En el análisis de los dos archivos, el de la Dominicanidad y el de la dominicanidad, Lorgia García Peña realiza una incursión por la Historia y la Literatura como discursos en el que su triada de conceptos (nación, raza, frontera) se enlazan desde el siglo XIX hasta el presente. La selección de los textos se realiza bajo el objetivo planteado en su libro de “reimaginar no solo las fronteras físicas y militarizadas que separan las dos naciones que habitan La Española, sino también la vaga serie de articulaciones, discursos, traumas, mitos, contradicciones y eventos históricos que han conformado la manera en que el sujeto dominicano se entiende a sí mismo en relación a Haití y a Estados Unidos” (p. 56).
En la primera parte, el capítulo uno analiza la recuperación martiriológica del asesinado de las hermanas Andújar en 1822, las vírgenes de Galindo. Los autores trabajados son Felix María del Monte, César Nicolás Penson y sus Cosas Añejas (a quien previamente a este libro hemos dedicado un análisis racial de varias tradiciones y episodios) en correspondencia con el proyecto hispanófilo de Galván en Enriquillo.
Sustentada en otros trabajos sobre las novelas fundacionales y la nación, el análisis tanto del poema dramático como del episodio histórico muestra cómo la literatura decimonónica sirvió de recurso para falsear la “verdad histórica” en la construcción de un imaginario de la “dominicanidad”, pretendida exclusivamente hispánica, en negación de la negritud y el mulato dominicano. Lo interesante del análisis de estas “dicciones” es que inscribe el antihaitianismo decimonónico dominicano en una corriente más global de miedo hacia Haití como nación negra.
Tanto del Monte como Penson plantearon a Haití como el “enemigo rayano” de nuestra dominicanidad. Sus reconstrucciones amañadas del crimen obedecen a un esfuerzo de construcción de una “versión aceptable de la identidad racial y cultural dominicana”, es decir, una identidad netamente “blanca, étnicamente opuesta a Haití” (p. 65). Ciertamente casi toda la intelectualidad criolla (blanca y mulata) se montó sobre la narrativa de la oposición étnica entre los dos pueblos, fruto de los procesos de colonización; así que esto no fue una invención de del Monte o de Penson; incluso, el mulato Gregorio Luperón sustentó estas diferencias, a pesar de haber planteado una especie de Confederación entre ambas naciones. Bonó, también mulato, sostuvo estas diferencias étnicas y culturales en sus análisis sociológicos. Ahora bien, esta verdad de hecho, “verdad histórica”, alimentó las ideologizaciones de la relación conflictiva entre ambas repúblicas y fue, según la tesis de Bordes de la Dominicanidad, nutrida y explotada por los Estados Unidos.
En este primer capítulo es donde la autora nos pone frente a la importante relación entre Literatura e Historia en el proceso de “fronterizar” los cuerpos racializados y la búsqueda de la identidad nacional dominicana. Muestra cómo el “hibridismo” o mezcla racial, valorada en este momento, constituía un rasgo civilizatorio en contraste con la negritud plena de Haití, sinónimo de barbarie. Realiza la autora lo que muchos historiadores y pensadores dominicanos han tenido el miedo de plantear, ver en la propia gestación de la república, la cuestión racial como un espacio de contradicciones no solo externas (hacia Haití), sino también internas (hacia los negros y mulatos). Duarte y del Monte serán las ideologías contradictorias que formarán el Archivo de la Dominicanidad y que los letrados criollos recuperarán según intereses patrióticos y patrioteros.
Según García Peña “El matrimonio entre las ideologías de Duarte y del Monte en la literatura posterior a 1844 permitió la solidificación de lo “dominicano” como una raza no-negra” (p. 81). Precisamente este elemento es el que sobredimensionan Galván y Penson en su hispanofilia; pero que no es exclusivo de los mismos.
Se entiende que la autora ha delimitado muy bien su corpus de análisis a cinco acontecimientos cruciales para sostener su enfoque. Las Vírgenes de Galindo, el primer hito analizado, es una muestra clara de la simbiosis ideológica entre Literatura e Historia en la construcción de un relato nacional europeizante e hispanófilo; pero no solo. La misma cultura norteamericana sirvió de baremo civilizatorio para muchos autores decimonónicos, a pesar de notar la injerencia “yankee” en la política criolla. Incluso, la prensa criolla mostró estas contradicciones y con mayor impacto.