Actualmente, la atmósfera criminal es apabullante, “marca país”. En días pasados, acogimos a uno de los peores gánsteres del siglo pasado, Willy Falcon. Sin dar pruebas al respecto, las autoridades anunciaron que ya abandonó el país. El capo homicida se marchó envuelto en el mismo misterio en que llegó. Cosas del oscuro submundo dominicano, donde negocian la ley con sus violadores.

Acostumbrado a que por aquí entren, salgan, y gobiernen piratas, mi única reacción ante el invitado fue la de sentarme a ver nuevamente el documental “Cocain Cowboys”. En esta segunda ocasión, algo me llamo la atención en su contenido:  el arranque inmobiliario de Miami ocurrió gracias al capital del narcotráfico. Una realidad apestosa que desmiente en algo la historia oficial de esa ciudad.

Uno de los trayectos felices del dinero sucio sigue siendo el inmobiliario. Los beneficios colaterales de esa compleja y persistente modalidad de blanqueo enriquecen a mansos y cimarrones. El resultado final es un dinero impoluto, legalizado, que convierte a malandrines en santurrones.

Panamá, desde la década de los ochenta, vive el frenesí de la construcción. Los panameños llaman al resultado “narco torres”.  La versión impuesta y mediática es que el fenómeno se debe a la prosperidad y al excelente ambiente de negocios   que ofrece el gobierno.  En España, las trampas en proyectos de vivienda han llevado a muchos a la cárcel. Ha pasado lo mismo en Colombia, México, Perú, y hasta en China.

República Dominicana es actualmente un ejemplo de prosperidad inmobiliaria.  En este mismo mes casi igualamos a Panamá en densidad de construcción. Un acontecimiento que, de acuerdo con la versión gubernamental, se debe- como en Panamá- a las facilidades para la inversión y la estabilidad macroeconómica. Pocos contradicen esa versión, y siguen subiendo torres hasta en las jardineras.

Nos llegan “inversionistas” (adjetivo purificador) de todas partes para convertir   su efectivo en varilla y cemento. El gobierno colabora con regusto, los empresarios felices, y, como nadie se queja, todos también colaboramos.   

En estos tiempos, se desveló detalladamente la operación del narcotraficante español Arturo del Tiempo; elocuente demostración de la participación del gobierno en la transformación de activos ilegales a través del Banco de Reserva. En no poca medida, el gran desarrollo de Santo Domingo, su avasallante apariencia de urbe crispada de condominios y centros comerciales se sustenta en el reciclaje de capitales contaminados.

Apenas se oye hablar del “elefante blanco” que se mueve frente a nuestras narices. Nadie quiere verlo. Un elefante que afirma que muchos de esos edificios han servido para blanquearle el dinero negro a funcionarios, empresarios, narcotraficantes, y criminales variopintos.

Sin embargo, no todos callan. La infatigable Nuria Piera, y periodistas de igual talante, denunciaron contratos estatales relacionados con la construcción (ejecutados por el Ing. Félix Bautista y Diandino Pena, ambos íntimamente vinculados al mismo expresidente). Construyen, lavan, y esconden en paraísos fiscales. Tampoco han sido pocas las propiedades confiscadas a jefes del narcotráfico, ni pocas las que en la actualidad disfrutan.

Días atrás, las redes sociales afirmaban que un enorme edifico alquilado para ubicar un par de instituciones públicas pertenece a un funcionario del gobierno. Este recibirá  una suma millonaria por el alquiler. O sea, que el lavado proveniente de la corrupción gubernamental terminara beneficiando legalmente al ladrón. De corrupto pasaría a rentista. “Triple plei.”

El negocio inmobiliario es aquella hija puta que vive en Ámsterdam y que manda dinero puntualmente. Sus familiares sospechan de donde les viene el sueldo, pero insisten en afirmar que ella es peluquera en la calle Haarlemmestraat.

El boom inmobiliario nuestro convierte a delincuentes en empresarios, a narcotraficantes en inversionistas, y a políticos en constructores. Por eso, nadie quedaría sorprendido si llegásemos a saber que Wille Falcon tiene un centenar de apartamentos por aquí. Que, en realidad, el hombre es un empresario de la construcción.