matrimonio nació el poeta Freddy Miller Otero, y el matrimonio del sargento Charles McLaughlin con la señorita Simó, cuya hija, Alma, fue la esposa del generalísimo y presidente títere Héctor B. Trujillo Molina. Y en 1966, no mismo asistí, por mi amistad con la familia de la novia, a las bodas de Marta Vásquez Méndez con el soldado Nery Pabón, estadounidense de origen puertorriqueño que vino en 1965 con las tropas invasoras. Estas bodas son una demostración de lo que Lugo llamaba la falta de conciencia política y de conciencia nacional del pueblo dominicano. También me consta, aunque no hay investigaciones sobre estos casos, la existencia de una gran cantidad de hijos de soldados invasores con “cueros” dominicanas o con señoritas dominicanas con las que no se casaron y que luego esos hijos se fueron a los Estados Unidos o se quedaron en su país natal.
Un último punto en el que estoy en desacuerdo con el libro de García Peña es su reivindicación del nié, que significa “ni es de aquí ni es de allá”, usado en la diáspora académica (a partir del discurso de Josefina Báez) para afirmar que los inmigrantes dominicanos de la diáspora no son ciudadanos de la República Dominicana ni de los Estados Unidos, porque en ambos países se les niegan todos sus derechos. Y se lo aplican también al rayano, es decir, a los dominicanos y haitianos que conviven en la franja fronteriza entre Haití y la República Dominicana, al que los académicos de la diáspora han terminado por sacralizar y convertirlo en una categoría histórica, o sea, en un víctima, de ahí la lectura ideologizada de lo que García Peña llama en su anglicismo “literatura de la compasión”, adjudicada a “Luis Pie”, Over, el poema “El rayano”, de Manuel Rueda y a cualquier texto que exponga con lástima o empatía el tema del haitiano en la sociedad-cultura dominicana como El Masacre se pasa a pie, de Freddy Prestol Castillo, y otras obras que ella no analiza como Los enemigos de la tierra, de Andrés Requena y las novelas El terrateniente, de Manuel Amiama, Cañas y bueyes, de Moscoso Puello, Jiengibre, de Pérez Cabral, así como los poemas “El haitiano”, de Moreno Jimenes, “Rabiaca del haitiano que espanta mosquitos”, de Rubén Suro y “La aitinita divariosa”, de Chery Jimenes Rivera, “Yelidá”, de Hernández Franco y las décimas antihaitianas de Juan Antonio Alix y el fragmento de “Compadre Mon en Haití”, de Manuel del Cabral. En este aspecto, García Peña amplía el radio semántico de su análisis estilístico y sociológico aplicado a la obra de Rueda, pero no sobrepuja la ideología del victimato y el resentimiento social al no trabajar las especificidades del surgimiento de los dos Estados autoritarios que comparten la isla Española, gobernados hoy por frentes oligárquicos. Y se echa en falta en el análisis de García Peña este concepto de oligarquía o de frente oligárquico empleado por Bosch en su análisis histórico de la formación social dominicana, ampliado por Esteban Rosario y por el suscrito en los discursos que establecen el origen histórico de la oligarquía dominicana. Todavía la diáspora dominicana no ha superado “la pena del amor herido”, es decir, que no se ha convertido en “amor muerto” en el que no cabe el rencor, según sea el sujeto femenino que cante el bolero de Wello Rivas (Toña la Negra) o según lo cante cualquier intérprete masculino.