El trece de mayo de 2000, el Consejo de Cultura de Nuevo León homenajeó a Blue Demon, su luchador consentido. Hubo un gran jolgorio en la Macroplaza, que lucía un cuadrilátero espectacular, rodeado de globos, comida callejera, parafernalia luchística en venta, niños y adultos y, todos o casi, con una máscara de color azul, –¿existen otros colores?–. Mi amigo Jesús Carvajal de El Norte, estuvo allí y no puede, no quiere olvidarlo, sería imposible, no somos sino recuerdos, dijo un poeta, pues hasta foto se sacó con Manotas. Fue él quien tiempo después, me ayudaría a hablar con el Continuador de la Leyenda.
Blue Demon Junior luchó en aquella celebración. Sus padres, emocionados y un poco nerviosos (a quién le gusta que a su hijo le peguen) lo veían saltar con agilidad desde la tercera cuerda y luego dedicarles una mirada cómplice, un saludo discreto y claro, esa lucha y todas las posteriores. Ahora él está en Los Angeles, esperando, cuidándose como cualquiera, con un proyecto en suspenso, el de una serie con Disney: Ultra Violet y Blue Demon, que trata de las aventuras de una niña y un luchador…
Quince años habían pasado entre la Macroplaza de Monterrey y la Arena de Tijuana. Allá en la frontera, en el verano de 1985, la noche era calurosa cuando Blue Demon Junior se inició en el profesionalismo. No la tuvo fácil, pues aunque combatió junto a su padre y a Villano III, enfrente estaba el Perro Aguayo, un hueso durísimo de morder y un par de mañosos más: Fishman y Kato Kung Lee. El Azul Heredero se atragantó con la adrenalina propia del novato, seguida de un nerviosismo que le impediría concentrarse. Los rudos-rudos aprovechando la ocasión, lo zarandearon como si fuera trapo de mesero. El mismo cuenta que, además del jalón de orejas que le diera su papá, se puso las pilas para que en la siguiente función, en Mexicali, la historia fuera distinta… y lo fue.
Quisiera dar otro brinco en el tiempo para caer de nuevo en Tijuana, ahora en el estadio de beisbol, donde tuvo lugar, en octubre de 2007, un duelo en el que El hijo del Demonio Azul expuso su máscara ante Espectro Junior. Una lucha inolvidable que nos permitió conocer la identidad del que tuviera una tapa verde y espectral: José Elías Pinceno, oriundo de Guanajuato. De poco sirvió que llegara al cuadrilátero dentro de un ataúd, como si lo trajeran desde la muerte, pues no pudo ante la técnica depurada de Demon, que ahora atesora esa máscara verdosa en sus vitrinas.
Igualmente, presume cabelleras (aunque discretamente, lo suyo no es la ostentación). La más reciente, la más comentada, la del Doctor Wagner Junior, el año pasado en Triplemanía. Una lucha épica, sangrienta, que parecía un duelo de pandillas a la mitad del callejón. Una lucha en la que volaron botellas, sillas, piedras y hasta martillos…
Por otro lado, cabe destacar que la fiereza que exhibe en el cuadrilátero se transforma en solidaridad cuando se trata de ayudar al otro. El sufrió en propia carne un cáncer al que le ganó todas las caídas. Desde entonces, mediante una fundación, que primero se llamaba Azul y ahora Fundación Blue Demon, ayuda a niños con distintos padecimientos. Aprendió la generosidad de su padre, cuya identidad secreta de gladiador, tardaría en descubrir pese a sus profundas sospechas.
Al efecto, cuenta que una vez acompañó a sus padres al Cortijo de la Romero Rubio. Su madre iba al volante de un Galaxie azul (otro color estaba vedado), el padre-luchador en el lugar del copiloto y el niño de seis o siete años, atrás. Mientras cruzaban una calle solitaria, la sagrada máscara salió a relucir sin que él lo notara. De pronto, cuando llegaron a la arena, los fanáticos se acercaban al carro pegándole de alegría por el arribo del ídolo al templo de las patadas voladoras. Se asustó ante tan excéntrica manifestación de cariño y quiso preguntarle a su papá, que qué estaba pasando pero…sólo vio a Blue Demon.
«A adonde quiera que vaya me encuentro con compatriotas. Siempre es un orgullo que la lucha les lleve un pedacito de nuestro México que tanto añoran», dice Blue Demon Junior. Es un hecho que la calidad de la lucha mexicana no conoce fronteras, como presumía un comercial en la tele y por eso, ha presentado sus llaves mortales –pienso en la del Pulpo–, en lugares tan lejanos como el Japón o Australia. Cuando ha ido a Europa, entre caída y caída, suele darse sus escapadas al Louvre, a la National Gallery, puesto que le encanta la pintura. En sus ratos libres hasta da de pinceladas, eso sí, no tiene intención de mostrarlas (¿el azul será el color principal?) ya que junto con su familia, forman parte de su intimidad.
Quisiera suponer que al final de cuentas todas las máscaras azules, como la de Lizmark, Blue Panther o incluso, la del mismísimo Huracán Ramírez, son un guiño al origen, un guiño que denota admiración al guerrero surgido desde los infiernos. Parafraseo al surrealista Eluard y me pregunto si el cuadrilátero no será azul como una naranja, aunque no sea redondo.