El fenómeno de la blanquitud es más agudo en la mentalidad colonizada resulta harto evidente. El grado civilizatorio del individuo cuya circunstancias históricas y sociales lo sitúan dentro del grupo de los excluidos del poder hegemónico se sustenta en la asimilación del carácter civilizatorio que encarna el amo, el poderoso, el instruido, el ilustrado. Este último no tiene que demostrar lo que ya posee y se determina como baremo del “sujeto civilizado”; es al distanciado de esta hybris civilizatoria al que corresponde “subir” de nivel, mejorar lo que “naturalmente” le ha sido dado.

Este ascenso civilizatorio es percibido por la mentalidad colonizada como una mejora, un desarrollo, un progreso al que tiene derecho como individuo libre, cuyo garante es el Estado-nación capitalista moderno y del cual depende su sujetidad, dígase su asir(se) a sí mismo como persona. La voluntad libre, que se expresa enajenada de sí misma bajo la legitimidad del estado capitalista, se hace conforme el parámetro hegemónico instituido social y culturalmente y lo hace de tal modo que no se percibe la ilusión del engaño, sino la afirmación sobredeterminada de una conciencia “moderna” y “civilizada” que discrimina a los demás en términos tan vagos como “anticuado”, “conservador”, “premoderno”, etc.

¿En qué conductas visualizamos este enajenarse ilustrado que se asume a sí mismo como parte de una élite civilizada? Partiendo de la idea weberiana de los tipos ideales, como constructo teórico heurístico, pensamos que estos grados de “civilidad” se perciben con mayor fuerza en la adopción de modelos culturales generados por la cultura de poder, lo que trae como consecuencia la infravaloración de los valores culturales autóctonos y, por tanto, la identidad personal se construye a partir de la narrativa europea-norteamericana ya que estos últimos se han constituido como los dos grandes modelos en los que la primacía de “lo blanco” se expresan y se vuelven horizontes de sentidos para los no-blancos.

Esta sobredeterminación de lo blanco racial (y no racial) adquirida por la mentalidad colonizada tiene un presupuesto necesario: la mejoría económica. El individuo que viene de unas condiciones de pobreza y ha logrado una notable mejoría en su situación económica se premia a sí mismo adoptando gustos de refinamiento que en definitiva corresponden a los gustos de la élite asimilados como lo culto, lo sublime, lo estéticamente inmortal. Ello en detrimento de expresiones sociales y culturales que obedecen a otros modos de vida. La caricatura del “montado” a pequeño burgués que aprendió a tomar té en las tardes y extasiarse con las zarzuelas españolas o con Vivaldi, es la expresión más burda de la blanquitud civilizatoria. Pero también lo es aquel que establece una relación de pareja con el único propósito de “mejorar la raza”, de blanquizar los descendientes.

Nótese el siguiente cuadro: miren las esposas de los nuevos millonarios ligados al deporte y a la farándula y pregúntese ¿cuántas son aquella primera novia a la que juraron, desde su condición de pobreza, amor eterno? En el caso en que el varón sea “de color”, ¿cuántas son negras o morenas? Estadísticas como estas son las que muestran que las determinaciones más íntimas de nuestra voluntad están condicionadas por patrones culturales conscientes o inconscientes que funcionan como estructuras estructurantes. 

Revisar la historia dominicana: ¿cuántos presidentes negros hemos tenido? ¿Por qué hemos blanquizados a nuestros héroes restauradores? ¿Por qué los grupos económicos nacionales ni las Iglesias no reconocieron el triunfo presidencial del extinto José Francisco Peña Gómez frente a Joaquín Balaguer? Es más, ¿por qué el mismo Peña Gómez no alentó a las masas a las calles a defender el reconocimiento que se le había otorgado a través del voto popular?

La sociedad dominicana, arriba o abajo, de izquierda o derecha no resiste un análisis en términos de mentalidad colonial y blanquitud civilizatoria. Parte de nuestro ser es estar condenados a la eterna batalla entre lo que nos han dado como producto socio-histórico de relaciones de poder, la colonialidad, y lo que nos ofrecen como modelo de aceptabilidad social, la blanquitud civilizatoria.

La familia multicolor que en realidad somos, es también una familia que sueña ser “blanca” y que educa a sus hijos para el refinamiento que viene más allá de los mares tropicales.