La figura de Agustín Lara destella todavía como la del más celebre compositor de la música romántica de America Latina. En el ámbito local, ese galardón lo merece Juan Lockward, cuyos efluvios poéticos alcanzaron ribetes de calidad universal. Resulta pues lamentable que debido a las circunstancias de su época solo el primero de estos geniales artistas alcanzara una proyección continental. Una breve comparación concluiría que nuestro creativo cibaeño posee tan singular catadura que merece ser plenamente homologado, tanto en versatilidad poética como en creatividad musical, con el jarocho mexicano, el inconfundible “Flaco de Oro”.
Si para honrar su memoria se han erigido estatuas de los paladines de antaño, las rutilantes estrellas de marras merecen homenajes que superen con creces la mudez estatuaria. Ya que, a través de sus composiciones y su música, fueron insignes exponentes de la sensibilidad humana, nadie osaría regatearles la ilustre prosapia de los artistas innatos. Esto así porque según Aristóteles, la función del arte no se limita a producir placer, tanto en su sentido sensorial como intelectual (prevaleciendo lo intelectual en la poesía y la música). Ellos merecen el calificativo de verdaderos artistas porque su producción también cumple con el requisito aristotélico de producir felicidad. Han sido millares las parejas que han encontrado la felicidad mediante las composiciones que esos trovadores injertaron en sus romances. Y solo los artistas de cuna pueden lograr eso.
Según la versión más socorrida, Agustín Lara nació en Tlacotalpan, Veracruz, el 30 de octubre de 1900. Criado por una tía que lo protegió cuando su padre abandonó la familia, tomó clases de música y a los7 años ya mostraba un talento excepcional. “Su padre, un médico, era un excelente pianista e introdujo a su hijo al instrumento a una edad temprana.” Una versión de su vida asegura que pasó su infancia en un prostíbulo y por años se ganó la vida tocando en cabarets, bares, cines mudos y cafés. (La cicatriz de la cara fue producto de un botellazo que le propinó por celos una corista.) Tuvo también una etapa militar cuando recibió heridas en las piernas y por años mantuvo un programa diario de radio donde estrenaba sus canciones. Sus biógrafos reportan que tuvo cientos de mujeres, siendo Angelina Bruschetta quien le extrajo las mejores composiciones. Se casó seis veces, incluyendo con la diva del cine Maria Felix, quien quedó catatónica al verlo por primera vez y con quien por celos se cayó a tiros en una ocasión en la casa.
Lara fue un prolífico artista, con una producción de más 700 canciones y actuaciones en unas 30 películas. Sobre sus composiciones más célebres habrá mucha controversia, pero las que aparecen en el cuadro adjunto se reputan como las mejores. Murió en la capital de México el 6 de noviembre de 1970 y está enterrado, por disposición del presidente de México, en la Rotonda de las Personas Ilustres del Panteón de Dolores de Ciudad México. La leyenda dice que, ante cualquier asomo de un “duro cierzo invernal”, las musas de México visitan su tumba con frecuencia para extraer del sitio energías renovadas.
De padres oriundos de las Islas Turcas, la trayectoria de vida de Lockward fue muy diferente. Nacido en Puerto Plata en el 1915, murió 36 años después que Lara en el 2006 a la edad de 90 años. Su infancia discurrió en un hogar pobre, pero de mucha alegría, tal vez la razón de que exhibiera un gran sentido del humor. Se inclinó a la música desde temprana edad por el ejemplo de un padre que, siendo un maestro de la zapatería, tocaba guitarra y componía canciones. Aprendió a tocar guitarra a los16 años y, aunque su educación no pasó del sexto grado, a esa edad leía mucha poesía. Cantaba en tertulias de amigos, en clubes, serenatas y fiestas privadas y en Santiago le pusieron “El Mago de la Media Voz” cuando cantó en La Voz del Yaque. Su primera grabación en pasta la hizo en el 1935, año en que cantó en la inauguración de Radio HIN en Santo Domingo. Durante su vida laboral en la Era de Trujillo trabajó como inspector de Trabajo, Rentas Internas y del Partido Dominicano. Tuvo 9 hijos con una sola esposa. Su “prosa concisa y gallarda” y por “la riqueza armónica de sus letras, su gran fecundidad y su permanencia en el tiempo”, algunos lo consideran el más insigne cantautor y trovador dominicano de todos los tiempos.
Lara y Lockward repercutieron en sus respectivas épocas y más allá. Varias generaciones de aprendices del amor han perfeccionado sus artes amatorias con las “caricias de lumbre” que ofrecen sus bellas canciones. Ambos fueron artistas que, subyugados por los encantos femeninos, le cantaron al amor con eximia dulzura. También le cantaron al desamor y la amargura, pero lo hicieron con el tipo de tristeza que aspira a revertirlas. Dedicando sus más exuberantes composiciones a enamorar o comprometer una pareja, anhelaron las más llamativas doncellas de sus respectivos olimpos románticos. Esa eterna peregrinación por el amor inalcanzable, perseguido con el ahínco salvaje de un “alma de pirata”, le labró un andamiaje de bohemios empedernidos. La aureola etílica que envolvió su artístico trajinar fue legendaria. Pero, aunque el consumo alcohólico de la bohemia desinhibe el imaginario, sus composiciones derrochaban su manirrota influencia sin que ello desembocara en irresponsabilidad familiar (aunque quien sabe si en infidelidades).
El genio de sus canciones no se limita a ambos lados de la moneda del amor. El complemento egregio de esa producción lo constituye las odas a ciudades y sitios naturales que permiten entrever su incisiva percepción de otras manifestaciones de la belleza. Producto del estro que surgía de la frondosa amistad con amigos y parientes produjeron, como terrenal complemento, enardecidos elogios musicales a las ciudades favoritas y a la naturaleza de su lar nativo. Como suelen hacer los bohemios, grabaron también algunas reflexiones de vida que revelaban su inclinación de imberbes filósofos. Habrán así prohijado platitudes, pero su musicalización y su bel canto las elevó a la categoría de manjares estéticos.
Cualquier comparación entre estos perínclitos del arte popular resultara controversial. Lara solo tuvo dos hijos, infinidad de amoríos y seis matrimonios, mientras Lockward tuvo nueve hijos, un matrimonio y quien sabe cuántos enamoramientos. Si Lara tuvo a la diva mexicana Maria Felix para estimular su inspiración, Lockward tuvo la pródiga amistad de Hector J. Diaz para estimular la suya (“que no es cáscara de coco”). Lara compuso más canciones que Lockward, pero algunas de las de este último rivalizan en estética musical y poética con las mejores del Flaco de Oro. “Guitarra bohemia” de Lockward es sencillamente una mezcla perfecta entre música y lírica y le queda muy grande a “Cuerdas de mi guitarra” de Lara. A la inversa, “Veracruz” del segundo es líricamente muy superior a “Puerto Plata” del primero. Donde ambos taciturnos aedas destilan las equiparables pepitas de su genio es en “Poza del Castillo” y “Noche de Ronda’.
Quien escribe no puede ahondar por ignoto en los detalles del análisis musical (tonalidades, cadencias, estructura, estilo, motivos, etc.), de la “síntesis melódica” o del “raciocinio armónico” de la música de cada uno. También admite graves limitaciones en cuanto al análisis poético, el cual se enfoca en la diferencia entre la prosa (en cuanto a ritmo, el metro, y el uso frecuente de lenguaje figurativo e imaginería) y las letras (de una canción en este caso). Pero sobre la sencilla base del gusto personal, el cuadro adjunto deja constancia de una producción que este admirador del arte popular advierte, sin excesivas sutilezas, como equivalente entre los dos portentos artísticos aquí reseñados.
Las composiciones de Lara fueron grabadas por docenas de artistas de renombre internacional. Mientras de Lockward se sabe que, aunque fue popular entre muchos intérpretes criollos, solo “Dilema” y “Guitarra Bohemia” alcanzaron algún lustre internacional por las respectivas versiones del trio Los Panchos y de Roberto Ledesma. La proyección continental de Lara debe su éxito a la supremacía que ejercía en su tiempo México en medios como el cine y la radio, los cuales proyectaban a sus artistas y a su música en toda America Latina. Por eso el desarraigo memorial que produce el paso del tiempo amenaza con degradar más los méritos de Lockward frente a las futuras generaciones.
Con Lockward existe una deuda nacional que solo podría anularse, confiriéndole “el altivo porte de una majestad”, si una voz con la calidad de Luis Miguel –quien ha grabado canciones de Mario De Jesus y Juan Luis Guerra– produce con sus canciones un CD como “Romances”. Porque les falta un Luis Miguel los CD dedicados a Lockward, “Canciones Dominicanas en Concierto No.7” y “La Canción Romántica Dominicana Vol.1”, no califican para producir la felicidad aristotélica que emana de sus excelsas creaciones. Ya Placido Domingo hizo un CD de las canciones de Lara.AC –