Una de las limitaciones más dolorosas de estos meses de pandemia es tener que realizar despedidas de manera casi furtiva. Las funerarias no pueden aceptar más de 15 personas por sala en ningún momento y las celebraciones litúrgicas u homenajes institucionales están llamados
a realizarse por la vía electrónica.
La despedida que le estamos haciendo en estos momentos a don Bolívar Báez Ortiz no le hace justicia a los más de cincuenta años de fecunda labor que él desarrolló en pro de anotar, controlar y revisar la información financiera de modo que ella fuera útil para el desarrollo de las mejores causas.
Cuando lo conocí, en el final de su vida, no me imaginaba que ese señor serio y comedido, siempre vestido de manera conservadora, había albergado ideas genuinamente revolucionarias en los años sesenta. Su larga vinculación con la contabilidad lo llevó a preocuparse por el crecimiento poblacional hasta convertirse en presidente fundador de Profamilia (ver página 8 del enlace). Y esa labor de muchos se ha visto en una reducción de una media de cinco hijos por mujer a una media inferior a 3 hijos por mujer. Trabajó numerosos años en la Dirección de Impuestos Sobre la Renta y de allí pasó al sector privado donde contribuyó a que numerosas iniciativas estuvieran dotadas de información fiable y precisa.
Tanto fue el reconocimiento que tuvo, que fue invitado (y aceptó) ser tesorero o miembro de los consejos de dirección de numerosas iniciativas de corte social. Colaboró con instituciones de educación superior como APEC, INTEC, la PUCMM, el Dominico Americano y también con instituciones de promoción de Desarrollo Humano como la Pan American Development Foundation, la Fundación de la Gulf & Western, la Sociedad de Bibliófilos, la Fundación Sur Futuro y, durante más de veinte años, con la Fundación Sinfonía, donde lo unían lazos de entrañable amistad con sus ideólogos y fundadores.
Vale la mencionar que su salida de roles protagónicos no le impedía mantener relaciones cordiales y de amistad con instituciones donde ocupó lugares de importancia. Por veinte años fue Comisario de Cuentas del Banco Popular y del Grupo Popular. Luego, la ley de Sociedades Comerciales No. ley 31-11 (que modificaba la antigua ley No. 479-08) varió los requisitos de las personas que pueden aspirar o presentarse en ese puesto y este señor, que había fungido como Secretario de Finanzas por 3 años y Secretario Técnico de la Presidencia por unos meses no solicitó tratamiento especial, simplemente terminó el período para el cual había sido elegido y entregó el cargo. Y luego, por más de diez años continuó integrándose a las Asambleas Generales Regulares Anuales de ambos organismos sin una onza visible de nostalgia por su papel anterior.
En esos menesteres nos vimos por más de quince años y cuando, el año pasado, en una de esas asambleas le comenté que estaba escribiendo la historia de la Fundación Sinfonía, donde él había colaborado también por veinte años, pero ya no era parte del consejo, me contestó que con gusto hablábamos al respecto, pero que gestionara que fuera el personal de Sinfonía quien le presentara el proyecto. ¡Un contador consecuente! Él me conocía y había visto mi trabajo, pero para hablar de una institución con la que no me había visto involucrada, se refería a las autoridades en ejercicio. Elegante, metódico y preciso hasta el final, hablamos por teléfono varias veces y no llegamos a reunirnos personalmente porque lo achacaron varios malestares. Cumplido como era, me envió por correo electrónico unos cuantos párrafos que ilustraban su admiración y satisfacción de haber formado parte de esta iniciativa. Es una pérdida social y humana no poder seguir contando con él. Mis condolencias a todos sus familiares y seres queridos.