§ 1. Lo que comenzó, al decir de su autora Lorgia García Peña, como una monografía en 2916, se convirtió, cuatro años más tarde, en una tesis doctoral con el mismo título: Bordes de la dominicanidad (Santo Domingo: Editorial Universitaria Bonó, 2020) y ha debido ser celebrada dicha tesis y libro como todo un acontecimiento cultural y académico en la diáspora dominicana en los Estados Unidos y en otras comunidades dominicanas en el exterior.

§ 2. En la contraportada, los prologuistas Pablo Mella y Quisqueya Lora copian, como es de estilo en un editor, un fragmento de la presentación encomiástica de la obra: “Bordes de la dominicanidad se inscribe dentro del campo de los estudios culturales y decoloniales. Más específicamente, se puede situar en los denominados estudios de frontera (borders studies). Busca entender las múltiples vías en que el silencio y la repetición  de determinadas representaciones sociales invisibilizan o subalbternizan (1) sujetos racializados de la nación dominicana (las negritas son de DC) (…) Uno de los aportes fundamentales de la presente obra para el público lector en suelo dominicano es la centralidad que otorga a Estados Unidos en la formación de la identidad racial dominicana, papel que suele ser poco destacado en la literatura social local y que, cuando se destaca, resulta pobremente abordado.”

Cesar Nicolás Penson

§ 3. Lo sorprendente en esta obra radica en que la autora, profesora de Harvard, recinto de Cambridge, no ha explicado el método que adoptó para escribir su tesis-libro y deduzco, por las palabras de Mella y Lora, que es la vaga metodología  que llaman estudios culturales y postcoloniales, de moda en la academia estadounidense y que los prologuistas identifican también como decoloniales, término mal traducido del francés , prefijo galo que en español se traduce por des-, de modo que lo castizo es descolonizar, no decolonizar. Sin método explícito, la autora expone los términos que trabajará a lo largo de los cinco capítulos que conforman su obra: negro/a, criollo, dominicanidad, dominicanyork, haitiana étnica, latino/a, mulata y rayana. Salvo dominicanidad, que aspiraría a calificar como concepto, los demás términos son nociones. García Peña reconoce la dificultad, lo resbaladizo e ideologizante, digo yo, del terreno que pisa: “Los términos que uso para indicar la raza y la étnica de grupos e individuos son increíblemente complejos dados sus significados específicos a lo largo de momentos históricos y espacios geográficos determinados.” (P. 27). Como el caducado de raza, situado en sus efectos políticos e ideológicos por Claude Levi-Strauss, quien no figura en la bibliografía general de la obra, a la cual le falta el levantamiento de un índice onomástico. Hay a lo largo de la obra, una angustia de la autora por el lenguaje y la traducción, aunque de ambos conceptos no hay teoría, sino la espontánea e implícita teoría de la heterogeneidad del lenguaje y el signo. Y la vacilación aparece en los agradecimientos, en los que no se sabe si Arturo Victoriano es la misma persona que Ramón Antonio Victoriano Martínez, quien figura en la portadilla como traductor del libro: “Darles forma a mis ideas, en mi idioma natural, fue un reto que no habría podido enfrentar sin el increíble esmero de Arturo Victoriano y Rubén Maillo Pozo. Arturo tradujo cado uno de los capítulos con cuidado y tomando en cuenta no sólo la semántica sino el espíritu de cada argumento y de cada palabra. Rubén logró moldear lo que a mí me parecía imposible: las frases en espanglish, la terminología original, asegurándose siempre de que mis ideas permanecerán intactas, de no cambiarle el sentido a las palabras” (P. 11). La traducción, dualista de la forma y el fondo, dejará mucho que desear a lo largo de toda la obra y para muestra proporciono únicamente un ejemplo de pésima traducción: la nota al calce que figura en la página 141 nota 219 del libro. Me fue imposible acceder a la tesis doctoral original en inglés para realizar el estudio comparativo, pero esto es harina de otro costal.

§ 4. Foucault es responsable, sin que se le reivindique, de una parte del método implícito de la obra de García Peña, pero únicamente por la mención de un artículo del pensador francés traducido al inglés y no por el conjunto de su obra que ronda los 279 títulos entre libros y ensayos en revistas, principalmente Archéologie su savoir, Les mots et les choses y Histoire de la folie à l’âge classique: “Nietzsche, Genealogy, History”(2), publicado y traducido por Donald P. Bouchard en Languaje, Counter-Memory, Practices (Ithaca: Cornell University Press, 1977). De ese término de Counter-Memory les vienen a los estudios “culturales y descolonizadores” las nociones de dicción y contradicción que García Peña utilizará a lo largo de su obra como placebo del concepto de discurso, además del resto de términos seudotécnicos que la autora incorporará como un ariete en su libro, los cuales se emparentan con la teoría de la desconstrucción de Derrida (3). Ni Foucault ni Derrida ni García Peña poseen una teoría del lenguaje y del discurso como lo radicalmente arbitrario e histórico del signo, salvo la de la heterogeneidad de dicho signo. La ideología de la tecnicidad es una interpelación a la cientificidad como verdad de cualquier tipo de discurso.

Félix María del Monte

§ 5. García Peña va a emprender la refutación de todos los autores que han “guardado silencio o han repetido” la ideología del Archivo de la Dominicanidad (4) (concepto este de archivo que toma prestado a Foucault) contenida en los discursos sobre los negros dominicanos y haitianos (hombres y mujeres) desde la época colonial hasta el siglo XXI. Este sustantivo de Dominicanidad con mayúscula (esencialismo) lo usa la autora para oponerlo a la dominicanidad con minúscula, el cual designaría la crítica al conjunto de discursos falaces sobre los negros dominicanos y haitianos.

§ 6. García Peña arranca la refutación y crítica en el capítulo 1 con lo que cree es la primera falacia del Archivo de la Dominicanidad: El poema “Las vírgenes de Galindo” de Félix María del Monte (5) y la leyenda de César Nicolás Penson que, en Cosas añejas (1891), lleva el mismo título del poema citado. Y parafraseando a Armando Manzanero, no sé los otros, pero yo, desde 1999 leí públicamente (6) un ensayo titulado “Las imágenes del haitiano en la literatura dominicana” (que luego recogí en el libro Estudios sobre lingüística, poética y cultura. Santo Domingo: APEC, 2005: 161-182) que no aparece citado en la bibliografía general de la obra, de García Peña, pero que, sorprendentemente, coincide con mi ensayo que afirma en la página 167, nota 11, lo siguiente: “No fueron, como se sabe, haitianos los que mataron a las hermanas Andújar”, razón por la que felicito a la autora.

§ 7. A partir de la publicación en el Boletín del Archivo General de la Nación n.º 8379 de ¿1953?) de la sentencia de jueces dominicanos que condenó el 11 de julio de 1822 a los tres asesinos “españoles dominicanos” de Andrés Andújar y sus tres hijas (Pedro Cobial, Manuel de la Cruz y Alejandro Gómez), la comunidad letrada y los investigadores de nuestro país conocen ese dato. Que Peña Batlle, Balaguer, Max Henríquez Ureña, Vincho Castillo y otros hayan reproducido en sus escritos que fueron haitianos los que mataron a la familia Andújar es un acto irresponsable de repetición de la falacia que Del Monte y Penson inventaron en razón de los intereses políticos del patriarcado que encarnaron y que les llevó a falsear la verdad de los hechos históricos de este crimen. Otros repiten todavía hoy la misma cantaleta.  Y que en el trujillato y hasta hoy los escolares sean obligados a leer esta falsedad en los libros que figuran en el currículo del Ministerio de Educación es una operación ideológica que obedece al mito de la fundación del Estado clientelista y patrimonialista dominicano creado en 1844 por Pedro Santana y su grupo de hateros. O sea, que esta manipulación de la realidad histórica es un acto de poder que he situado con la crítica política e ideológica a ese discurso oficial en “los tres bloques de clichés antinegros y antimulatos” (p. 169) que conforman el racismo dominicano en contra de los dominicanos y los haitianos, incluso de cualquier otro grupo étnico negro o mulato que se asiente en territorio dominicano e inversamente, esos tres bloques de clichés conforman el racismo haitiano en contra de los dominicanos, bien estudiado por Léon-François Hoffmann en Haïti. Couleurs, croyances, couleurs. (Puerto Príncipe: Henri Deschamps/Cidihca, 1990). Este biologismo o darwinismo social es lo que he criticado en mi ensayo sin usar la noción caduca de raza que Levi-Strauss sepultó, porque está asociada al bioligismo de Darwin y sus secuaces a través de la ideología del discurso del nacionalismo surgido en el siglo XIX con la invención de los Estados burgueses altamente industrializados. (Continuará).

Nicolás Ureña de Mendoza

Notas

  1. (1) Este ejemplo de barbarismo de los prologuistas será una constante a través de todo el libro de García Peña y consiste en crear verbos a partir de sustantivos, en primer lugar y luego a partir de adjetivos, procedimiento normal en inglés, pero no en español. Quienes adoptan este procedimiento buscan crear una tecnicidad terminológica que supuestamente otorga cientificidad a la investigación.
  2. (2) Este ensayo es de 1971. Luego fue publicado en 1978 (Ed. La Piqueta) y finalmente, primera edición en español, traducción de José Pérez Vásquez (Valencia: Pre-Textos).
  3. (3) Al referirse a la publicación en Santo Domingo de su libro Crisis del signo. Política del ritmo y teoría del lenguaje (Comisión Permanente de la Feria del Libro, 2000) Henri Meschonnic dijo lo siguiente: “No es al azar que este libro se publique aquí y no en los Estados Unidos. Este libro es un libro que está perfecto aquí, y no es un libro americano porque en los Estados Unidos (…) están demasiado ocupados con la lectura de Derrida y sus secuaces (…) es decir que están en la corte de Heidegger (…) y, efectivamente, es algo que yo critico desde hace mucho tiempo y ese es todo el problema de la crítica.” (“Presentación de Crisis del signo”. Cuadernos de Poética 30 (2018: 17-18).
  4. (4) Concepto que toma prestado a Foucault. Fuente primaria: “Enoncé et archive”, en L’archéologie du savoir. París: Gallimard,1969, pp. 105-153 y el concepto foucaultiano de contradicción (pp. 195-204), retomado por García Peña sin citar al autor francés. García Peña convierte contradicción en contradicción, una mímesis tipográfica y lingüística.
  5. 5) Como bien apunta García Peña, la primera mención al asesinato de las “vírgenes de Galindo” aparece en el poema “Mi Patria”, de Nicolás Ureña de Mendoza en 1853. Véaselo en José Castellanos. La lira de Quisqueya. Santo Domingo: Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 1974 [1874]: “Las vírgenes de Galindo/Sufrieron crudo martirio, /Y aun en las hojas del lirio/Que lozano crece allí, /Nota el viajero señales, /Y la sangre que venganza/Demando al cielo hasta aquí.” (P. 64). Aunque no acusa directamente a los haitianos del crimen, lo sugiere y connota al achacárselo a la ocupación haitiana de Boyer de 1822 a 1844. Del Monte falsificará el hecho histórico.
  6. (6) Ponencia leída el 1 de mayo de 1999 en el Coloquio Internacional “Cultura, identidad e identificación en el Caribe. Imágenes y Representaciones”, organizado por FLACSO-UASD, Asociación pro Difusión de las Culturas del Caribe y la Comisión Permanente de la Feria del Libro, del 28 de abril al 1 de mayo de 1999.