Con lo mucho que cuesta (en sangre, sudor y lágrimas) conquistar la democracia en cualquiera de sus múltiples etapas o variantes, es natural querer blindar sus instituciones para garantizar la sostenibilidad democrática  y evitar el retroceso.

Desde hace siglos no pocos esfuerzos se han hecho por estatuir medidas para blindar la democracia en constituciones, leyes, tratados, decretos y acuerdos entre diversas fuerzas políticas. Sin embargo, nadie ha encontrado una fórmula mágica para preservar  las etapas alcanzadas, produciéndose retrocesos en el desarrollo de las instituciones democráticas con alarmante frecuencia, aun en estados que han alcanzado un elevado nivel de progreso institucional y bienestar material. La permanencia y el perfeccionamiento continuo de la democracia no se decretan ni se legislan. 

En definitiva la marcha hacia la democracia no es en línea recta y continua, y por tanto requiere de la constante vigilancia de los ciudadanos para no desviarnos en el complejo laberinto que conduce al desarrollo de las instituciones democráticas. Si nos descarrilamos creyendo en el supuesto blindaje estatutario, pagaremos las consecuencias. Condenados a la suerte de Sísifo, agotando nuestras fuerzas solo para tener que empezar de nuevo en episodios cíclicos, jamás disfrutaremos de los estadios superiores de la democracia. No superaremos la democracia nominal que muchas veces se presta para blindar intereses grupales más que para garantizar los derechos fundamentales de todos.

¿Cómo salvaguardar los derechos de todos, ante la imposición de la mayoría que presumiblemente gobierna “democráticamente”?  ¿Cómo evitar el hiperpartidismo que obstaculiza arribar al menos a acuerdos mínimos sobre políticas y cuestiones esenciales? ¿Podrían alguna vez ser suficientes estatutos y normas para blindar la democracia de los peligros que le son inherentes?

Vivir en democracia no es nada fácil, ni se logra sin constantes esfuerzos de parte de todos los ciudadanos. Pues acechan muchas sirenas aparentemente inofensivas que son propias del ambiente de  libertad; y prosperan sobre todo amparadas en los más sagrados derechos de la democracia. ¿Cómo combatir la demagogia sin frenar la libertad de expresión y mutilar la democracia? No hay varita mágica, según confiesa el novelista, Marcos Chicot, al sentenciar:

“No hemos encontrado mecanismos para blindar la democracia de los demagogos. El demagogo es el producto inevitable de la democracia.” *

Reprimir la demagogia es aniquilar la democracia; fomentar su propagación también es destruir la democracia. Las instituciones democráticas tienen que hacerse resistentes a la demagogia (definida por algunos como “la hipocresía del progreso”), tolerando su existencia al tiempo que los ciudadanos rechazan a los demagogos. De la demagogia  a la dictadura hay solo un paso en falso, sobre todo porque el demagogo suele decir que es insustituible. Millones de venezolanos viven actualmente esa horrible experiencia, para solo mencionar al pueblo más cercano al nuestro.

Como esencial remedio nos queda elevar el nivel de discernimiento de los ciudadanos para que reconozcan la demagogia por lo que es y la rechacen,  como Ulises al hacer oídos sordos al canto de las sirenas. Ante oídos sordos a la larga la demagogia languidecerá y dejará de ser una amenaza si los ciudadanos nos mantenemos siempre atentos y proactivos en la defensa de las instituciones democráticas.

Hacer creer a los ciudadanos en el blindaje de la democracia por diversos artificios, es la máxima neo-maquiavélica: una especie de narcótico propagado por los demagogos para el consumo del pueblo. Es un señuelo para evitar que los ciudadanos participen proactivamente, haciendo creer que la democracia- y con ella los derechos y deberes del pueblo- quedan a salvaguarda de los representantes electos y los partidos políticos.

Aceptando como premisa la conveniencia y hasta la necesidad de perfeccionar la democracia como forma de gobierno sustentable, se deduce que es tarea prioritaria de la sociedad elevar y nivelar la formación de todos sus integrantes. Hoy más que nunca la formación de todos los ciudadanos, no únicamente de los príncipes y sacerdotes de antaño, o de los varones terratenientes y propietarios de esclavos de hace poco,  o de cualquier otro grupo excluyente de la nación- como los que poseen recursos para pagar el alto costo de una buena educación- es clave para el buen funcionamiento de la democracia y sus instituciones. Y la calidad de la  formación de los ciudadanos no puede estar supeditada a la capacidad económica de la familia, del individuo o del grupo social. Se requiere de la nivelación de la formación por parte del estado que lucha por ser democrático. No hay democracia donde no hay capacidad de todos y oportunidad para todas de participar en las decisiones que conciernen a la colectividad, y no solo periódicamente al elegir los representantes menos malos.  ¿Cómo participar en igualdad de condiciones sin los conocimientos imprescindibles?

Alegar que hay blindaje de la democracia sin la formación cabal de todos los ciudadanos es pura demagogia, y ya sabemos qué hacer con este parásito de la democracia. La excelencia de la formación de todos los ciudadanos es una precondición para la democracia sustentable. Recordemos que en el ya distante Siglo de Oro el ingenio irónico de Francisco de Quevedo dictaminó:

“En la ignorancia del pueblo está seguro el dominio de los príncipes. El pueblo idiota es la seguridad del tirano.”

* http://www.levante-emv.com/cultura/2016/11/17/hemos-encontrado-mecanismos-blindar-democracia/1492983.html

http://www.hoy.es/badajoz/201705/21/marcos-chicot-anos-hemos-20170521001744-v.html